II. CONVIVENCIA

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Hermione sabía que las relaciones de pareja eran complejas, sobre todo porque dos personas que hasta hace poco habían sido unas completas desconocidas en la mayor parte de su vida, de un pronto a otro se atraían por ciertos intereses, se descubrían compartiendo sentimientos muy profundos el uno por el otro y queriendo pasar el mayor tiempo posible juntos.

Si bien es cierto, el primer año en forma general, todo había sido color de rosa, poco a poco las cosas habían empezado a enfriarse, sobre todo cuando su relación cayó en la rutina diaria.

Ella había notado un pequeño cambio cuando su relación había dejado de ser un secreto. Pudo constatar de primera mano, que aquello de que los amores prohibidos eran más intensos que los permitidos, tenía algo de cierto. Luego había mejorado un poco durante los primeros meses viviendo juntos; sin embargo, poco a poco el fuego se había ido apagando.

Meses después de cumplir un año de convivencia, Hermione empezó a notar que Draco ya no la esperaba en la sala a su regreso del trabajo; tampoco se iban a la cama a la misma hora, pues él se quedaba hasta tarde en el despacho. Esto había provocado que no durmieran abrazados pues él alegaba que no quería despertarla cuando se metía en la cama. Pocas veces había beso de buenos días porque ella empezaba su jornada dos horas antes que Draco y debido a eso, se levantaba más temprano y se había acostumbrado a desayunar sola entre semana, pues él ya no se levantaba para hacerlo con ella como los primeros meses viviendo juntos.

Los claveles blancos dejaron de llegar a su escritorio...

Posteriormente, empezó a despertar sola los domingos debido a que él se había integrado al equipo de Quidditch del ministerio. Él se levantaba casi al alba y se iba sin desayunar y llegaba poco antes del almuerzo para no parar de hablar de lo que había pasado en el entrenamiento o en el juego de ese día, tema que ya no evitaba como al principio de su relación, cuando no se hablaba por lo ocurrido con Ron y porque sabía que a ella no le interesaba.

Ya no importaba si a ella le aburría, mientras comían él no dejaba de comentar quiénes habían llegado al encuentro, cuántas faltas había cometido el equipo contrario o si habían logrado aprender alguna maniobra nueva. Sume horas si había logrado atrapar la snitch o había logrado alguna maniobra peligrosa con éxito.

Aquello de salir un sábado en la noche al Londres muggle había quedado en el olvido. Primero una vez cada tres meses, luego cada mes... poco a poco había sido sustituido por semanales tardes de amigos con Blaise y Theo. Lamentablemente esas reuniones siempre eran acompañadas por abundantes botellas de whisky de fuego que los tres tomaban casi hasta emborracharse. Draco llegaba después de cenar y muchas veces cuando ya ella dormía.

—¿Otra vez borracho? —preguntó Hermione molesta cuando una noche él llegó más tarde de lo usual y en lugar de acostarse, había decidido seguir tomando en el despacho. Hermione, dispuesta a encararlo, se había quedado leyendo un libro para esperarlo por lo que lo siguió hasta esa habitación cuando lo escuchó llegar.

—¿No crees que es muy pronto para empezar con las paranoias, Hermione? —farfulló enredando la lengua con una mano sosteniendo un vaso y la otra presionando su frente por un incipiente dolor de cabeza.

—¿Paranoias? —la joven abrió los ojos con asombro. Quería convencerse que la actitud de Draco se debía al alcohol, pero ese tono de voz como si un trueno saliera de su garganta se había convertido en lo usual cuando hablaba con ella.

—Sí, las que adoptan todas las mujeres cuando se aburren de sus maridos —refunfuñó con fastidio taladrándola con la mirada—. Ni siquiera tenemos dos años viviendo juntos y ya me estás haciendo escenas, Hermione. Estaba con Nott y Zabini, lo sabes bien. No hay motivos para celos —concluyó llenando nuevamente su vaso, dando por concluida la discusión.

—Esto no tiene nada que ver con celos, Draco, si no con este nuevo hábito tuyo de tomarte toda la reserva mágica de whisky.

—Creo que ya estoy grandecito como para que me controles. Así que haznos un favor a los dos y déjame en paz.

Ella no comprendía la actitud de Draco y se pasaba largos ratos en silencio observándolo leer un periódico, escribir una carta o durmiendo en aquella cama que ahora se le hacía inmensa. Varias veces había intentado hacer la pregunta del millón de galeones y luego de meses de darle vuelta en su cabeza, una tarde que ella se acercó a darle un abrazo y él la apartó porque estaba concentrado en unos documentos del trabajo, le preguntó:

—Draco, ¿qué nos está pasando?

—¿A qué te refieres? —frunció el ceño extrañado—. Todo está perfecto. ¿Por qué lo preguntas?

—Ya casi no hablamos o me escuchas...

—¿De qué quieres hablar? —preguntó dejando de lado los papeles y prestando su atención a ella.

—No es que tenga algo de lo que quiera hablar en este momento, Draco. Es simplemente un comentario general. Ya casi no compartimos nada, no salimos, nos vemos cada vez menos...

—No digas tonterías, Hermione, es sólo que ahora necesito unos minutos más para ver este archivo. Ya después hacemos lo que quieras, ¿de acuerdo? —le dijo con seriedad para luego hacerle un amago de caricia en su cabeza como quien acaricia una mascota para volver a sus papeles.

"Es que no es algo de ahora", pensó la joven abandonando la estancia. Sabía que esos minutos se convertirían en horas y que esa noche, le tocaría acostarse sola... otra vez.

La segunda vez que se atrevió a tocar el tema fue una tarde de domingo. Después de almorzar, él se había recostado a descansar pues había tenido una práctica agotadora. Tres horas después se había dirigido al despacho y estaba revisando unos papeles cuando ella, algo maquillada y lista para salir, se acercó, pero él si acaso la vio con el rabillo del ojo como si fuera de lo más normal que ella se arreglara de esa forma para estar en casa. No había esperado algún halago, pero tampoco más indiferencia.

—Draco, ¿eres feliz conmigo? —preguntó con un dejo de melancolía observando cada gesto de su rostro.

Él, con el mismo calor que puede emitir un témpano de hielo alzó los hombros y con disgusto, contestó:

—Sabes que sí, Hermione. ¿A qué viene esa pregunta?

—Quería saber si eres feliz, es todo.

—Pues... sí... —su tono de voz no era para nada convincente—. Últimamente estás actuando muy rara, Hermione. No sé qué te sucede, pero no entiendo esas preguntas. Yo soy feliz contigo, no tienes por qué dudarlo.

Ella se quedó unos segundos mirando aquellos fríos ojos color gris que no confirmaban lo que decían sus palabras y, esbozando una triste sonrisa, le dijo cambiando de tema:

—Voy a salir con Harry y Ginny.

Algo molesto por lo inesperado de la noticia, aunque extrañado porque ella casi nunca salía de casa, espetó:

—Después no te quejes... siempre me reclamas que no pasamos momentos juntos y hoy tenía pensado que fuéramos a cenar al Callejón Diagon.

—¿Y por qué no me lo dijiste temprano?

Él no esperaba esa pregunta y ella adivinó que había sido una idea que le había surgido en ese momento.

—Si te apetece, puedes venir con nosotros. Vamos a ir al cine y después a comer.

Pero al ver que no hubo respuesta a su preguntas o comentario y que él volvía a sus papeles, ella se acercó a la chimenea, tomó un puñado de polvos flu y murmuró la dirección.

Claveles blancosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora