—¡Hijo de puta! —gritó un guardia velinés desde atrás de la embravecida llamarada. Delante de él, sus compañeros, una cuadrilla de una docena de hombres, fueron envueltos en una mortífera ola de disparos abanicados de flamas.
Bloaize corrió en paralelo a sus enemigos con su mano derecha elevada. Mientras lo hacía, la marca de luz que se hallaba en la punta de sus dedos mantenía los sucesivos lanzamientos. Eran pequeños manchones anaranjados que llovían horizontalmente, envolviendo en una terrible hoguera a los desafortunados perseguidores.
Gritos por aquí y gritos por allá. Caos. El olor de la carne chamuscándose.
Los pobres guardias caían uno tras otros con sonidos secos, de metal contra metal. También se escuchaba el furioso sonido del fuego, como un huracán rugiendo por su libertad. Ninguna armadura protegería a una persona de un ataque de ese tipo. Las llamas envolvían todo el pasillo reproduciéndose una tras otra, como reclamando que ese espacio era ahora de ellas. Allá al fondo estaban los supervivientes, sin saber qué hacer para salvar a sus compañeros, y menos para atrapar a Bloaize.
El egnarano no desaprovechó la chance y una vez que la brillante luz de la Convergencia cesó, echó a correr en dirección opuesta a los soldados.
Ya estaba hecho. Había quemado todas sus herramientas, literalmente. No le quedaba un solo hechizo que pudiera usar en ese momento. Si se encontraba con un tipo de esos siniestros, sería su fin de verdad.
Con las vueltas que había dado bajando escaleras tras escaleras, y corredores tras corredores, le era imposible saber hacia dónde iba. Más encima Iriadi había desaparecido otra vez. ¿Dónde se había metido esa maldita mujer ahora?
Bloaize llegó a un punto en que se sintió más vulnerable que nunca. No sabía adónde iba, no tenía como defenderse (a parte de su daga), no ubicaba a sus compañeros y no existía una salida. Estaba todo perdido.
Para que lo encontrasen era solo cosa de tiempo.
Su cuerpo se volvió pequeño. Las frías y grises paredes de La Coraza parecían extenderse como sedas hacia las lejanías, arrastrando con ellas las luces que con su antinatural luz se reían en su cara. El rígido techo se alejaba como si el hombre se volviera enano. El lugar entero comenzaba a abuchearlo, lo presionaba, diciéndole sin ningún sonido, que todo lo que hiciera sería en vano.
Mientras seguía moviéndose, su mente se volvió a aclarar. En los alrededores se oían gritos de socorro desde diferentes direcciones, pedían ayuda para apagar las llamas y para atender a los heridos. Cuando Bloaize llegó al piso inferior, se percató de que el fuego había avanzado a lo largo de todo el pasillo superior. Entonces supo que había provocado un problema todavía mayor para los dueños de casa.
Era terrible.
Terriblemente beneficioso para él, tanto que le asqueaba que tuviera que pisotear a otros para lograr su cometido.
Pero si el incendio dañaba la estructura a niveles colosales y alcanzaba órganos delicados, podría no solo poner en riesgo a La Coraza, sino que a Terunai entera.
¡Bloaize podría convertirse en un asesino masivo!
Millones de inocentes se perderían en lo que había llamado, "una misión para salvar vidas". Recordaba haberle dicho a Trechiv algo de ese estilo, como creyendo que traería bien al mundo con sus acciones. Y aquí estaba ahora.
«Bendito Ormun, perdona mi estupidez y atrevimiento, pero te pido que si esto se va al carajo protejas a los inocentes. Aunque sean velineses», pensó. Luego se ocultó de un grupo de personas alteradas que se dirigía a las escaleras. Llevaban mangueras y baldes con agua.
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Crónicas de Hayinash
ФэнтезиUn muchacho llamado Trechiv se adentra en una gigante ciudad voladora: Terunai, la capital de Veliska. Aquel reino que ha prosperado como jamás lo había hecho desde hace quince años atrás. El motivo de su visita debería ser claro, pero grande es su...