Ella tenía que dar el siguiente paso pero, ¿se atrevía? Bajó el libro mirando a su teléfono enfadada como si él tuviera la culpa de su indecisión. ¿Lo llamaba? ¿le enviaba un mensaje? ¿era el momento o era demasiado pronto? Tres días eran tiempo suficiente para muchas cosas, entre ellas estaba segura de que esa era una. Pero para Carolina siempre era muy poco tiempo. Le echaba de menos, quería estar con él otra vez y se aburría de estar en casa. Cuatro días sin salir eran muchos días, en los cuales el único contacto que había tenido con un ser humano había sido con su padre, con la novia de su padre y con Paula. Es decir, sólo había tenido contacto humano con Paula.
Se mordió el labio frunciendo el ceño pensando en que hacer. Quería verle, realmente quería verle. ¿Pero debía...?
-¡Agh! ¡a la mierda!
Tiró el libro y se avalanzó sobre el móvil, no pensaba dejar que pasara un sólo día más encerrada allí, apartada de su vida.
Escribió el mensaje antes de darse tiempo a pensárselo mejor:
Carolina: Te echo de menos.
Le dio a la tecla de enviar antes de ver lo que había escrito. Era en lo único en lo que estaba pensando y en esos momentos ya había cambiado de parecer y le parecía la peor idea del mundo.
-¡No! No, no, no, no...- repitió una y otra vez queriendo que no le llegara el mensaje al muchacho tecleando mil cosas de su móvil y pegándole golpes- ¿Cómo se borran los mensajes de este trasto?
Se dio cuenta de que de los nervios se había puesto sobre la cama a dar saltos mientras le daba de leches a la pantalla de su teléfono. Y acto seguido salió el doble tick que le indicaba que el mensaje ya se encontraba en móvil del otro. Se tiró sobre su colchón tapándose la cara para amortiguar.
-¡NOOOO! ¡estúpido cacharro! ¿cómo se te ocurre dejarme enviar ese mensaje?- le culpó antes de caer en la cuenta de que parecía una auténtica enferma mental gritándole al teléfono.
Pero ya no había nada que hacer, el doble tick se había vuelto azul dando a entender que él ya lo había leído. Carolina espero pacientemente a que el en línea se cambiara por un escribiendo... Pero eso no sucedió. Sino que él se desconectó y ella sintió como todo su mundo se iba abajo y él ya no estaba allí para impedir que ella cayera también. Ya estaba hecho, ya había arruinado todo lo que le hacía feliz.
Suspiró dejando su móvil al lado de su cabeza, en la almohada y se tapó los ojos a la vez que los cerraba. Odiaba estropear todas las relaciones que tocaba, odiaba no poder abrirse a alguien tan genial como como Guillermo, odiaba ser así. Sus pensamientos empezaron a torturarla pero fueron interrumpidos por su politono que la asustó de lo cerca que lo tenía de la oreja pegando un salto.
Se le pasó por la cabeza la idea seriamente de no contestar pero al final, pensando que sería algo bueno que la animaría lo agarró con brusquedad y miró quien era. Una sonrisa inocultable cruzó su rostro llegándole a los ojos.
Descolgó y se llevó el teléfono a la oreja todavía con ese brillo de felicidad en la mirada. No tuvo tiempo ni de saludar. Él habló primero.
-¿Cuándo nos vemos?
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Llamaron a la puerta bastante antes de lo que pensaba y la pilló echándose la crema que solía ponerse después de cada ducha. Se enrolló en una toalla enorme con caritas felices dibujadas para taàrse más de lo que le tapaba la ropa interior que llevaba y salió corriendo por las escaleras. Cuando ya había bajado las escaleras con ambas manos sujetando la toalla aceleró más todavía, resbaló por lo mojados que tenía los pies y se estrelló contra la puerta principal provocando un sonido demasiado fuerte para acto seguido, caerse al suelo.
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La felicidad no tiene nombre.
RomantikPasar el verano en un pueblo donde la media de edad pasa de los 40 años no es, ni por asomo, un buen plan para una chica de 17 años. Con lo que Carolina no contaba era que todas las vacaciones tienen sus sorpresas.