De cristales y vidrios rotos

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Nunca existió una noche tan dramáticamente hermosa como la de aquel 22 de Noviembre de 1589. 

La mansión era conocida por las espectaculares fiestas organizadas por la familia. Contaba con los mejores y más coloridos jardínes. Sus salas estaban decoradas con los muebles más finos y los candelabros mejor pulidos. Las arañas con detalles en oro y cristales colgaban del techo, alumbrando toda la estancia y dándole un brillo particular. Las paredes estaban adornadas por los cuadros más bellos y costosos de la época. 

Al fondo de la sala, se encontraba una banda que era de todo menos pobre y, en el centro de la sala, se ubicaban todas las parejas que bailaban con pasos dulces y alegres al ritmo de la música. A los costados, se arremolinaba la gente que llenaba el aire con sus carcajadas y murmullos, típico y digno de una fiesta como aquella.

Los días en que la familia hacía celebraciones como aquella, eran memorables. Lo que nadie esperaba, era que aquella fiesta quedase particularmente grabada en sus memorias. Y no exactamente por las mejores razones.

Aquella noche se conmemoraba el cumpleaños número quince de la primera y única hija del viejo matrimonio Aubriot. La muchacha había sido dotada con una belleza incomparable, un carácter suave como la misma seda y una inteligencia tajante como un vidrio roto. Está demás decir, que era la envidia de todas las jóvenes del reino. No solo por todo lo anterior, sino también por ser la única heredera a toda la fortuna de sus padres.

Camille Aubriot era, claramente, una de las mujeres más deseadas de aquella ciudad. Más de un hombre había quedado atrapado en los pétalos de belleza y encanto de aquella muchacha. Todos la admiraban y soñaban con tenerla como esposa. Sería imposible calcular la cantidad de poemas delirantes que habían sido escritos acerca de ella y la cantidad de pinturas dedicadas a su nombre. 

Como si fuera poco, en esa noche la heredera estaba particularmente bella. Llevaba un vestido hasta el suelo de gasa fina y dorada, que hacía juego con las finas trenzas que decoraban su cabeza. Los invitados la felicitaban con respeto y, a veces, algo que podría ser tomado como todo lo contrario. 

Toda la gente de élite se había presentado al evento. Por eso es que fue inevitable la sorpresa general al ver a Richard Durant, el supuesto amado de la doncella. 

Millones de rumores se habían contado acerca de los dos jóvenes y su supuesta relación. Se decía que los dos se habían amado tan fervientemente que casi se les hacía imposible mantener su amor en secreto. Él solía buscarla por las noches y se escapaban juntos a lugares que solo los enamorados conocían en sus mentes y corazones. Se rumoreaba acerca de las cartas con versos románticos que corrían entre ellos, aunque nunca se encontraron pruebas exactas. Cualquiera se preguntaría ¿Cómo pudo terminarse de un día para el otro, un amor tan aparentemente fuerte como el de ellos? Pues la respuesta a eso resulta bastante simple: los señores Aubriot habían comprometido a su hija en matrimonio con el infinitamente millonario de buen nombre, Harold Westminster. La joven aceptó obedientemente la decisión de sus padres, y desató la ira y la locura en su amado. Desde aquel día, se comenzó a rumorear que el joven Richard no había vuelto a ser el mismo. El saber que nunca vovlería a estar con la muchacha y que pertenecería a otro hombre, no solo lo llevó a más de un intento de suicidio, sino también que a desarrollar un odio indescriptible por Camille, quien no había hecho nada para oponerse al compromiso.

En lo que a Harold Westminster respectaba, era a su vez un notable invitado en la fiesta ya que también se celebraba un año de compromiso con la quinceañera. El caballero era un hombre adinerado, de buena familia y de edad razonable de un poco más de veinte años. De todas formas, no era particularmente apuesto. Tenía ojos saltones y nariz ganchuda, además, ya se comenzaban a ver algunos cabellos blancos entre la melena castaña. El muchacho era bien conocido no solo por su fortuna, sino también por su ego aún más grande. Sabía quién era y se encargaba de dejárselo claro a todo el mundo. Y, el hecho de tener a la bella y deseada Camille Aubriot como futura esposa, no hacía más que aumentar su carácter ególatra. Aún así, al señor Westminster se le habían conocido decenas de mujeres, que se veían saliendo de forma furtiva de su mansión segundos antes del alba. Con cada día que pasaba, la cantidad de mujeres que podían decir que habían pasado por la cama del señor crecía sorprendentemente. Al oír lo del compromiso, todas sus mujeres aumentaron su odio por la joven de cabellos dorados. Como si no fuera poco con todo lo que tenía, debía llevarse a uno de los hombres más millonarios del pueblo con los que, la mayoría de aquellas mujeres, esperaba poder casarse.

Las más claras amantes de Westminster con odio hacia Camille eran, sin duda, las hermanas Allamand. Ambas, Dafne y Garance, habían pasado por la cama del adinerado y habían sido las que más duraron como amantes del caballero. La más grande de las dos, Dafne, había sido la primera en entrar en esta especie de concurso. Había frecuentado la mansión del millonario por un poco más de una semana y mucha gente se animaba a decir que en cualquier momento le pediría su mano en matrimonio. Pero luego, de un día para el otro, el señor Westminster dejó de necesitar o pedir su presencia, como quien termina un dulce y tira los restos a la basura. Días después, comenzó a prestar mayor atención a la hermana menor de la familia. Eran obvias las contiendas internas que se habían formado en la familia pero, como la madre de las muchachas solía decir: "mejor que se case con tu hermana que con una de otra casa". Garance, la más pequeña, había durado dos semanas exactas visitando al caballero e incluso le había pedido matrimonio, no formalmente pero si entre susurros entre ellos, así ella juraba. Aún así nadie creía que esto fuese cierto debido a que, unos días después de que la supuesta propuesta furtiva tomase lugar, Harold Westminster ya tenía una nueva amante en su casa y la oferta para desposar a la señorita Aubriot en pie. 

Era difícil de creer que una niña de quince años, tan dulce e inocente como Camille Aubriot, pudiera ser odiada tan fervientemente por tanta gente. Aunque aún más difícil de creer resultaba que alguien hubiese sido capaz de matarla. Que el odio hacia ella pudiese ser tan fuerte. 

¿Quién había sido el culpable de la muerte de la encantadora joven? Nadie jamás había sido capaz de encontrar la evidencia suficiente como para culpar a alguien. 

Lo único que podía darse por cierto era que la fiesta había sido un éxito, hasta el momento de la tragedia, claro está Todo el mundo bailaba y reía. Camille Aubriot tenía todos los turnos de baile ocupados para bailar con casi todos los hombres invitados a la maravillosa fiesta. La joven aceptaba los elogios con cortesía y sonreía a los invitados ¡Hasta había dejado que Harold Westminster le diera un beso en la mejilla frente a todos los invitados! Sus padres sonreían ampliamente felices al ver lo que parecía alegría en el rostro de su hija. Aunque de eso ellos nada entendían. Los modales pueden ser bastante confusos, sobre todo cuando son dichos con una voz tan melodiosa y una sonrisa tan alucinante. 

A mitad de la noche, aproximadamente, Garance Allamand echó su bebida de forma muy inocente sobre el vestido de la homenajeada. Cualquiera hubiese dicho que esa había sido la tragedia de la noche, todo el mundo arremolinándose alrededor de la joven como si en lugar de un vaso con algo de licor, se hubiese caído un puñal sobre su pecho. Camille declinó todas las ofertas de ayuda con respeto y se fue lo más discretamente posible a su habitación para cambiar de vestido. Lo que todos desconocían, era que aquella sería la última vez que verían a la joven con vida. 

Después de que pasaran más de veinte minutos desde que la señorita había subido a cambiarse, su madre subió a ver si estaba bien. Lo que se encontró no se merece verlo ninguna madre.

La chica estaba desnuda sobre un charco de sangre en la alfombra de su habitación. Su cuerpo estaba tan cubierto por cortes que, de haber sido otra la situación, casi habría resultado imposible reconocerla. Estaba desfigurada. La luz de la luna llena se colaba por la ventana, dándole a toda la escena un toque aún más fantasmagórico, si es que era posible. 

Cómo ocurrió aquello, era un misterio para todos. Aunque nada detuvo a los rumores que comenzaron a correr más rápido que el viento al oír la noticia. Algunos decían que Richard Durant se había ausentado justo en el momento en el que la joven había subido a su cuarto y que seguramente había sido su locura la culpable del asesinato. Otros opinaban que las responsables habían sido las hermanas Allamand, en una confabulación familiar. Pero nunca se había encontrado evidencia que incriminara a ninguna persona en particular.

Las únicas pruebas que se había encontrado eran: el arma con la que se habían hecho los cortes, aunque no podían decir quién la había usado ya que ésta apareció en la habitación, a un lado de la joven; y la copa con veneno que había pertenecido a la muchacha durante la fiesta y la cual, aparentemente, no había sido la causa de su muerte gracias a que su madre juraba y rejuraba que había vigilado a su hija toda la noche y ella no le había dado ni un sorbo.

¿Había más de una persona que planeaba matar a Camille Aubriot aquella noche? Muy probablemente. 

¿Alguna de esas personas había logrado hacerlo? Eso es obvio.

Pero ya saben lo que dicen, el culpable suele ser el más inesperado. Es decir, ¿Quién hubiese imaginado que la joven escondería furtivamente un cuchillo en su vestido antes de ir a cambiarse? 

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⏰ Última actualización: Jan 22, 2015 ⏰

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