|1835, actualidad|
Adeline veía el fuego que ardía en la chimenea como si fuese una pequeña versión del sol que pronto se asomaria por la ventana. Llevaba las manos pegadas en las piernas y los ojos perdidos, el alma turbia y la mente confusa mientras se dedicaba a ordenar todos sus pensamientos.
Sabia que Damon estaba detrás de ella, que la había seguido con la lengua enredada para aclarar las cosas, pero no había nada que aclarar ni nada que decir, por eso estaba en silencio, cargando sobre sus hombros un perpetuo susurro que no se alcanzaba a escuchar.
Estaba mudo y ella también lo estaba. Las cartas se habían puesto sobre la mesa. Ambos eran unos cobardes, unos idiotas y testarudos seres que siempre encontraban la manera de hacerse daño. Esa era la maldición con la que habían cargado todos esos años desde el primer vals que habían compartido. Esa era la condena que les había puesto el diablo una noche, completamente celoso del amor que en los ojos se profesaban.
-"¿Puedes explicarme cómo es que mi esposa virgen está embarazada?" Me preguntó el marqués un mes después de habernos casado.
Adeline fue la primera en hablar. Seguía dándole la espalda a Damon. Estaba cubriéndose con sus delgados brazos como si con ellos pudiera mantenerse segura de los recuerdos del pasado.
El hombre abrió lentamente la boca para decir algo, pero ella siguió con su relato impiendole interrumpir su voz.
-Él lo sabía. Siempre lo supo y creía que tomándome todas las noches el bebé mágicamente iba a volverse suyo-ay de quienes escucharan el lamento que de su boca emanaba-. Me juró que te asesinaría si te veía cerca mío, y yo... Estaba aterrada. Las noches eran un infierno y durante el día solo pensaba en quedarme encerrada en la habitación. Solía llorar sin parar durante horas, hasta que llegó Simón.
Una lágrima solitaria comenzó a bajar por su mejilla pálida.
-Él... Tenía tus mismos ojos-continuó limpiándose la cara con el dorso de la mano-. Le gustaba salir al campo a ver las mariposas y su primera palabra fue "mamá".
Adeline tenía la voz temblorosa, y de los poros del cuerpo le emanaban tristezas de unos cuantos momentos que le corrieron por el alma como si los volviera a vivir, protagonizadas por un bebé con un par de dientitos de conejo, el cabello rubio y los ojos preciosos andando torpemente con un panesillo en la mano mientras llevaba la boca manchada de crema.
-Yo sé que te lastimé yéndome de tu lado, pero como mujer no tenía mucha elección. Hice lo necesario para sobrevivir y darle honor a mi familia. Lo hice todo por ellos, aún cuando al final me dieran la espalda y me dejaran hundirme en la desgracia. Así que puedes quedarte allí atrás sin musitar palabra o volver al despacho con tu amante, no te jusgaré si lo haces, a fin de cuentas soy lo peor que te pasó en la vida y tienes derecho a odiarme.
-Yo no te odio.
Fue lo primero que había dicho desde que salió del despacho persiguiendo sus pasos; fue lo primero que su boca atinó a decir después de que ella le abriera el alma.
-Te odié. Lo hice durante años, pero ya no lo hago. No puedo luchar contra todo lo que me haces sentir, así que me rindo y te pido disculpas por haberte hundido más en estos días.
-La rendición es un tema serio.
-Me dedico a temas serios-un suspiro salió de la boca de Damon. Estaba a punto de desarmarse a mitad del salón-. Un carruaje está por llevar a Anna a Londres y si gustas, puedo pedir que otro me lleve a mí.
Era demasiado tentandor pedirle que se fuera, que se alejara para no verle porque ni siquiera tenía el coraje de voltear sobre su hombro para verle la cara. Sí, era muy fácil decirle que se fuera.
-huir solo empeorará las cosas-susurró apartando los ojos del fuego y buscándolo entre el saloncito rojo-, y ya me cansé de no hallar salida.
Damon tenía los párpados caídos y un par de lágrimas secas en la comisura de la boca.
-¿Quieres que me quedé?
Adeline torció la boca.
-Quiero comenzar de cero-La dama se levantó de su asiento y se alisó la falda-. Te veré en el desayuno.
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La Perdicion De Un Hombre |La Debilidad De Un Caballero III | En físico
Fiksi SejarahCulpo a la noche de todos mis pecados, por apagar la luz que iluminaba mi conciencia y encender la llama que brotaba de mi cuerpo pidiéndome que la tomara, la besara, la sedujera de la manera más embriagante, la enamorara de la forma más sublime, y...