La chica salió de su casa por la mañana, a punto para coger el autobús. Tras cerrar la puerta de la cancela de su pequeña casita a las afueras de la ciudad, se puso sus cascos blancos y se metió en las manos en los bolsillos de la chaqueta impermeable tras darle al botón de Play. En ese momento, decidió escuchar algo de Ron Pope, ya que era la música que más le pegaba en ese día nublado. Aún estaba algo oscuro, pero ya había salido el sol, que se encontraba totalmente oculto por la masa de nubes.
Como siempre, tras andar poco más de seis minutos, llegaba a la parada antes de lo previsto. Ella era así de puntual y perfeccionista, sobre todo, consigo misma.
Hacía ya unos cuatro días de la —extraña— visita de aquel chico, y de ésta no había conseguido nada, a excepción de liarla aún más en sus ideas. Estaba tan despistada con esto que se le olvidó levantar la mano para avisar al conductor del autobús de que frenara, ya que lo iba a coger para ir al colegio. Cuando se dio cuenta, era demasiado tarde. Le gritó y le hizo señas, pero aquel hombre no estaba por la labor de echarle un cable. La chica miró hacia abajo y vio sus converse azules mojadas por fina lluvia que comenzaba a caer.
—Bueno… –dijo la chica en voz alta, mirando ahora hacia el horizonte de la calle casi vacía– esperaré al siguiente.
—¿Por qué no vas corriendo? —una voz la sobresaltó. La chica se dio la vuelta y le encontró de nuevo, tan pancho, sentado en uno de los asientos de plástico de color burdeos, con el pelo castaño revuelto y los ojos claros fijos en ella. Aún con los cascos puestos podía escuchar su voz grave.
—¿Perdona? —dijo ella algo desconcertada. ¿Acaso ése sabía dónde estaba su colegio?
—Que por qué no vas corriendo. No parece que seas una semihumana con lo sorda que estás.
—Perdona, –volvió a repetir ella poniendo los brazos en jarras– ¿Qué has dicho?
—Estás bromeando, ¿no? Como…
—Me refería a lo de semihumana. Has dicho que soy… ¿eso? —realizó la pregunta entrecerrando los ojos y haciendo una mueca. ¿Eso era bueno o malo?
—¿Eso? —dijo el chico levantándose y recordándole a la chica que le sacaba al menos veinte centímetros. No le recordaba tan alto.— Lo dices como si fuera un insulto.
—Si no sabes entender la ironía, no es mi problema —dijo ella de nuevo en tono cortante, tal y como había hecho en su primera conversación. Entonces vislumbró un vehículo rectangular de color naranja y burdeos por el rabillo del ojo. Instintivamente, alzó la mano derecha acercándose al asfalto. El autobús emitió un chirrido horroroso y después frenó frente a la chica de pelo algo encrespado y oscuro.— Discúlpame, pero tengo que ir a clase.
Ella subió sin siquiera esperar una respuesta. Picó el bonobús y entonces se dio la vuelta para verle una vez más.
—Por supuesto —pudo leer en los labios del chico cuando se cerraron las puertas de cristal.
Se encaminó hacia adentro del vehículo rectangular. El autobús estaba casi vacío, ya que el anterior (el que ella había perdido) iba casi a rebosar. Se acercó a uno de los asientos cercanos a las otras puertas, —las de salida— y se sentó en uno de ellos, dejando la mochila que llevaba en el otro que tenía al lado. La canción cambió a algo de Maroon 5, su grupo favorito, lo que la animó un poco a enfrentarse a aquel día de colegio.
En la siguiente parada, un chico se subió al autobús y Fabiola quitó su mochila del asiento de al lado aún sin ver la cara de éste y sabiendo que había más sitios de sobra. Lo hizo como un acto reflejo, y el chico se sentó al lado de ella. La chica miró instintivamente y se quitó los cascos.