Rescue me

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Suspiré con fuerza y enterré mis dedos en mi frente, tratando de concentrarme. La montaña de libros frente a mí era inmensa, y solo pensar en estudiar todo aquello para el examen final del día siguiente me producía una enorme migraña. El calor de la habitación era sofocante, haciéndome sudar, mientras hojeaba las páginas, prestándoles muy poca atención, aunque sabía que de aquel último momento de estudio dependía mi ingreso a la Universidad. Cerré el libro, dejándolo descansar sobre el pequeño escritorio, y me estiré un poco. Me dirigí a la cama, y luego me acomodé sobre las sábanas, pretendiendo descansar solo un poco. Estudiar debería ser mi prioridad, pero aún tenía unas cinco horas antes de tener que prepararme para el colegio, y si no despejaba un poco mi cerebro, acabaría bloqueándome. En ese momento, oí una notificación proveniente de mi Blackberry. Luego otra, dos, tres, cuatro más, todas seguidas, llenando el silencio de la habitación. Antes de que pudiera siquiera abrir el primero de los mensajes, apareció el ícono de un teléfono verde, y un número desconocido en el identificador. Dos segundos después, cogí la llamada.

—¿S-sam? —su voz era un susurro, y por la respiración entrecortada, sabía que estaba llorando.

—¿Anna? —aparté el teléfono y eché otro vistazo al número del que provenía la llamada— ¿Eres tú?

—¡Sam! —gritó, y oí como algo se arrastraba por el suelo al otro lado de la línea, y luego el crujido de una madera— Sam, no vas a creerme... Necesito ayuda. Estoy... ni siquiera lo sé. Yo...—el llanto llenó el silencio otra vez, y yo no tenía idea de qué hacer en aquel momento.

—Anna, necesito que te calmes y me digas dónde estas. ¿Puedes hacerlo?

—Sam, yo vine al bar... ¿Te acuerdas aquel de las paredes rojas, donde conocí a Thomas? —asentí, aunque ella claramente no podía verme— Luego alguien puso algo en mi bebida, y no puedo recordarlo, yo no... Rescátame, Sam. Te necesito.

Abrí la boca para responder, pero la llamada finalizó, y sentí como un hueco gigante se formaba en mi corazón. Eché una mirada a la cantidad de cosas que aún debía estudiar, sopesando cuán importante era aquello. Y lo era en enormes cantidades, podría decirse que de eso dependía mi futuro. Pero no podría dejar a Anna, ella me necesitaba.

*Flashback*

—¡Tonto! —Anna reía mientras empujaba el lente de la cámara lejos de su rostro.

—Vamos, Pecas, déjame tomarte una foto —supliqué—. Sabes que mi álbum es muy importante para mí.

—Vale, peor solo una, ¿eh?

Anna me dedicó una ancha sonrisa, al tiempo que deslizaba un mechón de rubio cabello detrás de su oreja. Sus ojos cafés brillaban mientras disparaba el flash, capturando aquel momento.

*Fin flashback*

El gorila del bar me miró de arriba abajo, deteniéndose en mi patético atuendo nada acorde con lo que alguien se pondría para salir un sábado por la noche. Me encogí de hombros, pero no apartó su mirada escudriñadora de mí. Vale, llevaba aún pantalones de pijama grises y una camiseta negra holgada, con las Converse destruídas que comúnmente solo usaba para estar dentro de mi casa, pero eso no era una razón para no permitirme entrar, teniendo en cuenta que yo era mayor de edad. Me volteé para tomar mi identificación, que había guardado en el bolsillo trasero de último momento, cuando mis dedos se toparon con la superficie de mi billetera, y un recuerdo destelló en mi mente. La extraje, y tomé de su interior la fotografía de Ann que siempre llevaba dentro. Se la enseñé al guardia.

—¿Recuerdas si esta chica vino aquí hoy? —su ceño se frunció aún más, y luego me miró, entrecerrando los ojos hasta que fueron dos pequeñas rendijas.

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