Saint Jolie

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     ¡Al fin, al fin seré capaz de contar mí historia! ¿Pero por donde empezar? Mi nombre es Alphonse, soy un sacerdote de un empobrecido poblado al sur de Alemania, me encontraba de viaje, lejos, muy lejos; desde ya hace mucho tiempo podía hacer eso gracias al dinero que le quitaba al pueblo del diezmo.

     Era víspera de navidad, iba en una barca sobre el río Ahja, al este de Estonia, y de lejos vi un pueblo muy desolado, lo primero que pensé era que podría hacerme con esas tierras, pero mi barquero veía temeroso el lugar y decidió apartarse, yo le insistí que debíamos ir a verlo, pero el temeroso me advirtió que no fuéramos, pero yo de necio lo obligue, ¡Oh, si tan solo le hubiera hecho caso!

     Al estar cerca de la orilla él me dijo que ya no se acercaba más, yo le dije que desembarcara, y que si tanto miedo tenía que me esperara en el bote. Apenas puse un pie en tierra todo mi cuerpo se congelo, el cielo se puso negro y el agua turbia, un fuerte viento azotó los árboles y la más densa de las brumas cubrió todo el río; en ese momento decidí irme, pero ya era muy tarde, mi barquero se había marchado sin mí.

     Eran las siete de la mañana del veinticuatro de diciembre, y yo me iba a quedar en ese pueblo fantasma por quien sabe cuánto tiempo, con todo el temor del mundo avancé, de lejos logré apreciar una luz en un convento, lo sentí como una señal divina, al llegar al lugar ví que estaba repleto de monjas, quince monjas para ser exactos, todas pálidas y mudas, con una mirada de asombro me vieron, y una de ellas me señalo un cartel que estaba en una pared, que decía: cuidado con él búho de ojos naranja. Yo estaba repleto de preguntas, sin saber qué hacer y muy asustado, otra de ellas me enseño un carta, en la que me contaba que pasaba, pero para cuando la terminé de leer, quedé con más preguntas que respuestas; decía que la niebla solo se disipaba cada luna azul, según recordaba de mis clases en la escuela eso era cada tres años, también me decía que no hiciera ningún ruido en las noches, ya que un búho negro de ojos naranja que estaba en la rama de un árbol en el centro del pueblo vigilaba todo, pero que de noche no querría averiguar qué ocurría con él, específicamente entre la media noche y la una de la madrugada. Por último, me escribió que yo no era el primer viajante que llegaba ahí, pero que si pasados los tres años lograba salir iba a ser el primero.

     Horrorizado por lo que había leído salí corriendo hasta los límites del pueblo, pero por más que avanzaba en la niebla, volvía a ver el pueblo a lo lejos, entonces corrí en dirección contraria, pero ¡volvía ver el pueblo! En ese momento fue cuando a lo lejos, en la niebla, logré diferenciar un par de ojos anaranjados mirándome fijamente, helado del susto, no supe que hacer, por instinto corrí al convento, una de las religiosas me trato de calmar, me ofreció un poco de comida, en una nota me decía que todos los días podría llegar a comer, también me recordaba no hacer ninguna clase de ruido.

     Ya llegaba la noche, yo buscaba entre las casas una que me pudiera servir como refugió, por fin encontré mi morada, estaba muy asustado, no comprendía que pasaba, si estos tres años iban a ser un castigo por mi codicia, de pronto sonaron las doce de la noche en una campana que estaba a la entrada de este maldito pueblo. Y apenas sonó eso, escuche a la más feroz de las bestias gritar, me heló el alma, estaba a punto de llorar, se escuchaba que se acercaba, y sonaba la voz de una mujer llamando a mi nombre, muerto de miedo, me asome por una grieta en la pared; todavía hoy en día no me logro explicar que fue lo que vi, no había niebla, solo la luz de la luna que iluminaba el pueblo y vi a la horrible criatura, un ser sin forma, negro como las tinieblas, con múltiples brazos y bocas por todo su cuerpo; al ser la una de la madrugada desapareció la voz que me llamaba.

     Al ser el alba, yo no había dormido nada, estaba asustado, y decidí ir al convento, y pasar el día con las monjas, mas tarde decidí conocer un poco ese pueblo maldito. Todas las casas eran de piedra, estaban amuebladas y hasta ropa había en ellas, era como si los habitantes de ese pueblo simplemente se hubieran desvanecido.

     Así pasaron mis días y noches, no sabía que pasaba, solo trataba de evitar el endemoniado búho posara sus ojos en mí, pero el no se movía del centro de la ciudad, mi primer año ahí fue lo peor, sentía que me iba volver loco, llegue a perder la cordura yo creo, pero el al menos poder ver a las monjas me hacía mantenerme cuerdo y recordar que no estaba solo en ese lugar. Todas las noches a la media noche escuchaba a la bestia gritar mi nombre mientras se movía por el pueblo.

     Ya habían pasado dos años, me traté de quitar la vida varias veces, pero no pude, las monjas seguían evitándolo, no entendía por qué lo hacían, que beneficio podrían obtener ellas con que yo siguiera ahí.

     Una noche de lo que yo creo que era abril, ya de mi último año, escuche gritos horribles, como el más violento de los asesinatos, a la mañana siguiente, todos los edificios cercanos a la plaza central del pueblo estaban llenos de sangre, parecía la más macabra escena que alguien pudiera imaginar, me llamo la atención que él búho no estaba ese día, y que las hermanas estuvieran fuera del convento rezando en ese lugar, viendo esa escena tan espantosa, noté que ya solo había catorce monjas.

     Por muchos meses pensé que las monjas estaban exentas a la maldición, pero esa mañana me di cuenta de que no era así. Una de las monjas, al finalizar las oraciones, se me acerco y me enseño otra hoja, en esta me explicaba que ellas vivían ahí en perpetua oración, con el propósito de evitar que el demonio que habitaba en ese lugar lograra llegar a los pueblos aledaños y así evitar una masacre.

     Ese día en la noche el monstruo no apareció.

     A la mañana siguiente fui al convento como de costumbre, estaban retirando las pertenencias de la hermana difunta, entre ellas logre ver un espejo y me vi por primera vez en 2 años y medio me pude ver, no me podía reconocer, pálido, lleno de barba, con ojeras y los ojos apagados, como si ya hubiera perdido la voluntad de vivir, y así era, pero después de que las monjas me salvaran tantas veces, y estando tan cerca de mi libertad no me podía dar por vencido, las monjas me ofrecieron el cuarto de la difunta para poder dormir ahí.

     Llegando agosto, todas las monjas y yo no podíamos dejar de hacernos una pregunta, donde estaba el búho, desde el terrible asesinato de una de las monjas, no volvió a aparecer, ni si quiera en las noches.

     Habiendo pensado mucho las cosas le escribí a las monjas un plan, si la presencia de Dios ahuyentaba a la criatura, ya que ese era el propósito de ellas en ese lugar era ese, pues íbamos a cubrir todo el pueblo en crucifijos, y como yo soy sacerdote podía bendecir el agua río, y empapáramos cada roca, cada casa, cada planta y cada mueble. Así ellas también serían libres, y la noche del veintitrés y la madrugada del veinticuatro de diciembre de cada año durante la luna azul volveríamos a hacer lo mismo para así dejar sellado el espirito de ese demonio, entonces pusimos en marcha el plan, aunque fue un poco difícil convencerlas.

     Llego el veintitrés de diciembre, y en el momento que la niebla se disipo, salimos corriendo, al amanecer llegamos al pueblo más cercano, donde me topé a mi barquero y le di un abrazo, él estaba sumamente sorprendido de volver a verme.

     Y así me quede a vivir en ese pueblo con las monjas y cada tres años el veintitrés de diciembre volvemos al pueblo a repetir el proceso y evitar que el monstruo salga, aunque ya no lo vemos sabemos que su espíritu sigue ahí. Yo por otra parte, cambie mi vida, deje de ser un hombre avaro, y me dedico a evitar que las demás personas sufran mi destino, en cuento al pueblo, llamamos a ese lugar en nombre de la hermana muerta, y así adquirió el nombre de Saint Jolie. Y así hoy te cuento esta historia a ti para que no sufras lo que yo.

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