CAPÍTULO XIV

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Quitarte el corazón y realizar el sacrificio

Mortem Ville; Ciudad Nocturna

Atlory vio morir a su princesa cuando ella tenía tan sólo veinte años de edad. Había tenido la oportunidad de salvarla, había tenido una fracción de segundo para hacerla cambiar de opinión y salir corriendo del castillo de su familia, jugar con su futuro y olvidarse de las calamidades de su padre tirano, pero el miedo y la admiración hacia Kathamira la habían cegado. Desde entonces, Atlory no había vuelto a ser la misma.

Enojada con el mundo y con el recuerdo de la muerte invadiendo sus memorias, vagó sola por el norte de Allow en búsqueda de poder perdonarse a sí misma, pero solo había una forma de olvidar su pasado.

Jared, su fiel y viejo amigo quien volvió a encontrar milagrosamente unos días después de haber escapado de la cárcel, la llevó a un bosque muerto para que pudiera practicar sus nuevos hechizos sin que nadie la molestara. Entonces, una noche estrellada y radiante, Atlory sintió cómo se iba quebrando su corazón. Lanzó un relámpago al cielo, una maldición poderosa que fue el primer indicio de la guerra, una premisa del tiempo oscuro que iba a comenzar.

Todo lo que vino después, fue una agonía asegurada. Cuando su castillo se alzó en Mortem Ville –luego de largos días de reclutar a la gente adecuada para comenzar con el trabajo– y crear a las bestias se asentarían en Stroghor, Atlory se dio cuenta de que necesita más poder para tener el control de Lightworld.

Y, para su suerte, Kathamira le había enseñado una forma de conseguirlo.

No era fácil, pero Atlory era determinada y caprichosa cuando quería algo, jamás había sorteado un enfrentamiento. Entonces, se encerró en su sala privada con el frío que le abrazaba la espalda, y aunque no hubiera nadie cerca, se sentía vulnerable, atacada y descompuesta, como si la estuvieran mirando con asco. Cuando estuvo completamente calmada, susurró unas palabras mientras que presionaba sus garras contra su pecho y luego de un jadeo atemorizado, se arrancó el corazón con sus propias manos.

El órgano latió pesadamente, tiñendo su muñeca y sus dedos de sangre que goteó por el suelo de cristales negros. Una mueca fascinada se extendió entre sus comisuras, era la primera vez que sonreía desde hacía tanto tiempo que por un momento se le entumecieron las mejillas. Lo guardó en un cofre para que nadie pudiera acceder a su más grande debilidad, la única parte de su cuerpo que la volvía frágil, irracional y piadosa. Todo lo que la Reina de las Tinieblas aborrecía.

Guardó la llave donde nadie la encontraría y se aseguró de mantener el secreto en lo más profundo de su mente, para que nadie pudiera hacerse con él; ni siquiera su mano derecha, Jared. Los días que le siguieron fueron agotadores, se sintió devastada, pero poco a poco y con los cuidados necesarios, su cuerpo se fue adecuando a la falta de su músculo más importante. El poder se asentaría con el sacrificio y Atlory podría ser la Reina más poderosa, la única con un inigualable poder.

En ese instante y cuando dejó que sus pensamientos volvieran a esfumarse, la Reina de las Tinieblas se sentó en su trono de huesos esmaltados. Había estado toda la mañana practicando su más reciente hechizo con sus dos ojos verdes y eléctricos concentrados en el poder que se desprendía de sus dedos, pero no lo suficiente ya que el rostro de Kathamira, que aún vivía en sus recuerdos, aparecía de vez en cuando para torturarla un rato.

—¡Yo tendría que haber perecido! —Su grito retumbó en su sala privada, una tumba negra donde podía permitirse aullar todo lo que quería—. ¡Te aborrezco, Kathamira! ¿Me oyes? ¡Te detesto por todo lo que me hiciste! —Su garganta tembló y su rostro se tornó pálido, pero con varios manchones rojos que cubrían algunos sectores como sus pómulos—. ¡Sé que me oyes! Nunca te diste el verdadero lujo de abandonarme por completo.

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