Capítulo 1: Los Infiernos

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Días color sepia en mi infancia nublaban toda la vista. Olor a basura por todas partes, los recuerdos escapan entre mi nariz y el cerebro.

Nací en la colonia San Álvaro en Azcapotzalco, en una vecindad llamada "Los infiernos". El nombre era merecido puesto que era horrible, predominaban las casas de 5 metros cuadrados donde vivían familias con famas diferentes; desde trabajadores, amas de casa, ladrones y asesinos. Crecí sin padre, el cuál estoy seguro que mi mamá ni llegó a conocer bien. Nunca toqué ese tema con ella, sentí innecesario conocerlo.

La entrada la veía gigantesca, quizás por eso le decían así a esa vecindad, las enormes puertas de acero reflejaban la entrada al Hades o Xibalbá. Al subir las escaleras se podía ver a los niños riéndose mientras las ratas jugaban con la comida que sacaban del basurero, a su vez, las mamás de aquellos estaban platicando sobre cómo estuvo la novela hoy, en cómo estos tiempos son más difíciles a comparación de esos días con mucha abundancia. Días que solo existen en sus mentes, nunca pasaron.

Cada paso por el lugar es escuchar crujir huesos de ratas, gatos y perros. Los gusanos revolotean entre el festín de la carne descompuesta, saboreando los últimos restos, desconociendo totalmente el alma que ahí vivía. El olor a resistol usado por el zapatero siempre nos mantenía drogados, quizás lo único bueno de aquellos pasillos.

Nuestro cuarto era pobre pero limpio, nunca faltaba el olor del cloro impregnado en toda nuestra ropa, esto quizás porque mi mamá quería esconder la fetidez de nuestro sudor. En aquel lugar había una televisión pequeña pero pesada, no obstante, la nuestra era en blanco y negro, existían las televisiones de color, pero nunca podríamos pagar una. Era tener el color grabado del cielo azul o comer.

Fuera de eso, todo lo demás era normal para la condición social y económica vivida. Mi mamá trabajaba recogiendo latas de aluminio, basura y demás chácharas, nunca pudo aspirar a más puesto que el no saber leer también era su gran impedimento.

El recuerdo más presente de mis seres queridos es el ver a mi hermano drogándose con una estopa empapada de thinner mientras se masturbaba vigorosamente, al grado de sangrar pero no parar. Sus ojos adormilados junto al frenesí dramático me impresionaron, aun cuando pasaba, por alguna razón lo vi normal, ahora pienso que esto demostraba lo retorcido de crecer ahí. Él tenía 12 años, yo 10.

Se llamaba Juan, él no se parecía a mí. Su padre algunas veces lo visitaba, llegaba tan drogado, lo golpeaba siempre... ese bastardo lloraba mientras se iba. Nunca toqué el tema con Juan, sin embargo, podíamos sufrir el dolor del otro. Quizás no éramos hermanos de sangre, pero compartíamos el vínculo del dolor.

La primera actividad realizada al despertar era rezar. Mi mamá se hincaba pidiéndole a Dios ayuda para salir de esta situación, golpeándose con una biblia antigua, lo cual era estúpido a mi parecer. Ella creía que ese libro, a pesar de que no sabía leerlo, tenía la verdad absoluta.

—Dios, te pido por la salud de mis dos chamacos, dales lo que a mí me negaste desde que nací — susurraba entre las lágrimas que caían a su boca sucia.

—Mamá, Dios... ¿nos ayudará? — le cuestioné inocentemente

—¡NUNCA LO DUDES!, ¡DIOS ES NUESTRO SALVADOR, ÉL NOS AYUDARÁ! — exclamó mientras me veía con odio, —nunca te cuestiones su bondad hijo, él es la verdad y la luz — decía mientras me tomaba de la ropa, como si fuese el anticristo por preguntar.

Pensé por mucho tiempo que ese dios nunca llegaría a un lugar llamado "Los Infiernos", ¿qué razón tendría para venir y malgastar su divinidad?

Si fuese él, nunca vendría al auxilio de personas como nosotros, no tendría ninguna razón.

Hasta el finDonde viven las historias. Descúbrelo ahora