Una Boda Lúgubre

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Una noche, cuando la luna se encontraba en su mejor fase y el reloj había marcado las doce, un hombre de treinta años de edad abrió de golpe las grandes puertas de madera del salón de fiesta más popular de la zona. Caminaba un poco tambaleante debido al alcohol que había estado consumiendo desde el inicio del festejo y, mientras mantenía la vista clavada en su auto aparcado en lo más alejado del estacionamiento, pensó con una sonrisa en el rostro en los sucesos que habían acontecido en su día especial y lo que le esperaba pronto.

Ese día se había celebrado la boda de Claudia Miller y Benjamin Baker en el lugar menos poblado de la ciudad, algo un poco inusual según muchos, pero no tan inusual como el echo de que la boda se hizo muy apresurada.

Quienes conocían a Claudia Miller sabían que era una mujer hermosa y con gran corazón, de pelo rojo como el fuego y, si eso fuera poco, poseía una gran fortuna como para causar la envidia de cualquier persona y el interés codicioso de otros, como el era el caso de Benjamin Baker. Aquel hombre que hizo todo lo posible para enamorarla y ganar toda su confianza lo logró. En pocos días comenzaron a salir como pareja tan repentinamente que llamó la atención de los padres de la mujer, aunque no tanto como el día en el que ella les anunció su compromiso con Benjamin y en unas semanas sería la boda. Esto provocó una gran discusión entre la familia Miller la cual no llegó a nada, Claudia estaba más que segura del amor que sentía por su prometido. Notaron que ella empezaba a cambiar y su personalidad no era la que solía ser. Luego de una ardua discusión, los padres le vociferaron que no asistirían a la boda y, desafortunadamente, no asistieron. Probablemente si se hubieran presentado al evento habrían notado que a pesar de que su hija lucía un vestido y maquillaje costoso ella se veía muy mal. Su cara mostraba signos de la falta de sueño y unas grandes bolsas oscuras debajo de sus ojos que sus damas de honor trataron de ocultar lo mejor posible. Su cara era pálida como la tiza, parecía una especie de cadáver. Su cabellera pelirroja había perdido ese brillo rojizo que lo caracterizaba y ahora estaba cortado por los hombros de una manera peculiar como si ella misma se lo hubiera cortado de golpe.

Después de la boda, la pelirroja llevaba una gran tristeza que la carcomía con el pasar de los minutos mientras iba de mano de su marido. Las personas lo habían notado, pero no tuvieron la voluntad para acercarse a la mujer recién casada.

Ya en la fiesta que se realizó horas más tardes nadie volvió a ver a Claudia, lo cual comenzó a causar murmuros entre los invitados. "¿Dónde está? Se supone que esta fiesta es para ella", "¿Estará enferma?. No obstante, Benjamin Baker que se encontraba sentado en una de las tantas mesas tomando con orgullo su bebida se levantó de golpe y se excusó diciendo que Claudia tenía dolor de cabeza y necesitaba descansar. Luego de unas cuantas copas más, salió riendo de la fiesta directo a su auto diciendo que iría a verla.

Al llegar a su vehículo, abrió la puerta del conductor y entró sin cerrar. Habían muchas pertenencias de Claudia en el asiento a su lado, cosas de mucho valor. Ahora que estaba casado con ella poseía también la fortuna Miller. Tal vez para que ambos la compartieran y vivieran felices el resto de sus vidas. Pero...

El recién casado salió del auto sonriendo y abrió el maletero del carro, no sin antes echar una mirada furtiva alrededor. Estaba todo oscuro, pero se podía ver dentro del maletero la figura de un cuerpo apretujado junto a una caja de herramientas. Era Claudia Miller. Y no, no miró con amor a su marido como solía hacer porque ella solo tenía una expresión de horror en sus ojos abiertos. Y no, no estaba vestida con su hermoso vestido de bodas, en cambio llevaba un camisón rasgado y cubierto de manchas de color rojo. Su maquillaje había sido reemplazado por grandes cantidades de rasguños y moretones. La muerte la recibió con los brazos abiertos en su día especial.

—Me diste el mejor regalo de bodas, querida. Tengo muchos planes en mente en los que invertiré esta gran fortuna que me dejaste.

Y mirando con una sonrisa las profundas cortadas de ella entró de nuevo al coche y lo encendió para emprender su camino hacia el río más cercano donde la desafortunada Claudia sería arrojada.

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