Gimnasio del sexto piso

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Lucas y yo nos hicimos amigos en una colonia de verano, cunando teníamos diéz años. Podría decirse que fue ''amor a primera vista''. Después de once años de amistad, seguimos comportándonos como aquellos chiquillos de 10 años haciendo bromas.
Más allá de su estatura, el carácter de Lucas no vacilaba. Desde chicos, una de las cualidades que me hizo tener afinidad con él, fue su exceso de sinceridad. Soy casi veinte kilos y veinte centímetros más que él y aún así no le tiembla el pulso cuando tiene que ponerme los patitos en fila - teniendo en cuenta que mi humór con cualquiera no es el mas simpático -. 
Lucas no estuvo aquella noche (ya que como yo siempre le decía), ''él no existía todavía''. A pesar de todo, siempre estuvo a mi lado cuando Francisco hacia sus apariciones. 
Meses después de su muerte, todavía lo veía caminando y deambulando por el clúb - como si no se diera cuenta que estuviera muerto-.

Ese día Lucas parecía mas preocupado que nunca. Su cara estaba pálida. Tenía una fuerte expresión de descepción en el rostro.                                                                                                                  -Estaba ahí, mirándome, con esa expresión muerta, de felicidad... - Dije. Mi garganta se trababa, tenia ganas de llorar. La angustia me sofocaba- No quiero volver a tomar pastillas, no quiero ir denuevo con el psicólogo Wolff, no quiero...-.
Lucas, que estaba un escalón mas arriba, me tomo por los hombros y pegó una bofetada.
- No seas idiota, no vas a volver a tomar nada. El calor te habrá mareado. Ya sabes que éste club mantiene el frÍo. Te debió desbordar el cambio de temperatura tan brusco... Si, seguro que fue eso-. Una sensasión de alivio se quiso asomar dentro de mi, como aquél sobreviviente mal herido que asoma la cabeza para ver si el fuego cruzado entre dos bandos enfrentados había cesado.                  - No quiero tomar denuevo esas pastillas -. Exclamé. Sentí que la sangre corría denuevo por mi cuerpo, como si un juego de válvulas estuviera haciendo su trabajo mejor que nunca. Un apetito de violencia invadió mi cerebro. Tome a Lucas por la remera y mirándolo fijo a los ojos, le dije- NO PIENSO VOLVER A TOMAR ESAS PASTILLAS-.
Una sonrisa de entendimiento surcó su rostro, y pegándome una piña en el pecho, me dijo:                - Entonces dejate de romper las pelotas y vamos, que las chicas de volley ya deben estar allá-.

Un acontecimiento que Lucas y Yó disfrutábamos más que recordar viejos tiempos, era ver esa hermosa manada de chicas amontonadas en el gimnasio del sexto piso, haciendo ''tiernamente'' ejercicios de levantamiento de pesas. - O como nosotros solíamos llamarlo ''jugando al gimnasio''-.
Subimos los escalones restantes y allí estaban. Catorce de las chicas mas hermosas del club, con sus camisetas del equipo de volley, se paseaban de aquí para allá.
Si había una chica que con solo verla, lograba que mi cerebro saliera eyectado como un piloto que está a punto de colisionar su avión, era la número once del equipo. Su nombre era Lucía, pelo castaño y lacio, ojos color avellana, sonrisa perfecta -Y no me hagan hablar de lo desquiciado que me volvían sus piernas. Recuerdo que una vez, Lucas me había desafiado a hablarle. Hice el papelón de mi vida-.

Entramos al gimnasio y nos dirigimos directo a las colchonetas para empezar a hacer abdominales. En ese momento, yo me encontraba en la carrera de profesor de eduación física, así que me encargaba de llevar a cabo la preparación física de Lucas y la mía.
- Deja de mirarla, la vas a prender fuego- Dijo Lucas en voz baja, entre risas - Además, ya te acrodarás que la última vez no te salieron palabras de la boca. Te tuve que haber filmado-.
 Emití una risa sarcástica, aunque sincera en el fondo
- Te juro que no se que me pasó. Me intimida demasiado. Tan solo mirala, es perfecta. Ella  no lo sabe, pero va a ser mi novia-. Contesté.                                                                                                             - Bueno, avisale rápido, porque una chica así debe tener a mas de diez chicos hablándole o intentando entrarle-.
No le respondí, en mi cabeza estaba aquella sonrisa fría y muerta. <<Ellos no nos quieren lastimar, pero no quieren que nos alejemos por mucho tiempo, quieren que nos quedemos>>.

El gimnasio del sexto piso era antiguo, cubierto todo el piso por un parqué de madera gastado por los años y asediado por las caídas de los discos y pesas. Debía extenderse en diez metros de largo por diez metros de ancho. Un sector con bolsas de boxeo colgadas en viejos ganchos estimulaba las ganas de querer meterse al ring tres por tres que estaba al lado. El gimnasio contaba con un sector reservado solo para las mancuernas, otro sector destinado para los bancos con sus respectivas barras y discos. Por ultimo - y mi preferido personal - se escondía en una esquina un viejo rag para hacer sentadillas. En aquél rag descansaba una vieja barra Eleiko, que podía soportar cualquier carga a pesar de sus años de deterioro. 
Adoraba aquel gimnasio. El aspecto viejo de los años 50's que poseía, me transportaba a aquella época tan espectacular.

Lucas seguía balbuceando y mi mente estaba en otro lado. Me levante de la colchoneta con los abdominales doloridos mientras Lucas seguía hablando. Me alejaba de él, fingiendo que escuchaba lo que me decía. Cuando dí la vuelta para encarar al dispenser de agua, sentí un tropiezo contra lo que parecía ser una zapatilla. Mientras intentaba ponerme de frente para ver con quien había tropezado, sentí dos pechos firmes de mujer en las manos. Al levantar la vista, la ví a ella, con expresión de deslumbro.                                                                                                                        La sangre de mi cuerpo no se decidía a cual de las dos cabezas dirigirse. Sentí que mi cara se prendía fuego -Estaba más rojo que una salsa de fileto -.
Tropezando entre consonantes, una palabra decidió salir de mi boca repetidas veces.                         - Perdón, perdón, perdón.. - En el fondo, solo quería darle las gracias y besarla, pero sentí que no era momento más apropiado para aquello, así que decidí seguir con mi papel de retrasado mental mientras tartamudeaba la misma palabra- perdón, perdón-.                                                               Mientras mi actuación de violador limitado por impedimentos psicofísicos seguía en marcha, mis manos seguían triunfantemente posadas en aquellos firmes pechos. 
Aunque en mi cabeza había un revoltijo de ideas y pensamientos, pude notar que aquel rostro hermoso que estaba justo en frente mio, se encontraba totalmente ruborizado. Quizá algún destello de alivio, pasó fugazmente por mis ideas.

-No,no, perdoname vos. - dijo ella con una voz cálida y aterciopelada- Me distraje y no te....-.
Una pausa detuvo aquella dulce voz que por primera vez había escuchado -y no quería dejar de oírla-. Mirando mis manos posadas tan cómodas en sus turgente pechos, volvió su mirada haciá mí. Quizá su ojos me estaban reprochando, o quizá me estaban incitando, no lo se. Mis manos se retirarón lentamente de aquél paraíso corpóreo, sin dejar de mirarla fijamente a los ojos.

Octavo PisoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora