Te escribo una vez más, aunque sé que no leerás esto. No te preocupes, no son más que unas cuantas palabras que me servirán para dejarte de una vez por todas en mi pasado, porque mi futuro te queda demasiado grande. No te las dedico porque crea que las amerites, todo lo contrario, no eres digno de ellas. Para mí, si hay algo que mereces es quedarte muy solo en la oscuridad que siempre hubo oculta en tu aura.
No sé ni por donde empezar. Son tantas las cosas que tengo para decirte y es tanto el asco que me provocas. Así como también es demasiado el daño que causaste a muchos de distintas formas.
Despreciaste mi honestidad y la de tantos otros que quisieron estar para ti a pesar de las nefastas decisiones que tomabas y los fuertes errores que cometías continuamente. Tuviste el cariño de muchos sin siquiera ganártelo, y a pesar de no merecerlo lo utilizaste para manipular a quien quisiste a tu antojo. Te aprovechaste de la admiración que varios te tenían, que yo también te tuve en algún momento, para ponerte a ti mismo en un lugar que no eras digno de tener. Te creíste en el derecho de tratar con soberbia y desdén a quien querías y cuando te daba la gana, te convenciste de que valías más que la gente a tu alrededor simplemente porque tenías un complejo de inferioridad que jamás pudiste superar. Inventaste un personaje lleno de egocentrismo y orgullo, que no me queda claro siquiera si es verdadero. Para mí ya nada con respecto a ti es auténtico, no sé si en realidad tienes un problema de autoestima y por eso necesitabas día a día hacerte ver ante el resto como alguien superior. Lo que sí sé es que te metiste en una fantasía en la que tu amistad era un privilegio y tu privacidad algo exclusivo, la cual te terminaste creyendo como si fuera algo cierto. Te atreviste a decir que yo había traicionado tu confianza, cuando tú habías poco antes desechado mi amistad y te había importado menos que nada todo aquello que te dejé pasar solo para seguir a tu lado. Y joder, cómo me arrepiento. No te haces una mínima idea de cuánto me arrepiento de cada una de las veces que te demostré algo de aprecio, que me preocupé por ti, que te hice sentir que tú estabas por encima mío.
Te montaste tu propia película, digna de un Óscar haciendo honor a tu nombre, en la que tú eras un maldito héroe y todos estaban a tu merced. Nunca tuviste amigos, no tienes idea de lo que es un amigo de verdad. Nunca amaste realmente a nadie, y si lo hacías, era por pura conveniencia. Porque lo cierto es que en un ser tan frío y bajo como tú, no cabe ningún tipo de sentimiento genuino o benévolo.
Heriste a las personas que fueron más cercanas a ti, te rodeaste de falsedad con el objetivo de olvidarte de lo realmente triste que eres. Quisiste fingir un perdón totalmente egoísta, que solo te servía para librarte de tu propio remordimiento. Mostraste un arrepentimiento más falso que los amigos que tuviste y que a día de hoy, aunque escape de mi comprensión, sigues teniendo. Pobres, siento lástima por ellos. Me apena mucho porque quizá aún no se dan cuenta que tú ves en ellos algún tipo de beneficio personal y que solo los mantendrás a tu lado mientras te convenga. En el momento en que decidan darte la contra, sincerarse contigo de la mejor manera como muchos otros lo hicieron, pasarán a ser desechables. Se convertirán en personas sin importancia y les dirás que son reemplazables, que por donde ellos pasaron pasarán muchos más, que no los necesitas y que te dejen vivir tu vida porque nadie más la vive.
Ellos no tienen idea de las gimnasias mentales que te haces, como cuando dijiste que yo tenía dependencia emocional por querer solucionar las cosas contigo. Me dijiste muchas cosas hirientes que yo no me merecía, cuando el único que jamás mereció mi amistad fuiste tú. Me insultaste a mí y a mi capacidad de reconocer tus errores, diciendo que solo era capaz de decir lo que los otros decían. Vaya mentira, todas las cosas que te dije eran sumamente objetivas y partían de mi propio pensamiento. Confundiste mi comprensión, tolerancia y bondad con sumisión. Mi madurez y paciencia para intentar recuperar nuestra amistad, la tomaste como un arrastre y un desprestigio hacia mí misma. Ahora entiendo que el motivo por el que jamás fuiste capaz de comprender esos valores, es que tú no los conoces en absoluto. Estás realmente muy lejos de tener cualquiera de estas virtudes, lo único que hay en ti son defectos. Es gracioso que poco después el arrastrado resultaste ser tú, que buscaste volverte a acercar a mí, a decir cosas buenas sobre mí luego de haberme dicho al privado que nunca signifiqué nada para ti y que no tenías nada más que tratar conmigo.
Tu hipocresía te hacía criticar al resto cuando tú hacías cosas muchísimo peores. Quisiste tacharme de alguien en quien no te podías fiar, mientras tú ibas profanando la intimidad y vulnerando la privacidad de personas inocentes, que cometieron el grave error de confiar en ti. Aún después de haber soportado tantas actitudes desagradables que tuviste, sin decirte absolutamente nada para evitarme todo tu discurso menospreciándome, no tuviste reparo en querer deshacerte de mí. Me había ahorrado hasta ese momento el sacar todo lo que tenía guardado, la inmensa decepción que era necesario para mí manifestar. Encontré la oportunidad precisa y me decidí a hacerlo, pero tampoco sirvió de nada. Eras incapaz de rectificar, aprender de tus errores y cambiar. Repetías que eras consciente de tu mal comportamiento pero que no te interesaba mejorar como persona, te justificabas diciendo que habías pasado por mucho cuando eso no es ninguna excusa para descargar tu odio en la primera persona que se cruzaba por tu camino. Y te lo dije muy claro. Te pedí con toda la buena intención del mundo que reflexionaras, me tomé el tiempo de probar a hacértelo entender de la mejor manera. Te advertí que estaba dando más por ti que por nadie con aquel intento de ayudarte a ser mejor. No solo no lo valoraste, sino que lo usaste para lastimarme.
Te encantaba decir cosas que no sentías ni pensabas solo por orgullo, con tal de hacer daño a los demás. Yo fui una de las personas a las que lastimaste a propósito, tuviste la cara de decírmelo sin rodeos, me pediste que no te perdonara porque tu intención había sido dañarme. Pero a la vez me pediste un perdón según tú genuino, pero que para mí valía aún menos que la basura más insignificante que te puedas imaginar. Me costó entender que jamás ibas a cambiar y que lo único que me quedaba por hacer era sacarte de mi vida. Y no sabes lo bien que me sentí cuando lo hice. Estaba en paz, tranquila sin tu toxicidad, tus ficticios aires de superioridad y tu necesidad de aparentar ante los demás. Eras una auténtica pesadilla incluso para los que te apreciaron en su momento.
Pero claro, para ti eso era impensable. Te creíste tu propia mentira de que yo había sufrido en esas semanas por tu culpa, y que había tenido una falsa confianza y actitud de empoderada que supuestamente no era típica de mí. Pero adivina qué, el único que era capaz de hacer eso eras tú. No soy yo quien por un lado se esforzaba por dar una falsa imagen de altivez y arrogancia, y por otro confesaba sentirse inferior a mucha gente a su alrededor. Te proyectabas constantemente, te la pasabas comparándote con otros porque sentías que tenías que hacerlo para sentirte un poco mejor con tu miserable existencia. Quisiste ver algo de ti en mí, pero jamás lo hubo. Otra de tus proyecciones fue cuando acusaste a mis amigos de defenderme sin motivos o de querer atención, de poner a otros por las nubes, cuando el único que tenía amistades que te endiosaban eras tú. Lograste que se te pusiera muy alto, en un puesto que no te merecías en absoluto. Vivías por tu imagen pública y hacías parodia de tu propio egocentrismo para ver si así la gente lo tomaba como algo ridículo e inexistente. Pero lo cierto es que los que te tuvimos cerca, sabemos dos cosas: que ese ego en realidad existe, y que es un mecanismo de defensa para no mostrar lo realmente inferior que te sientes. No pudiste querer a nadie porque nunca aprendiste a quererte a ti mismo, y con razón. A cambio, desarrollaste un serio caso de narcicismo.
No podrás huir de tus acciones ni de tu desgracia. Aunque seas un verdadero cobarde y siempre lo hayas sido, nadie puede escapar de su pasado ni olvidarlo. Ojalá tuvieras huevos para afrontar esto, como los tuviste para hacer tus asquerosidades, maltratar, traicionar, manipular y engañar a tus amigos. Pero no los tienes, no hay en ti el más pequeño rastro de valentía. Nunca fuiste capaz de mostrar tu propia debilidad, preferías que las personas a tu alrededor te vieran como alguien fuerte e inquebrantable. ¿Pero sabes algo? Tu supuesto orgullo podrá haberte dado una imagen de fortaleza falsa, pero jamás te hizo feliz. Aquel ego del que te jactabas, se trató solo de una pantalla para que nadie se enterara de los verdaderos problemas de personalidad que tenías. Todas las personas con quienes quisiste subirte y ponerte por encima, yo incluida, fueron en realidad quienes más admirabas y considerabas superiores a ti mismo. No lo digo por decir, tú mismo lo admitiste, en los momentos en que bajabas del escenario del circo que creaste. Pero ya sabes, el circo sigue mientras haya quien aplauda a los payasos. Y tú, desafortunadamente, aún tienes un público lamentable que no baja las manos ni abre los ojos.
Por mucho tiempo gozaste de amistades maravillosas que no merecías y sin dar nada a cambio, además de un lugar en la vida de muchos que nunca debiste alcanzar a obtener. Pero descuida, ya llegará el momento en que el destino sea justo y ponga las cosas en su lugar. No eres más que un infeliz al que jamás debí llamar amigo. Gracias por enseñarme un poco de lo malo de este mundo, si es que eso se puede agradecer.
El infierno te espera, no dejes al diablo esperando por mucho más tiempo, viejo amigo.
Atentamente,
Alguien más que tuvo la mala suerte de conocerte.