Lágrimas del corazón

4 0 0
                                    


 La lluvia caía pesadamente sobre la ventana de madera vieja. Aunque hace tiempo se pintó de blanco, el tiempo la había convertido en un triste reflejo de lo que era. Tenía astillas sueltas en algunos de sus vórtices, mientras que en el propio marco la pintura había desaparecido. Tenía una telaraña en la esquina superior de la izquierda, el moho amenazaba con escalarla desde abajo pero aún conservaba el cristal totalmente intacto, eso sí, empañado y translúcido, pero sin ninguna grieta.

El abuelo, sentado en su butaca, me había dicho desde pequeño que aquella era una ventana mágica. Que si mirabas a través de ella en un día de tormenta, podrías ver bosques, ríos, lagos mares y hasta ciudades entre las nubes. También decía que el sonido de los truenos se producía cada vez que los gigantes jugaban con canicas y chocaban entre ellas. Que el resplandor del relámpago era una estrella jugando al escondite en la Tierra. Que el viento era el aire que ballenas que nadaban por el cielo expulsaban por el agujero de su cabeza.

-¿Y la lluvia abuelo? ¿Qué es la lluvia?- le preguntaba siempre.

Entonces ese hombre tan bajito, con la cara llena de arrugas, el pelo blanco y olor a naftalina me sonreía como de costumbre, y me decía: - La lluvia son las lágrimas que salen del corazón de las personas.

Aún a día de hoy sigo sin entender a qué se refería. Solo sé que me sonaba repipi.

-Abuelo, eso es una cursilada. - le respondía con reproche mientras cruzaba los brazos.

Lejos de enfadarse, él se reía, me daba un abrazo, un caramelo de limón con miel de su bolsillo izquierdo de la chaqueta y se enfrascaba en la lectura del libro que sostenía en las manos.

Nunca dejaba de leer.

Normalmente las personas usan la lectura como una evasión de la realidad a través de historias, ensayos, poesía u obras de teatro. Pero al cabo de un rato, dejan de leer y vuelven a sus vidas. No obstante, mi abuelo era diferente. Daba la impresión de que él vivía en esos viajes a mundos inexistentes y de que la realidad era una mera distracción para él.

Vivía flotando, fluyendo con el tiempo y bailando entre las páginas de los libros.

Un día, mi abuelo dejó de leer.

-¿No lees hoy abuelo?- le preguntaba.

Él, con su característica sonrisa negaba con la cabeza: -No hijito, hoy no.

-¿Y eso por qué abuelito?

-Estoy esperando, hijo.- Entonces con una mirada empañada y acuosa volvía a decir.- Estoy esperando.

En ese momento las lágrimas brotaban por sus ojos, resbalando por cada uno de los pliegues de su mejillas hasta caer desde su barbilla hacia su pecho.

- ¡Abuelo! ¿¿Son éstas las lágrimas del corazón??- Le preguntaba excitado por tan emocionante descubrimiento.

Ante esta pregunta el sonreía, asentía y me daba un abrazo.

A los tres días, mi abuelo murió. Cerró los ojos y no los volvió a abrir más.

Desde entonces nunca he dejado de leer, para reencontrarme con él entre las páginas de las historias más fantásticas que jamás se hayan escrito.

De vez en cuando, tras estar varias horas leyendo, levantaba la mirada de los libros para descansar la vista y con media sonrisa decía yo en voz alta:

-Qué vida tan apasionante has tenido, abuelo.

Lágrimas del corazónWhere stories live. Discover now