La conflagración de los dioses

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Cuenta la leyenda que en una mágica noche en donde la luna nueva resplandecía maravillosamente y el cielo se veía adornado por cientos de estrellas, se celebró la fiesta que cambiaría el destino del mundo. En la montaña Tuta se convocó a todos los habitantes de Fons.

Terra, diosa de la tierra, dudó mucho sobre asistir a esa fiesta; ella era tan alegre y cautivadora que inevitablemente, siempre se robaba la atención de todos cuando llegaba a un lugar. Terra estaba cansada de los cortejos incesantes, no encontraba a alguien que la hiciera sentir embelesada, que lograra causarle suficiente interés. Sin embargo, ella amaba las fiestas, en su interior, un candor la animaba a danzar y dejarse envolver por la música y la alegría.

Así fue como esa noche Terra se dirigió a Tuta, en busca de un poco de diversión. Al llegar se encontró con aquellos amigos que conocía de siempre. Había también algún nuevo pretendiente, que se acercaba e intentaba hacer su movida. Terra, sin embargo, sabía cómo evadir los cortejos y seguía bailando dejándose llevar por la animada melodía.

Pero sin que ella se lo esperara, a la fiesta llegó un invitado al cual desconocía. Con determinación y destreza, se abrió paso entre los invitados un ser de belleza indiscutible y con una mirada penetrante. Él sonreía orgullosamente, y saludaba a algunos de los invitados, en tanto Terra le seguía con la mirada. De repente, él giró y sus ojos se encontraron por un instante en donde el tiempo pareció congelarse. Fue como si en ese momento solo existieran ellos dos en aquel lugar, en el mundo entero.

Sin siquiera dudarlo, aquel atractivo ser se encaminó hacia donde se encontraba Terra; ella que estaba acostumbrada a recibir las atenciones de sus pretendientes, se sintió intimidada ante aquella cautivadora mirada. Quiso alejarse, pero él ya se había posado frente a ella y la miraba directamente a los ojos. Se presentó como Tempus, el dios de la lluvia.

La conexión fue inmediata; había una chispa entre ellos que les unió desde aquel día y que determinó sus destinos. Se cuenta que desde ese día se hicieron inseparables; se les veía pasear juntos por el bosque, tomados de la mano y mirándose uno al otro con ojos brillantes y como si vivieran en una fantasía en la cual no había cabida para nadie más. Se amaban, de eso no había dudas, y ese amor se materializó y dio frutos rápidamente.

...

No habían pasado ni dos primaveras desde que se conocieron, cuando se dio la noticia de que llegaría un hijo producto de su afecto. En el invierno nació un pequeño de cabellos rizados y mejillas coloradas. Terra estaba feliz, aquel pequeño ser representaba todo lo que ellos eran y lo que sentían el uno por el otro. Sin embargo, desde el momento del nacimiento Tempus actuaba extraño; parecía nervioso y salía una y otra vez de casa.

Su amada se sentía ansiosa, sabía que estaba sucediendo algo malo y temía que tuviese que ver con la llegada de su hijo. Y fue de esa forma; un par de días después, Tempus entró en la casa, tomó al pequeño y se fue nuevamente. Terra no pudo siquiera asimilar la situación y se quedó sola en casa, esperando ansiosamente. A la mañana siguiente, Tempus regresó, pero estaba solo. Al mirarle, Terra supo que no volvería a ver a su hijo, y se arrojó sobre él histéricamente, clamando de forma incesante por su pequeño. Luego de un rato, Tempus logró calmarla, y con la serenidad que le caracterizaba, le explicó que el bebé había sido entregado a los dragones como un sacrificio.

Ella respondió furiosa, se lanzó nuevamente sobre él, pero finalmente rompió en llanto. Terra conocía la situación, sabia ya del terrible trato establecido entre los antepasados de Tempus y los dragones. Sabía que se había hecho una promesa, y que el romperla ocasionaría una guerra de proporciones inimaginables. Aun así, pasó las estaciones siguientes lamentándose por su perdida.

Pero luego de tres otoños más, nuevamente vio la luz un hijo de ellos. Nació una chiquilla de ojos celestes y piel brillante. No obstante, aquella pequeña criatura no llegaría nunca a conocer siquiera sobre el mundo. Un día después de su nacimiento fue entregada a los fieros dragones, que la tomaron como alimento.

Aquel triste panorama se repitió una y otra vez. Terra alumbró a decenas de hijos, pero tuvo que ver cómo le eran arrebatados de sus brazos por el mismo padre de ellos, y como eran ofrecidos ante seres para quienes no eran más que un pedazo de carne, y que no tardaban en devorarlos y borrar toda evidencia del amor entre estos dos dioses.

Terra estaba cansada, no deseaba perder a más hijos, pero tampoco quería perder a Tempus. Entendía que no era culpa de él, que estaba atado a ese trato, pero no por ello resultaba menos doloroso.

...

Se dice que en cierta primavera Terra se dio cuenta de que tendría otro hijo. Al principio adoptó la actitud resignada de antes, sabía que tendría que entregarlo. Sin embargo, una chispa de esperanza se incendió en su interior y movida por este candor ideó un plan que pondría en riesgo el futuro de todo Fons. Terra decidió separarse de Tempus, o al menos eso le hizo creer. Apoyándose en su dolor de madre, se mostró ante él como incapaz de continuar con aquel macabro ciclo. Tempus reaccionó furiosamente, pero al final lo comprendió; la dejó ir sin imaginar siquiera que en su interior llevaba a uno más de sus descendientes.

Terra fue tan lejos como pudo; debía asegurarse de que su amado no pudiese enterarse bajo ninguna circunstancia de su estado. Viajó hasta Hiems, y ahí se encontró con su vieja amiga, Laia, quien le cuidó durante el embarazo y a quien entregó al pequeño apenas nació. Sin siquiera esperarlo, días antes del alumbramiento, apareció ante Terra una carismática hada; era bien sabido que las hadas solían presentarse como guardianas de los recién nacidos, y que, si el lazo creado era lo suficientemente fuerte, se quedaría a su lado durante toda su vida. Así, Terra llamó a su hijo Ligno, y se despidió de él porque sabía que no era posible vivir como su madre; si se quedaban juntos, tarde o temprano Tempus se enteraría de que su amada vivía en otra tierra junto con un hijo que no podría ser de nadie más que suyo.

Terra volvió junto a Tempus y se refugió en la idea de que su engaño de alguna manera tendría resultados favorables. Y no se equivocaba; el pequeño Ligno creció para convertirse en el majestuoso dios del viento.

Laia, espero para revelar la verdad a Ligno, hasta que consideró que tenía la edad suficiente, tal como lo había prometido. Le contó todo, pero le hizo jurar que no actuaría impulsivamente. Y Ligno obedeció. Él, que era inteligente y sensato, decidió esperar y armar un plan para revelarse contra su padre y toda su estirpe. Ligno desafió a su padre y a los dragones, y recibió el apoyo de los árboles.

Y así fue como se inició una guerra que duró siglos y que tuvo consecuencias catastróficas. Los árboles y los dragones se enfrentaron una y otra vez, encontrándose en batallas que siempre resultaban en pérdidas para ambos lados. Ligno lideraba siempre a sus guerreros, aferrándose a la esperanza de que podría ganar la guerra, y que lograría liberar a todos del yugo impuesto por los dragones.

...

Sin embargo, en tanto más pasaba el tiempo, el daño sufrido por los arboles era mayor, y los efectos de aquel enfrentamiento se tornaban irreversibles. Y Ligno se debilitaba cada vez más; su cuerpo daba cuenta de la lucha que había llevado a cabo y que no había dado los resultados esperados. Finalmente, Ligno no pudo más, la guerra le había destruido de a pocos y ya no le restaban fuerzas. Antes de morir tuvo que ver con tristeza y decepción como los arboles habían sido destruidos, y como todo Fons había sufrido las consecuencias de la conflagración en donde, en realidad, todos habían perdido.

En su lecho de muerte, Ligno estaba custodiado por Vila, su fiel compañera. Ella acariciaba su rostro entre lágrimas y se esforzaba por darle palabras de aliento, Ligno vio cómo, pese a todo lo ocurrido, Vila parecía seguir conservando la esperanza, parecía tener la ilusión de que aún quedaba algo por hacer. Y fue por esto, según se cuenta, que Ligno decidió entregar la última semilla de los arboles a su querida hada, teniendo como último anhelo que algún día Vila encontraría a un guerrero digno, de podría honrar la memoria de los árboles, y que descubriría la forma de darles un nuevo comienzo. 

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