Los árboles habían botado sus hojas y el cielo su nieve pero mi carga no dejaba de atormentarme. La distancia cubría el camino y las lágrimas la memoria del día en que murió mi padre por mis propias manos.
Un niño tocaba el piano a bordo. Su música capturaba apenas un fragmento de su gracia: una apariencia que recordaba a mi padre, sus mismos ojos de lobo. No lo había reconocido hasta ese momento pero aún lo quería, aún me importaba lo que pensaba de mí. De repente, todo lo que había perdido parecía estar allí frente a mí. Temía que jamás pudiera encontrar a nadie más por quién sentir algo, lo que sea, alguna emoción, algún sentimiento. No tenía idea de que estaba por experimentar el mayor terror que jamás había sentido.
El barco se meció violentamente volcándose y tirando a todos los tripulantes al mar, incluyendo al niño con su piano.
Me pregunté si vendría conmigo. Entretener aquel pensamiento tan solo una vez fue suficiente para enmarañarme en la idea de que quizá había encontrado finalmente aquello que había buscado toda mi vida, y no dejaría que el mar me lo arrebatara tan fácilmente.
Me pregunté si no salvaba a aquel niño de ahogarse con el resto de su familia naufragada, si mi corazón algún día se recuperaría, si en mis sueños lo vería por el resto de mi larga vida. Si lo salvaba, en cambio, sus heridas sanarían junto a las mías, nuestras estrellas cambiarían. Me pregunté si él lo haría por mí, devolver el calor a mi alma a cambio de la suya, expiar el monstruo en el que me había convertido. Ofrecería mi pecho frío para empapar de lágrimas en las noches solitarias. Nació en mí toda esperanza; soñé tener todo lo que solía tener y con ello terminar una vida de castigo.
Lo busqué entre la oscuridad, perdido entre las olas, lo llamaba en vano extendiendo mi brazo esperando que lo tomara, que lo tocara por accidente. Buscaba entre la penumbra el brillo de sus ojos de lobo. A menudo, nuestras mejores acciones nacen de nuestros peores dolores y fue así como deseé bendecir al niño con una noche más de vida. Hundí mis colmillos en su cuello y bebí profusamente, escupiendo el veneno de la muerte que invadía su cuerpo, así dando a luz al niño centenario y a la vez asegurando mi lugar en el infierno.
Para entonces era demasiado tarde para su familia, todos habían muerto ahogados, sus cuerpos vueltos uno con las olas. Su hogar había sido destruido, como el mío, pero el verdadero hogar es donde te lleven los pies y ahora su camino seguiría para siempre. Tan solo debería hacer un viaje más, sobrevivir una noche más y entonces podría vivir para siempre.
Entre cascadas púrpuras, débil pero no sin gracia, su cuerpo lívido descansaba muerto para el resto del mundo pero vivo para el viaje. Aquella noche soñé con una rosa blanca marchitarse y morir. Al siguiente anochecer, un niño ahogado se enfrentaría al primer día de una vida entera de soledad. Su futuro se convertiría en mi pasado y me di cuenta del error que había cometido.
Murió en mí toda esperanza; el niño que había dado su vida por mí había perdido toda su inocencia y se había convertido en un monstruo como yo. No tuve la voluntad de verlo nacer como una flor marchita, de verlo regresar solo para morir nuevamente frente a mis ojos una y otra vez.
Todos los sentimientos se escaparon de mí una vez más. ¿Por qué solo soy capaz de amar a aquellos que ya se han marchado? Si tuviera la oportunidad, me pregunto si volvería el tiempo atrás, si cambiaría mi decisión.
Volé lejos de ahí para jamás volver, dejando al niño dormir, no sin antes rogarle en sus sueños que me recordara lo suficiente para no desaparecer de su mente.
Jamás sentí una tristeza más profunda. En la copa de la eternidad yace un veneno y quien de ella bebe deberá recorrer el camino en soledad.
Al salvarlo de la muerte lo liberé del dolor humano, pero lo condené a cien años de melancolía. ¿Por qué es el más grande pecado amar como he amado?
El tiempo nos paga solo con polvo, tierra y una fría tumba oscura.
Esa es la más amarga verdad.
Ya no hay cariño alguno en mi corazón y mis ojos ahora son incapaces de ver la bondad. Mi hora también llegará. Sé que yo también seré castigado.
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El niño centenario
VampireUn vampiro no resiste la tentación de salvar a un niño de ahogarse y convertirlo en un monstruo como él.