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-Si usted quería a Richard Saks, ¿por qué quiso cargarle con la culpa de un asesinato?

-Yo solo quería que él sufriera un poco todo lo que yo pasé. Cuando lleven el cadáver de Catherine a la ciudad, y le hagan la autopsia, encontrarán el cianuro y el chocolate en su estómago y sabrán que Richard no fue el asesino. Para entonces, la vieja señora Ruggles y ano estaría en el tren, habría desaparecido para siempre.

<<No, no lo conseguirás>>, pensó Tom. Tensó sus músculos, dispuesto a lanzarse contra la mujer, pero en ese momento se oyó llamar a la puerta y ella levantó el revólver.

- ¿Quién es? –dijo la señora Ruggles, con la voz de señora mayor.

-El mozo, señora. ¿Quiere que le traiga un poco de té?

-Esta tarde no, gracias.

- ¿Va todo bien?

-Estupendamente –dijo la señora Ruggles, sonriendo a Tom -. Está conmigo un joven que ha venido a tomar unos bombones.

-Pues que lo pase bien –dijo el mozo.

¡Bombones! Tom se sintió mal al comprobar con cuánta facilidad podía haber sido envenenado. Su trabajo de detective la había metido en un lío del que no sabía cómo salir.

-Y ahora –dijo la señora Ruggles- ha llegado el momento de eliminar al joven Tom Austen.

-Usted no disparará contra mí –dijo Tom, tratando de parecer valiente.

- ¿Te apuestas algo?

Sin dejar de encañonar a Tom, la señora Ruggles se acercó a la ventanilla y miró hacia la cabecera del tren.

-Estupendo –dijo -. Ahora tengo una oportunidad.

-No podrá salir bien de esto –dijo Tom-. Entréguese a la policía.

La señora Ruggles se echó a reír.

-Eso suena a película de televisión. Ahora escucha atentamente, muchacho. Vamos a salir del departamento y nos dirigiremos hasta el final del coche-cama. Llevaré el revólver bajo mi chal, y si algo sale mal te mataré.

-Si lo hace, irá a la cárcel.

-No olvides que ya he matado a otra persona. Un cadáver más no va a importar mucho.

Tom sintió un escalofrío al recordar la manta gris que tapaba el cuerpo de Catherine Saks cuando lo sacaron del tren. Sería mejor que obedeciera, porque, si no, también él saldría del tren con los pies por delante.

-Abre la puerta.

Tom hizo lo que se le ordenaba, esperando ingenuamente que hubiera una docena de policías aguardando a la señora Ruggles, para echarle el guante, pero el pasillo estaba vacío y silencioso, a excepción del traqueteo de las ruedas.

- ¡Rápido! –dijo la señora Ruggles, empujando a Tom por detrás con su bastón.

Recorrieron el pasillo y pasaron junto a las literas sin ver a nadie. Cuando llegaron a la plataforma que había entre el coche-cama y el vagón siguiente, Tom miró hacia la ventanilla y sólo vio la oscuridad, por un momento creyó que era de noche, pero enseguida cayó en la cuenta de que estaban atravesando un túnel.

-Abre la puerta exterior –dijo la señora Ruggles.

Tom empezaba a comprender lo que ella planeaba. La miró implorante, pero la mirada fría de sus ojos le hizo comprender que debía obedecer. Levantó el pestillo de la puerta y la abrió, escuchando el ruido del tren aumentado por el túnel.

-Ahora, la escalerilla –dijo la señora Ruggles en voz alta, para que la oyera.

Tom levantó la escalerilla plegada u la empujó hacia adelante, quedando listos los escalones de acero.

- ¡Vamos! –dijo la señora Ruggles, empujando a Tom con el bastón-. Baja hasta el último peldaño y salta.

Tom comenzó a descender despacio, mientras el humo de la locomotora llenaba su nariz. Llegó al escalón inferior y miró asustado al exterior. Aunque sabía que le tren iba despacio, le daba miedo saltar al vacío en la oscuridad.

- ¡Salta! –gritó la señora Ruggles.

Tom se volvió y miró a la mujer.

-No puedo –dijo -. Me da miedo.

- ¡Haz lo que te digo! –dijo enfadada la señora Ruggles, adelantándose para empujar a Tom con el bastón.

El miedo atenazaba a Tom.

-No puedo saltar –dijo, esquivando el bastón.

- ¡Ahora verás si puedes!

La señora Ruggles bajó dos escalones tratando de empujar a Tom, pero éste esquivaba el bastón.

La mujer bajó un escalón más, se echó hacia adelante y empujó a Tom con la mano. Al mismo tiempo, Tom levantó el brazo para defenderse y sus dedos se agarraron al chal que ella llevaba; cayó hacia atrás, agarrando al chal, y los dos rodaron fuera del tren.

Algo metálico golpeó la espalda de Tom; sintió un golpe en la cabeza y un estruendo le ensordeció. Abrió ahogado la boca para respirar, seguro de que se estaba muriendo, y, por fin abrió los ojos y vio la borrosa sombre de las ruedas del tren que pasaban junto a él.

Asesinato En El Canadian ExpressDonde viven las historias. Descúbrelo ahora