Gala había volado por casi dos horas para llegar a Sacramento, desde Seattle. Dentro de su impaciencia por llegar, la hermosa vista dejada por el atardecer en el horizonte de San Francisco la paralizó un instante, inundándola de añoranza; a tal punto de ver lágrimas en sus ojos. La deslumbrante bahía y sus aguas teñidas de ese tierno miel reflejo de la tarde, evocaban en ella viejos recuerdos, recuerdos que amó tanto como los odió en ese preciso instante. Con un frío enojo despegó la vista de la costa y secó sus lágrimas, ya no era la Gala de antes así que no la verían llorar más.
El clima cálido de esta ciudad discrepaba de la frialdad acostumbrada en Seattle, haciendo que Gala se sintiera fuera de su hábitat natural, su ciudad de cielo gris y edificios altos. A su llegada a Sacramento, la citadina alquiló un hermoso Land Rover de un inmaculado color blanco para llegar hasta Folsom, un pequeño pueblo a 30 minutos de la ciudad. Hizo al Rover sobrevolar la carretera hasta pasarse el exceso de velocidad y la barda de entrada al pueblo. Tomó la polvorienta calle principal hasta estacionarse a un costado del bar más sombrío y lúgubre de los alrededores, el West Coast.
La noche había avanzado lo suficiente como para hacer que los habitantes más longevos corriesen a esconderse dentro de sus casas, con el temor de ser infectados por la escabrosa moral de los transeúntes citadinos que usaban a Folsom de parada ocasional. Como les gustaba pensar, los forasteros solo llenaban sus calles de lujurias y fétida inmoralidad producto de la vida en la gran ciudad.
En el interior del bar vio las piernas alargadas de Olivia, Liv para sus amigos, esquivando las estrechas mesas para servir copas y limpiar la suciedad. Gala respiró aliviada, Aún permanecía ahí pensó para sí mimas, como si no hubiese cambiado en nada en los últimos diez años. Dejando el equipaje ligero y la chaqueta se abalanzó hacia ella hasta embestirla.
Era un bar ahogado en medio de dos grandes edificios, de escasas dos plantas y terraza, con una larga barra y poca iluminación. Olivia, entre la música y el gentío, no podía ver más allá de las copas y la embriaguez de la clientela. No la vio venir hasta que fue demasiado tarde, para evitar verse confinada entre los brazos de Gala, quien sonreía como si la última década no hubiese pasado. Los ojos de Olivia se contornearon enojados al mismo tiempo que se sorprendió al verla con una amplia sonrisa, — Siempre ha sido así, ella y su mala memoria para los viejos rencores. — pensó Liv para sí, al mismo tiempo que sintió entrecortarse su respiración. Se mostraba asustada, sin lograr decir palabra simplemente sonrió para disimular.
La chica de la gran ciudad llevaba un elegante bléiser negro y saya de corte alto a juego ceñían al cuerpo, con aires de empresaria, resaltando las curvas dejadas por el gimnasio; en cambio Olivia con aquel cabello rojo rizo desordenado hasta la cintura, daba la impresión de no haber cambiado desde los años de secundaria. Un poco de vergüenza sonrojó las mejillas de Liv en su intento de ocultar su falda corta tejana, que dejaba poco a la imaginación, indumentaria común de meseras de bares misóginos de la región.
Estando en frente una de la otra no dijeron palabra alguna, aún intuían sus incomodos silencios como en los tiempos de aquellas mejores amigas que intentaban sobrevivir a la presión de la secundaria y las bromas de Tyler Pick. Poseída por un primitivo impulso, Gala se ve acariciando sus avergonzadas mejillas, reconociendo su timidez. Acarició con delicadeza su rostro y cuello con una sonrisa pícara, la forma en que se contiene para no tocar sus labios la delata. Olivia se estremece, hasta su piel sabe que no se han encontrado en años, incomoda por el momento se aparta de sus manos y se aleja. Esto hace a Gala enfurecer, la toma por uno de sus brazos haciendo que abandone la bandeja de copas, la lleva por el pasillo trasero al fondo del bar. Aún recordaba ese pequeño cuarto de aseo que por mucho tiempo habitaron, lo que esta vez estando sobrias.
Un cuarto angosto que apenas dejaba espacio para respirar. Los labios de Gala, como proyectiles se ven atraídos sobre la chica, Liv intenta negarse pero sus muslos entreabiertos y casi húmedos dicen lo contrario. Gala es avara, codicia todo lo que no puede tener, y una de esas cosas es Liv. En tanto Olivia es todo lo contrario pero es incapaz de negarse a Gala, no se había sentido así en años, justo los años que su mejor amiga lleva fuera de la ciudad. Ve la lengua de Gala perforar sus labios y ella sin poder alguno para contenerla; poco puede resistirse si su propio cuerpo le traiciona. Las manos astutas de Gala saben dónde tocar para que el cuerpo de la chica ceda por completo
—No los recordaba tan hermosos— Se le escucha a Gala al detener sus manos sobre los pechos de Liv, pechos pequeños de una tierna piel rosada. Los besó como si le trajesen uno primitivos recuerdos a sus labios.
Gala insiste en seguir descendiendo bajo su abdomen, dentro de su ropa interior y rosar su pubis. Muerde su labio inferior pretenciosa, con un apetito voraz por la chica; no recordaba lo placentero de tenerla tan cerca suyo. Solo dios sabe cuántas veces fantaseó con este día desde la soledad de su departamento en Seattle. Su rostro, su pelo, sus pechos, todas las partes de Liv vagaron por la cabeza de Gala durante los últimos diez años.—¡Gala! —Una voz cálida la acaricia.
—¡Liv! —Se ve Gala atraída a responder, le agradó escuchar su nombre en una voz tan dulce.
—¡Gala, despierta! — Continúa esa voz, ahora enojada al escuchar el nombre de Liv.
Gala abre los ojos para encontrarse nuevamente en su frio departamento de Seattle, ahogando un grito en la almohada. Al voltearse tropieza con el rostro enojado de Georgia a su lado, para discutir nuevamente por aquel dichoso fantasma de Liv que vagaba en medio de su relación. A diferencia de Olivia, Georgia conservaba una apariencia más latina moderna de urbe, de anchas caderas, escultural figura, y perfecto pelo negro ondulado que cae hasta sus hombros. Era hermosa, era perfecta, cualquiera se dejaría la vida por tenerla a su lado, todos menos Gala, tal parece que no le era suficiente. Rara vez a Georgia se le podía ver molesta, simulaba a la perfección un estado de total serenidad. Estaba a pocos meses de terminar su doctorado como psiquiatra en la universidad de Washington, en Seattle. Por lo que se le daba bien forzar esta personalidad muy tolerante y paciente.
—¿Cuándo hablaremos de Liv? —Se le escucha preguntar a Georgia que imperturbable abandona la cama para meterse a la ducha, debía pasar esa mañana por la universidad.
El tema Olivia era uno de las cuestiones que enloquecía a escondidas a Georgia y de lo que Gala no se atrevía a hablar. Ella había intentado todo lo humanamente posible para tener un poco de buen juicio y deshacerse de sus recuerdos, sacarla de su cabeza. Los cinco años de relación con Georgia y sus cogidas ocasionales en los viajes de negocios no bastaron. Era inútil la verdad, era imposible sacársela de dentro cuando ella tampoco quería dejarla ir. Por eso bastó una notificación de Facebook para que Gala abandonara todo lo que había construido en Seattle y volver para rescatar a su princesa.
Notificación de Facebook: "Olivia Hordaz está comprometida con Martín Araya"
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Nuestra Dulce Oscuridad
RomanceGala es avara, mezquina, codicia todo lo que no puede tener y una de esas cosas es Olivia, su mejor amiga desde el cuarto grado de primaria. En cambio Olivia es todo lo contrario, complaciente, inmaculada, que aún vive bajo los preceptos de su fa...