Capítulo 5

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Cuando nací, enseguida supe que algo andaba mal conmigo. Recuerdo

haber llorado en el quirófano, recuerdo ver luces azules y escuchar gritos.

Seguramente eran los míos, pero era demasiado pequeña como para

recordar todo lo que había sucedido aquel día. Según la versión de Rosie, yo

había muerto; algo trágico para los Crowell, pero la salvación para Rosie. Y

después sucedió el milagro, cuando todos se habían dado por vencidos y la

habitación había quedado en silencio, empecé a llorar.

Y ahora estaba en una fiesta, frente a un chico que no sabía nada de mí y

que hablaba conmigo, totalmente ajeno al mundo de los fantasmas.

Mi mano le apretaba el brazo, y mis uñas, sin darme cuenta, estaban

clavándose en su piel. No quería dejarlo ir. Tampoco quería hacerle daño.

Solo él podía ayudarme. Estaba tan desesperada que seguramente le mentiría

para que no perdiera el contacto conmigo. En la fiesta nadie podía verme o

tocarme, pero ahora todo había cambiado, y yo no podía sentirme más feliz.

Ignoré al fantasma de Aaron durante unos minutos y me concentré en ese

chico.

—¿Ayudarte? —preguntó con el ceño fruncido, como si no comprendiera

lo que yo hacía y decía. Pero, claro, ¿cómo iba a entenderlo?

Tragué saliva con fuerza, pero no le solté el brazo. Todavía no. Una parte

de mí creía que huiría en cuanto lo soltara.

Tuve que pensar en algo rápido.

—Mi coche... —Era lo único que pude pronunciar—. Mi coche está

fuera y no puedo arrancarlo. Y yo... necesito que alguien me ayude,

¿podrías...?

Estaba tartamudeando, pero no podía evitarlo. Me asustaba escuchar una

respuesta negativa.

Él sonrió con amabilidad. Lo solté con lentitud, con dedos temblorosos.

Afortunadamente, no huyó. Seguía ahí, detrás de la barra llena de vasos con

líquidos de diferentes sabores y colores.

—¿Tu coche? —Su ceja se levantó.

—Sí —mentí—. Está fuera. No arranca. ¿Crees que podrías ayudarme?

Miró a su alrededor y mis ojos siguieron su recorrido. Por dentro rogaba

que sus grandes ojos no se quedaran clavados en una joven que le impidiera

ir. Pero esa no era su intención, solo estaba considerando la idea y el

movimiento de sus ojos era un simple gesto, pero dudaba, porque apretaba

ligeramente la mandíbula. Los distintos olores de las bebidas me hicieron

sentir náuseas.

—Oye, tengo que irme —le dijo a uno de los chicos que también estaba

en la barra. Le había hablado cerca del oído para que pudiera escucharlo

bien, pero el otro solo asintió, sonrió y le dio un fuerte apretón de manos, y

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⏰ Última actualización: Oct 30, 2020 ⏰

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El regreso de Anna CrowellDonde viven las historias. Descúbrelo ahora