Capítulo III: Impotencia

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El chico había llegado a un extraño edificio enorme, de piedra. De lo que se podría denominar de estilo inglés. Pero, por supuesto, ése edificio estaba mucho antes de que los humanos pudieran siquiera definir qué era el estilo inglés. Él se encaminó hacia la puerta y entró en ella empujando la puerta de hierro y madera que la formaba.

Otros días hubiera disfrutado de las miradas curiosas de los que se encontraban por allí, o, incluso, hubiera pasado el tiempo jugando con los niños que correteaban por los pasillos y los jardines, bien porque visitaban hermanos o porque eran hijos de profesores. Pero ése hubiera sido otro día. No era hoy. Ahora iba con las manos tan cerradas y apretadas, que hacía que los nudillos se le volvieran blancos y se comenzara a hacer daño, aunque él no pensaba echarse mucha cuenta así mismo en un momento así. Iba con la mandíbula apretada, los dientes pegados y la mirada algo amenazante. Cualquiera que pasara por allí, simplemente con su expresión, y no por la persona que era, hubiera sentido miedo o, al menos, intimidación.

Subió las escaleras con pasos fuertes, como si fuera a romper el suelo de madera oscura y algo vieja. Notaba las miradas de los chicos y chicas adolescentes sobre su nuca, su espalda y sus piernas.

Llegó hasta la primera planta, donde se encontraban los alumnos de primer año, y siguió por el pasillo que había a la derecha, donde, otros días, se hubiera detenido en la puerta final y hubiera esperado a tener permiso para entrar. Pero ese hubiera sido otro día. No era hoy. Ahora, había abierto la puerta de golpe y eso había sobresaltado a la persona que había dentro. Una mujer bastante alta, con el pelo, a mitad de la cintura y de un cabello casi pelirrojo. Sus ojos oscuros, al contrario, apenas se sorprendieron y solo levantó ligeramente la mirada para ver quién era la persona que había entrado en su habitación sin llamar. Al reconocer la figura, la bajó y siguió concentrada en lo que estaba haciendo. Se encontraba delante de un escritorio con las patas de madera clara y apoyada sobre una tabla de mármol blanco. Encima de éste, papeles amontonados hasta casi la altura de veinte centímetros hacían acto de presencia. La mujer conocía lo suficiente a aquel chico, como para saber que había que esperar a que éste se tranquilizara. Pero, por mucho que llevara años conociéndole, no le había visto tan alterado como en esos momentos.

—Puedes tomar asiento —le dijo sin levantar la vista y tomando una pluma entre sus manos para escribir. El chico dio un par de vueltas más en la habitación y después se sentó. Cuando lo hizo, se volvió a levantar y comenzó a andar por la habitación de nuevo. No es que ésta fuera muy pequeña, pero el chico notaba cómo necesitaba moverse por estúpido que pareciera. Era totalmente cuadrada. Con una cama de matrimonio bastante ancha en medio de la habitación, el escritorio en frente, y dos puertas a los dos lados de la cama. El chico se sentó finalmente. Entonces fue cuando René tomó la palabra.

—¿Qué te ocurre? —preguntó directamente volviéndose en la silla y mirándole.

—Ella… ella… —el chico se levantó— ¡no la entiendo! Me saca de quicio. Intento ser amable, y ella… ¡ni siquiera me lo agradece! ¡Ella no sabe con quién se está metiendo! Y está cometiendo un error… Además, es muy maleducada. He ido a su colegio y… ¡ha salido huyendo! ¡Pero cómo se atreve a darme la espalda!

—Brian, Brian… —dijo la mujer serenándole. El chico se volvió a sentar por tercera vez— si no sabe con quién se está metiendo es porque tú no se lo has querido decir —dijo con voz tranquila, y después añadió— ¿fuiste a su colegio?

—Ella no quiso escucharme la primera vez.

—Aún así, tenemos unas normas, y todos queremos respetarlas, ¿verdad? —dijo René levantándose, obteniendo como respuesta el asentimiento del chico.— Bien. Debes darle tiempo, sabes que hay gente a la que nos cuesta más convencer y llegar hasta ellos, y otras personas, que, simplemente, desean salir de su mundo y ven la oportunidad perfecta. Nosotros no decidimos eso, Brian. Dale tiempo, y si no te crees capaz de hacerlo…

El espejo del marco de plataDonde viven las historias. Descúbrelo ahora