Perdí la inocencia. Perdí el valor. Perdí a Mike. Perdí a Laura. Ellos fueron mis amigos, ellos fueron mi familia.
Perdí a la de ojos violeta. Perdí la capacidad de amar. Perdí la confianza y perdí la seguridad. Perdí la fuerza física y la resiliencia que me daba un soporte mental. Perdí el valor. Perdí la bondad.
Algunas veces, pierdo el rumbo. ¿En dónde estoy? ¿A dónde voy?
No es autocompasión porque acepto que este es el infierno que debo pasar. He perdido esa belleza de cuerpo superficial. Y en el sexo duro solo una vez dentro del tiempo promedio. Mi cuerpo se siente débil. Mis rodillas crujen. Mis talones me hacen caer. Estoy vacío. Cierro mis puertas emocionales porque la humanidad me desagrada; solo me aterra, solo me enferma. Aquellos que se quejan del amor; pero juegan con los sentimientos.
Todo es egoísmo. Todo es conveniencia. Busca tu beneficio.
Malditos interesados. Aquellos quienes no aprenden del dolor y buscan compartir el mismo. Quejarse de manera hipócrita.
... Y mi humanidad me ha hecho creer en lo mismo. No importa si una o varias, debo aceptar mi culpa.
Me han abandonado un par de veces entre las sábanas. Hace poco me lo han recordado.
No confío en los que se me acercan así que... suerte a los que permití quedarse.
Me impuse mi soledad. Alejaré a todo aquel que no me sirva. Solo lloraré para Mike, para Laura; nadie merece ver mis lágrimas.
Perú no es mi hogar. Me resigno al aceptar volver a mi ciudad; pero entre sollozos golpeo a los troncos. En llanto, mientras grito al cielo pidiendo que se me escuche alguna vez, tal vez. Que se pudran los cimientos grises y los rostros desconocidos. En mi corazón, cada vez que lo pienso, late con fuerza —sangre cálida como un abrazo, besos al palpitar— el deseo entre bosques, en aquella casa por construirse. He allí mi hogar. Quizás así recuerde, quizás así sienta. Quiero sentir... Quiero... Por favor... por favor...
Por favor, devuélvanme a mi hogar.
