Respiré el aire puro. Olía a pinos y a pasto fresco. Había sido una buena idea irnos a vivir a Francia. No había nadie que nos molestara en kilómetros a la redonda. Ni una sola persona, ni una sola casa, nada. Éramos sólo Mika y yo.
Luego de que yo había "muerto" para el resto del mundo, ya que lo único que había dejado había sido un rastro de sangre, Mika había llamado a Redji, un amigo de él, para sacarnos documentación nueva. Teníamos que desaparecer de la faz de la tierra.
-Desde ahora tú te vas a llamar Antoine y yo Claude, ¿está bien?- me había dicho al entregarme mi pasaporte nuevo.
Sólo nos quedamos un par de días en su casa antes de que tomáramos nuestras cosas, y saliéramos pitando de allí. Me entristecía el hecho de abandonar la casa de Mika, era tan acogedora y me había hecho sentir como si formara parte de una familia. Y en menos de cinco días ya tenía que dejarla. Luego de eso, tomamos el primer avión que fuera a cualquier parte, que resulto ser Italia. Ah, Italia. Un hermoso país. En 6 meses recorrimos casi toda Europa intentando distraer a la policía, que me buscaban como locos al igual que a Mika dado que aún nos consideraban culpables del homicidio, cosa que era totalmente cierta pero con una causa justa.
Al final, el país que más nos gustó fue Francia. Compramos una casa y nos quedamos a vivir allí. Me sorprendía cuánto dinero tenía Mika, tanto como para pagar pasajes y hoteles en más de 15 países.
En uno de los muchos vuelos en los que fuimos, le pregunté:
-¿De dónde sacas tanto dinero, Mika? ¿Acaso levantas las piedras y brota de la nada?
-Bueno, ya sabes, estafé mucho y a muchas personas, me metí con la mafia, vendí drogas, aposté en las carreras...hice de todo para conseguir dinero. No te preocupes por eso. El dinero es lo de menos.
Y me besó en la frente para tranquilizarme.
Cuando llegamos a Francia, Mika me hizo cortarme el cabello para evitar que me reconocieran, de modo que ahora se me veían ambos ojos. No me reconocí cuando me vi en el espejo. Desde que tenía por lo menos 10 años que el cabello me tapaba el ojo izquierdo, me sentía inseguro si no estaba como yo quería. Pero cuando Mika me dijo que me veía bien, todas las inseguridades desaparecieron. En cambio, Mika se dejo crecer su cabello negro, al que le salieron pequeñas ondas. Cuando estábamos los dos solos en la casa, se lo tomaba con un pañuelo rojo a cuadros, dado que ya le llegaba a los hombros. Se veía adorable de esa forma. No podía mirarlo porque me daba vergüenza aun, era demasiado hermoso para mis ojos.
Una vez que llegamos a nuestra casa por vez primera, me sorprendí de que fuera tan pequeña. Una cabaña perdida en los Alpes. Directo en la entrada te encontrabas con la cocina, y a la derecha la habitación con una cama y un baño que claramente no tenía agua caliente.
-¿Te gusta?- me dijo Mika, poniéndome las manos en los hombros.
¿Que si me gustaba? ¿Qué iba a hacer yo sin una ducha con agua caliente y con tan poco espacio? Pero bueno, si estaba con Mika, todo estaría bien. Supongo.
Entré a la cocina, y el lugar bullía de polvo. Se notaba que había estado sin uso por un largo tiempo. A la luz de la linterna se veían las motitas de polvo danzar por el aire. Estornudé.
-Vamos a tener que limpiar esto, pero luego. Ven, sígueme-dijo.
Me tomó de la mano y me llevó hasta la habitación. Sólo tenía una cama pequeña. Nada más.
-Tienes que ver esto- exclamó emocionado, levantando la cama con una mano mientras con la otra abría una trampilla que había en el suelo. Dentro no se veía nada ¿Un sótano?
Mika se metió en la oscuridad. Escuchaba como sus pasos se iban atenuando luego de unos segundos. De pronto, el interior de la trampilla se iluminó por un centenar de luces dispuestas en el suelo que te guiaban hasta el fondo. Miré hacia dentro y Mika me hizo un ademán de que lo siguiera. Agarré mi maleta con todas las cosas que había reunido durante esos meses, que eran más que nada recuerdos de los lugares donde había estado, y caminé con cuidado, bajando por la escalera de piedra rodeado a ambos lados de luces que brillaban como luciérnagas. Al final de la escalera me esperaba una sala de estar con una chimenea de mármol encendida, sillones de terciopelo rojo y una alfombra persa. Se notaba que los vampiros no tenían ningún sentido de combinar las cosas para que se vieran bien. Eso o Mika había ordenado todo.
Él ya estaba tendido en el sofá, cuan largo era, mirando el fuego.
-Tu habitación está por allá- me dijo señalando hacia mi izquierda un pasillo iluminado por las mismas luces que las de la escalera.
-¿N-no vamos a dormir...juntos?- pregunté sorprendido. Los días que había estado en su casa lo habíamos hecho así. Todas las noches había disfrutado del olor de su cuerpo a mi lado.
-¿Quieres dormir conmigo, André?
Me dirigió una mirada provocativa. Se paró del sofá y me liberó de la maleta.
-¿O mejor te digo Antoine?- susurró en mi oído mientras me sacaba el polerón- Sinceramente me gusta más André, te queda mejor.
Pasó por detrás mío, me golpeó en el tobillo y de un segundo a otro me tenía en el suelo.
-Admite que quieres dormir conmigo porque te encanta las cosas que te hago- me decía mientras mordía el lóbulo de mi oreja.
-Mika...aquí no, vamos a la cama.
Era difícil pensar claro si lo tenía sobre mí y su lengua en mi piel. Yo lo quería, aquí y ahora, pero sabía que en ese lugar no.
-¿Qué importa donde lo hagamos si al final somos los únicos en esta casa?
Su mano se deslizó por debajo de mi polera, haciéndome gemir al tocarme.
-¿Tan rápido, André? Tómate tu tiempo, tenemos toda la vida por delante.
Desabrochó el botón de mis jeans negros y luego bajó el cierre para terminar quitándomelo junto con mi ropa interior comprada en Italia. Tomó mi miembro con una mano y lo acarició de arriba a abajo, con suavidad. Yo me debatía con todas mis fuerzas por no gemir. Tomé el borde de mi polera y lo mordí con fuerza.
-Nghh...¿Por qué....siempre tienes que...ah...hacer esto...?
-Porque te gusta, y se te nota en la cara- dijo con una mirada pervertida.
Acercó su lengua a mi miembro y empezó a jugar con él. Me excitaba cuando su lengua pasaba por la punta.
-Mika...para...ah...me voy a venir...
Él se detuvo. Se paró y se sentó en el sofá.
-Ahora tú- dijo- Yo ya te lo hice a ti, ahora te toca intentarlo.
-N-no...Mika...no sé hacerlo- me senté en la alfombra tratando de taparme con mi polera- Me da vergüenza, ¿qué pasa si lo hago mal?
-Todos tenemos una primera vez- sonrió con autosuficiencia.
-No, no quiero arruinarlo todo.
Desvié la mirada hacia un lado con las lágrimas pujando por salir. Me apenaba el pensar que no podía ser todo lo que Mika pedía.
Sentí que alguien me tomaba por debajo de los brazos y me levantaba del suelo. Mika me había tomado en brazos, pasando mis piernas alrededor de su cintura. Me afirmaba con fuerza por los muslos. Jamás en mi vida creería que me iba a caer. Me llevó hasta el sofá, donde se sentó, dejándome sobre sus piernas.
-No quiero verte llorar, André.
Su voz sonaba tan dolida que parecía que él también iba a llorar.
-No estoy llorando- rápidamente me limpie las lágrimas de los ojos- ¿Ves?
Me besó para calmarme. Primero suave, lento. Cuando yo le respondí con mayor avidez, la cadencia aumentó. Puse mis manos sobre su pecho frío. Me temblaban.
-No tengas miedo de tocarme- murmuró. Se sacó la polera, dejando su torso de un blanco perfecto, al desnudo. Tomó mi mano y la guió hasta su pecho.
-¿Ves? Soy de carne y hueso igual que tú- movió mi mano hasta una de sus tetillas- Mira, esto se siente muy bien.
Saqué la mano con miedo.
-No muerdo, André- se rió.
-Otro día- me dije mas para mí que para él- otro día, ¿sí? Estoy cansado por el viaje y todo eso- mentí. Me sentía con la energía como para dar la vuelta al mundo a pie dos veces pero no me sentía preparado para eso. No aún.
-Está bien- contestó él, apenado.
-Pero...si quieres...puedes tomar mi sangre.
Ninguno de los dos nos habíamos alimentado en días, y ya empezaba a notar como Mika se debilitaba. Se veía claramente en las ojeras que tenía bajo los ojos. Yo era un vampiro joven, aun podía pasar más tiempo sin beber sangre, pero en todo el día, si mis pensamientos no eran sobre Mika, eran acerca de la sangre. La ansiaba, era como una sed que nunca saciabas. Tenía la garganta seca y mi cuerpo se notaba un poco débil si no la bebía con regularidad.
Le ofrecí mi muñeca a Mika. Me dio un beso en el dorso de la mano, donde acerco su nariz para oler mi piel. Se quedo así por unos segundos y luego prosiguió con lamer la piel de mi muñeca para después morder y beber la sangre. Desde la muñeca me surgía una ola de calor que fluía por mis venas hacia el resto de mi cuerpo. Un cosquilleo en mi entrepierna y la cabeza dándome vueltas, era como alcanzar el cielo. Solté un gemido. En ese momento Mika paró.
-Se siente...mejor que cuando era humano- sonreí-No te detengas, sigue, por favor.
Mika volvió a hundir sus dientes en mi blanda piel, haciendo que la sangre corriera por mi brazo, hasta que tocara el suelo.
Dado que el fuego calentaba la habitación, y se sentía tan agradable estar ahí, ambos nos quedamos dormidos en el sofá esa noche. Abrazados el uno al otro, como si sólo fuéramos uno.