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Gritos, y más gritos. Casi alaridos quebrados que trataban de formar palabras. Su madre, con lágrimas corriendo bajo sus mejillas manchadas por el maquillaje en los ojos, sosteniendo lo que parecía ser un florero. Su padre, enojado hasta las trancas unos pasos en frente de mamá, gritando mucho más alto que ella.

La razón, no lo sabía, cómo lo sabría.

Veía desde la rendija que dejaban las escaleras y que esperaba no lo vieran allí escondido, tiritando de temor, asustado de tanto alboroto.

Diez años, tan solo una década de vida. No sabía qué le depararía el futuro, pero en lo único que pensaba era en estar en su cama, bajo las frazadas, tal vez riendo de algún chiste tonto de su padre mientras su mamá reía torpemente diciendo lo ridículo que sonaba. Pasando buenos ratos, era un niño, vamos, él solo necesitaba y merecía momentos para ser recordados, no estos malos ratos viendo a sus padres pelear.

Enfurruñado con ese pensamiento, subió hasta su habitación y se encerró. Sería lo mejor.

Sus ojos pararon en la casa, la casita de muñecas que tanto había rogado por tener.

"El Paraíso del Fukurodani"; había rezado el comercial, y unos personajes más monos que llamaron su atención y que de los cuales solo pudo tener uno, el ace, la razón; "los accesorios se venden por separado", vaya chorrada.
En cuanto sus padres supieron lo que quería por su cumpleaños automáticamente pensaron que se estaba juntando con "malas influencias", ¿Estaba mal que quisiera jugar con muñecas y no con carritos? Él no lo sabía, cómo lo sabría, solo era un niño.

Akaashi Keiji, con diecisiete años ahora, sigue pensando lo mismo, sentado en el piso de su habitación empacando la casa en una caja por la inminente mudanza que iban a tener. Seguía pensando que no había problema con que él jugara con muñecas y balones de Volleyball y no con carritos y balones de fútbol que cualquier chico de su Instituto tenía.

¿Las peleas? Claro que habían seguido a lo largo de todos esos años, nunca quiso saber la razón, después se enteraría, el problema radicaba en que el había desarrollado un instinto en contra de los problemas y de los tonos de voz altos.

Ahora, la otra cuestión era y recaía en que sus padres no lo soportaron más y se separaron.
Por esa razón se encontraba empacando para mudarse con su padre a un pueblito en otra prefectura. Qué más daba.

Escarbó dentro de la casilla y sacó el único muñequito que le habían permitido tener en conjunto con la casa, era extraño, él, Akaashi, no el muñeco, el muñeco era perfecto. Si tuviera vida Keiji podía jurar que lo vería dando vueltas y gritando y siendo enérgico por ahí, siendo un sol resplandeciente en la más lúgubre oscuridad. Su cabello, su expresión denotaban tanto resplandor, hasta su propio nombre; "Bokuto Kōtaro". Un jugador de voleibol rezaba la caja y terminaba de confirmar su pequeño uniforme blanco y negro con un cuatro estampado en la camisa, era-

-¿Terminaste?

El hilo de pensamiento se vio interrumpido por su madre entrando en la habitación y apoyándose en el marco de la puerta mientras lo veía con una sonrisa.

-Sí, ya tengo todo.

-Está bien, la cena estará lista dentro de un rato.

-Está bien.

Esperó a que diera media vuelta y escuchar sus pasos perderse.
Miró a Bokuto, cómo lo había cuidado en todos esos años. Sí que lo había hecho, todos sus personajes incluidos estaban en perfectas condiciones. Parecía como si los hubiese recibido tan solo ayer.

·

-¿Estás seguro que no te dejas nada?

-Qué sí.

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⏰ Última actualización: Dec 07, 2020 ⏰

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