Nanase había dejado solo en la sala a Matsuoka.
Sin decir palabra, y tras haber recuperado la consciencia había vuelto a su “refugio”, siendo este la bañera. De alguna forma se sentía inseguro, además de sucio, tanto por dentro como por fuera. No conocía sus verdaderos sentimientos ni era capaz de diferenciar lo que había estado bien y mal momentos antes, pues se había dado cuenta de que se había dejado llevar por completo.
Había llenado la bañera hasta arriba, dejando que únicamente asomaran sus rodillas y sus ojos, que permanecían cerrados. Aunque de poco servía pues por mucho que lo intentara, no podía quitarse de la mente la imagen de Rin entre sus piernas, que por alguna razón se había clavado en su retina.
*Realmente yo… ¿quiero estar con él?*
Comenzaba a frustrarse. Su corazón ardía tras su pecho, dando la sensación de derretirse en cualquier momento. Necesitaba respuestas, demasiadas, pero a su vez temía las mismas.
El pelirrojo seguía apoyado contra la pared. Sus rodillas estaban recogidas, sirviendo de apoyo a sus brazos. Su cabello estaba totalmente descolocado, pero poco importaba, pues del mismo modo estaban descolocados sus pensamientos.
La reacción de Nanase tras todo lo ocurrido había sido absolutamente inesperada, y la había recibido más como un rechazo que cualquier cosa. Ni una mirada. Ni una palabra. Cierto es que el moreno era poco expresivo, pero en aquel momento, era distinto. Pero quedarse allí sentado no ayudaría lo más mínimo, por lo que tras asimilar lo que le quiso a dar entender, se puso en pie, despacio, pues sentía como su cuerpo realmente pesaba, y no precisamente por la energía empleada hacía minutos.
Había pasado junto al baño, donde supuso que estaría el ojiazul y se había anclado en la entrada. ¿Interrumpir sería una buena idea? No, no lo sería, así que, con los hombros caídos, se dirigió a la habitación, sacando del armario, un armario que llevaba compartiendo con Nanase demasiado poco tiempo como para dejar de hacerlo, ropa limpia, cambiándose allí mismo y dejando la ropa que estaba usada en la cesta de la ropa sucia.
Por su parte Haruka seguía perdido entre sus pensamientos. Nunca nada le había hecho colapsar de aquel modo, excepto Rin en su momento, y sentía miedo, miedo de que volviera a ser aquel pelirrojo el causante de sus mayores temores. ¿Realmente era aquel el coste que debía pagar por aceptar el salir con él? Pero, ¿y entonces?, ¿por qué aceptó? Aquello se lo había preguntado anteriormente el escualo, más no encontró respuesta, quizás porque simplemente no la hubiera. Un “sí” o un “no”, consecuencias tan diferentes, pero a la vez tan similares, pues ambas llevaban a una misma duda: ¿qué sentía por Matsuoka?
La puerta se abrió y un escalofrío recorrió la espalda del moreno, haciéndole girar el rostro hacia aquel lugar, abriendo los ojos intensamente, para luego relajarlos y volver a escurrirse bajo el agua, buscando hacerse ajeno a cualquier cosa que viniera de la persona que se encontraba bajo el marco, al menos por el momento.
-¿Acaso me odias? –Rin lucía desafiante, pero en el fondo se sentía tan asustado como Nanase o incluso más, pero el delfín se ahorró el responder- se supone que te tocaba responder… ya sabes… -su mano acariciaba su nuca de una forma que llegaba a ser estresante.
-Eso no ha sido una respuesta… -la mirada del moreno se mantenía clavada sobre el agua.
-Ah, ¿no? –el ceño del pelirrojo se había apretado considerablemente.
-Hacer esas cosas… -había recogido sus piernas, para aferrarse a ellas en una especie de abrazo- …hacerlas para justificar lo que sientes… no está bien… -aquellos ojos carmesí se habían abierto como platos, pues de ningún modo esperaba que algo como aquello saliera de sus labios.