Capitulo 3: El arte de la nigromancia

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"Cada vida tiene su propia imitación de la inmortalidad
Stephen King"


 «Maldita sea» , envolví mi cintura con una toalla, «hoy toca matemáticas» pensé mientras el eco de la palabra me trajo a recuerdo a la profesora Ángela "caradecaca".
Secándome el cabello, me aseguré de que nadie a mi alrededor me estuviera mirando mientras revisaba la cicatriz en mi abdomen, está parecía más prominente bajo la luz fluorescente del baño.
De repente, una jauría de estudiantes corrió por el pasillo. Un par de chicos y yo nos acercamos a la puerta. A lo lejos, reconocí a Mariana Rincón, una compañera de clase. El drama estaba dibujado en el ámbar de sus ojos.

 
— ¡Eh, Mariana! ¿Qué pasa?

Sus labios temblorosos pronunciaron las palabras que helaron mi sangre: 

— ¡Una chica de segundo se escapó de las salas de terapia!

La ansiedad cavó un hueco en mi estómago. Porque se de quién se trataba, Mariana no sabía su nombre, pero la urgencia en su mirada era inconfundible.
Los nervios me hicieron tambalear mientras bajaba las escaleras junto al gentío. Faltando cuatro peldaños para llegar al tercer piso, apreté la baranda. Las imágenes que Rebecca me había mostrado la tarde anterior se agolparon en mi mente. ¿Era eso el preludio de su muerte?
La enfermera Elizabeth gritaba por ayuda al Sr. Antonio y a Jacinta, mientras que María Luisa arrojaba cualquier cosa que se le atravesara con una fuerza sobrenatural.

— ¡Los demonios visten de blanco! —

Su aspecto era más envejecido, y su ropa completamente manchada por sangre vieja; Desesperada, se arrancaba mechones de su oscuro cabello y grito.
—Virgencita, protégeme con tus rayos cegadores.
La Dra. Villasmil llegó junto con Jacinta, María Luisa al verla, grito con más horror, exaltada comenzó a correr de un lado al otro buscando una salida a su tortura. Al final del pasillo los cristales del ventanal fueron quebrados con su cuerpo cayendo al vacío de la muerte.
Todos corrieron para verla. Yo me aferré a la baranda, sintiendo cómo el aire volvía a llenar mis pulmones. El sonido de su caída resonó en mis oídos. Y ese horrible golpe trajo a memoria la caída de Paula, ese sonido que había quedado grabado en mi memoria para siempre.
Como si mis recuerdos se tambalearan eternamente, me acerqué al ventanal para observar a María Luisa. Siguiendo la imagen que Rebecca había pintado en mi mente, allí estaba ella: inerte, retorciéndose sobre un colchón de órganos y huesos desparramados.
— ¿Sobrevivió? —preguntó Mariana, con las manos temblorosas en su rostro, dirigiéndose a su compañero Sebastián Hazas.
—Es una caída de diez metros, Mariana — alcance a escuchar su respuesta.
Desorientado, regresé a la ducha. "Necesito vestirme y buscar a Paula". Llevé una mano a mi cabello y me aferré al mesón del lavabo respirando profundamente.
La atmósfera parecía pertenecer a otra dimensión. Alcé la mirada y, frente a mí, el reflejo de Rebecca me observaba desde la puerta. «Hija de puta».

Encontré a Paula tal como la imaginé: con el corazón destrozado y los ojos llenos de una tristeza abrumadora. La abracé con fuerza acariciando sus cabellos, y permanecí a su lado en su habitación. A mediodía, la directora Natalia notificó a los padres de María Luisa sobre su muerte. Sin embargo, no hubo respuesta. Humanatico esperó un día, luego dos y finalmente, la directora decidió enterrar el cadáver en la misma fosa común que Estela Leal.Los sentimientos de los padres de María Luisa eran superficiales. Paula reveló que su amiga no ignoraba el desprecio que sentían por ella, una vergüenza que los llevaba a negar su existencia incluso en vida.


La noche del entierro dejando a mi hermana en su cuarto, pasé frente a la habitación de María Luisa y me di cuenta cuando ya estaba a tres pasos de distancia, Regresé; la puerta estaba cerrada pero sin llave, un llamado desde adentro me instó a abrirla lentamente. La energía póstuma de María Luisa parecía vivir su vida de muerta. La sensación de ser vigilado desde algún rincón es inquietanteSu cama estaba meticulosamente arreglada, su celular descansaba descargado sobre la mesilla de noche y la peinadora contenía sus cosas de viva. Todo me recuerda a María Luisa y a mi hermana embadurnándose la cara de maquillaje, mientras que María Luisa peinaba su larga cabellera. Desde el closet su ropa arrugada cuelga sin vida. La habitación está llena de ella, impregnada de una tristeza sublime. Pareciera como si sus objetos supieran que ya no serian más suyos, y la lloran en silencio.Me senté en su cama, y al mover la almohada, un pequeño papel sobresalió de una de las esquinas. Lo aparté con la mano. Era una estampita de la virgen con un escrito en creyón rojo:
"No y no. No negaré que veo los rayos de la virgen, eso es lo que ellos quieren."
Suspiré con una enorme tristeza. Dejé la estampita sobre la almohada y desde la puerta, me despedí de todo por última vez. Antes de cerrar el cuarto una luz iluminó el lugar con rayos cristalinos y blancos, provenían de la imagen que había dejado sobre la cama.
«¿Los rayos de la virgen?». Los tejidos de mi corazón se apretaron ante la tristeza. ¿ Son reales después de todo ? . Cerré la puerta con nostalgia y caminé hacia mi habitación.
                                                                                               

Inframundo: La historia de los renacidosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora