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El reloj marcaba las 13:00 hrs del día, afuera se sentía la gélida brisa de un otoño bastante tibio, de esos en los que el viento roza las mejillas y trae recuerdos de años atrás en los que la vida parecía menos difícil.

Pasaron 30 minutos, lo sé, los había contado, por un momento pensé que no llegarías, que aquella nota que había dejado en la hoja número 10 de tu libro de anatomía se había caído o alguien la había tomado; tal vez alguno de tus pretendientes, esos tipos envidiosos que no se atrevían a hablarte por miedo al rechazo. Aunque, tú no eres así, nunca lo fuiste en todo el tiempo que fuimos mejores amigos, pero aún con eso estoy pidiendo con todas mis fuerzas que hubieras leído esa nota.

Te conocí un verano, estabas recogiendo hojas secas que se habían caído del árbol de la escuela, tus manos estaban llenas de tierra y tenías esa hermosa sonrisa que salía cuando algo te emocionaba. Tan adorable... con un toque de dulzura.

Probablemente ahí fue cuando todo empezó, un hermoso verano en donde los días eran más largos y las noches más cortas.

Siento haber tardado tanto, Tae.— dijiste con la respiración entrecortada, mientras tocabas mi hombro y te recargabas en este al mismo tiempo que una sonrisa aparecía en tus labios mostrando tus hermosas gomitas rosas, probablemente habías corrido.

Yo te hubiera esperado toda una vida de ser necesario.

Ni que lo digas, recién llego también.— mentí.

Reíste porque claro que sabías que eso no era verdad y en ocasiones me hubiera gustado que no me conocieras tanto.

Te invité a un festival de Jazz al aire libre, caminamos sin decirnos mucho, esa fue la primera vez después de tanto que decidiste quedarte callado, caminaste con la mirada perdida; pero he de admitir que con el tiempo me acostumbré a ello, cuando te sentías incómodo o algo no te gustaba simplemente te limitabas a eso, un día eras el Doyoung eufórico, al otro alguien más sensible y después eras el chico que necesitaba de su espacio para sentirse en calma.

Llegamos a un pequeño terreno, habían parejas y una que otra familia esperando a que los instruméntales hicieran acto de presencia, tú llevabas en tus manos una pequeña manta color amarillo con un lindo pato en medio, la colocaste sobre el césped sin importar qué estaba mojado, te sentaste y palmeaste a tu lado para que hiciera lo mismo.

Me recibiste con una sonrisa y yo te la devolví con un ligero guiño que tú no pasaste desapercibido ya que tus mejillas tomaron ese color carmesí que tanto anhelaba ver.

Y de nueva cuenta... el silencio nos ha inundado, la distancia nos ha traído de regreso por el mismo camino, el de tierra húmeda y tardes de lluvia, el de días contigo y noches sin ti. 

Te encogiste colocando tu barbilla sobre tus rodillas, cada nota eran los días y las horas que se fueron, las palabras que se hundieron entre los recuerdos y los besos que flotan hoy en el cielo. Un cielo del que hoy se cuelga tu sonrisa, iluminando el atardecer.

Terminamos como eso de las seis de la tarde, en todo ese tiempo escuchamos cada canción, cada compás, escuché cada sollozo tuyo y te pasé casi dos pañuelos por hora para que pudieras limpiar tus lágrimas. No dije nada, sabía que nada de lo que dijera te haría sentir mejor, pero lo que sí sabía es que habías soltado todo lo que desde hace meses te estaba atormentando, lo sacaste, me diste la oportunidad de ver tu parte más sensible y agradezco haber sido yo quien te veía no sólo en tus mejores sino también en tus peores momentos.

Me enteré que te ibas dos días antes de haberte invitado al festival, me sentí herido, enojado y tal vez tenía impotencia...

impotencia por ti

festival ┊taedo ᬉ۫Donde viven las historias. Descúbrelo ahora