Capítulo 26

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Capitulo 26

Fuera, empapado hasta los huesos por la tormenta, Can gruñó y apoyo la frente en la enorme puerta de madera.

- Jos, te lo advierto, ¡no juegues conmigo! –gritó Can dándole un puñetazo y una patada a la puerta.

Seria mejor que no lo hiciera. Estaba enloquecido y llevaba así desde hacía bastante rato. Los informes meteorológicos habían advertido de una gran tormenta. Las avionetas habían aterrizado en la pista como abejas volando al panal, pero él había tomado la suya de todos modos.

- Este va a ser un vuelo difícil –le había advertido un viejo piloto cuando había rellenado su plan de vuelo.

Pero nada habría evitado que volara hacia el norte, y todo para perder el tiempo buscando un coche porque, cuando aterrizó, las tiendas de alquiler estaban cerradas. Al final le había pagado cien dólares a un muchacho para usar su furgoneta, que olía ligeramente a caballo.

Lo que le mantenía en su camino era imaginar la cara de Jos cuando lo viera. Seguramente recuperaría la razón. Se arrojaría a sus brazos, le diría cuanto lo amaba.

Can miró hacia la puerta. Permaneció bajo la lluvia, calado hasta los huesos, suplicándole a la mujer con la que quería pasar el resto de su vida. Eso lo aterrorizó pero siguió con su objetivo porque amaba a Jos, con el acompañamiento del coro de fondo y de las flores a los lados del pasillo. Por otro lado, ¿Cuánto amor le podía dar si moría de neumonía?

- Abre la puerta, Jos.

- No.

- Jos, ¿sabes que has dejado tu deportivo con la capota bajada? – preguntó dulcemente.

La puerta se abrió. Can sonrió triunfante y entró en la casa en cuanto Jos sacó la cabeza fuera.

- Mentiroso –dijo furiosamente y lo amenazó con la botella de vino. – ¡Sal de aquí, vaquero!

Can le quitó la botella, frunció el ceño y olisqueo el aire.

- ¿Has estado bebiendo?

- No. Y si lo he hecho, no es asunto tuyo, ¡mentiroso!

- Eso ya lo has dicho –replicó dejando la botella. Cerró la puerta y se la quedo mirando. La lluvia goteaba por su nariz y caía sobre el suelo desde su ropa empapada. –Y ya sé que mentí, pero era solo para salvar mi vida. Estaba ahogándome ahí fuera. ¿Te importaría dejar de apuntarme a los ojos con la linterna?

Jos apartó la linterna y él la miró. Llevaba un albornoz demasiado grande con una mancha marrón. El cabello le caía lacio y tenia los ojos y la nariz enrojecidos. Estaba preciosa.

- Puedes quedarte, pero solo hasta que cese la tormenta. No me gustaría tener que explicar por qué dejé que un hombre se ahogara delante de la puerta.

- Gracias –dijo y pasó.

- Estás mojando el suelo.

- Una observación muy astuta, princesa. ¿No tendrás una toalla?

Ella dudó, se encogió de hombros y se dio la vuelta. Can la siguió en silencio al piso de arriba, por el pasillo y hasta el dormitorio. Al momento, le tiró un montón de toallas a las manos.

- Aquí tienes.

- Gracias.

- De nada.

- Qué educada.

- No hay ninguna razón para no serlo.

Él miró a la cama y después hacia ella.

Más allá de un sueño (COMPLETA)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora