• CAPITULO 26 •

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>Evan<

Desperté, tenía la cabeza recargada en el pecho de Ramiro mientras sus brazos se aferraban a mi cintura como si no quisiera dejarme ir, ambos seguíamos desnudos debajo de las sábanas y la sensación era extraña al sentir mi piel desnuda rozar con la suya. Me quité de su agarré para tomar una baño y quitar todos los fluidos sobre mi cuerpo.

Ya en el baño me observé en el espejo y observé las cicatrices que adornaban todo mi torso, sonreí al sentirme inalcanzable para muchos aunque los moretones me invadieran el pecho.

—¿Evan?

—¿Ramiro? —Me paré de puntas para darle un beso pequeño, aunque me arrepentí al darme cuenta de que posiblemente mi aliento era asqueroso—. Buenos días.

—¿Cómo amaneciste?, ¿te duele algo? —Negué con una sonrisa mientras me acomodaba el cabello y sonreía al espejo irradiando un brillo que creí extinto en mí.

—Lo normal, todo el jodido cuerpo —Me di medía vuelta y observé su pecho tan sexy—. ¿Y tú cómo amaneciste?

—Muy bien.

—Y apestoso —Salí del baño riendo por la posible cara que colocaría al oír mi comentario—. ¡Báñate, mugroso!

—Ya lo haré, gritón —Con la connotación que ese comentario tendría de ahora en adelante me ardió el rostro de vergüenza.

—Te contestaría sexy, pero solo bañate —Cerré la puerta y comencé a recoger las sábanas sucias de la cama.

El cuarto estaba hecho un desorden, nuestros pantalones estaban en la puerta y mi boxer sobre la casa del hámster que a esta hora tenía que colocar en su bola para explorar, era un ser nocturno, pero al parecer siempre parecía tener energía.

—Ahí vas pequeño —Coloqué con mucho cuidado al roedor y lo dejé explorar libremente el cuarto, estaba un poco cansado y era muy normal, aún era temprano.

Cambié las sábanas de su cama y guardé todas nuestras compras en los cajones a lado de las camas.

—¿Crees que vengan temprano? —Salió con una toalla en la cabeza y una playera rosa mexicano con un short color azul—, ya tengo hambre

—Y se supone que el tragón soy yo —Me senté sobre la cama y una ligera sonrisa se formó en mi rostro al recordar todo el día de ayer.

Ramiro acomodaba sus pastillas y yo le hacía unos ajustes a mi oxígeno para poder traerlo todo el día, tenía que colocarle una cierta cantidad de agua.

Tocaron a la puerta, era muy extraño porque siempre entraban sin autorización, era una ley horrible, pero no podíamos quejarnos.

—Adelante.

Entró un joven de cabello castaño claro y ojos cafés al cuarto, se veía demasiado joven, pero más viejo que nosotros.

—Buenos días —Habló nervioso, yo sonreí para que no se sintiera así y Ramiro le ofreció una de las galletas que me había robado.

—¿Buenos días?

—Me llamo Ángel —Traía un carrito como los que las enfermeras usualmente tienen para una prueba, su bata blanca tenía el logo de una escuela y estaba arrugada por cualquier ángulo en que la observaras—. Soy su internó asignado.

—Me llamo Ramiro y ese de ojos azules es Evan —Levanté la mano en forma de saludo, parecía no hablar mucho.

—¿Y a qué vienes, Ángel?

—Necesitan una gasometría arterial de ambos.

—¿Y lo harás ahora o te quedarás en la puerta? —Bromeé, mientras Ramiro se sentaba a mi lado, apretaba con tanta fuerza la orilla de su bata—. ¡Hey!, Tranquilo.

HASTA EL ÚLTIMO SUSPIRODonde viven las historias. Descúbrelo ahora