CAPÍTULO XXIII: Desastre Total.

13 4 2
                                    

Canción Remembering Mallory de Andrew Lockington.

Solo hacía un par de días que no la veía pero ya la echaba de menos. La añoraba desde el momento en que Marit cruzó esa línea. Una línea que traspasaba hasta donde estaba Dissior.

La presencia de la niña provocaba nostalgia en Melfos. Philips tenía infinitas ganas de ver a su hermana, pero tenía mucho miedo de lo que se pudiera encontrar. Y Minna iba decidida pero también insegura. No tenía ni idea de como iban a salir de allí, y que Marit no quisiera irse con ellos.
Las lágrimas de Melfos no pudieron aguantar más y brotaron en los ojos y cayeron rápidamente por sus mejillas. Esas lágrimas dolían. Dolían mucho. E incluso escocían. Quería abrazarla, llenarle la cara de besos y jugar juntos por todo el pueblo. Echaba de menos cosas tan insignificantes que le dolía el pecho. Ya no sabía lo que era la soledad para él. Se fue cuando vino Marit por primera vez, pero ahora...

Dissior contemplaba a Melfos. Tenía pánico de que volviera a por ella. De que hiciera lo necesario para llevársela y de que su plan se fuera para siempre. Su mirada mostraba furia y poder. La tenía al alcance pero necesitaba agarrarla.
Marit seguía mirándolo con curiosidad, estaba tan plasmada en mirar a su padre, que no se fijó en quien había entrado.
El rey no sabía que decir, nadie habló, ni siquiera el general. Nadie se atrevía. Clanmiana ya no sabía a quien mirar. Sus ojos se movían de una persona a otra, esperando respuestas y cualquier cosa que la hiciera entrar en acción.
Segundos eternos más tarde, alguien habló y fue por su pura fuerza y valentía.
-Marit, mi criatura. - sus palabras fueron como un susurro que se desvanecía en el aire y desaparecía.
La pequeña se dio la vuelta tras oír su nombre y vio a aquellas tres personas que la miraban con alegría y tristeza a la vez.
La mirada de Marit no reflejaba nada en absoluto. Ni alegría, ni tristeza, ni furia. Nada. Se limitaba a mirar. Pero algo en su interior quería salir pero algo oscuro no la dejaba. Estaba atrapada.
Esas tres palabras fueron la gota que colmó el vaso para Dissior y él continuó con la conversación:
-¡Apresadlos! ¡AHORA! - su voz resonó por todas las torres del inmenso castillo. Aquella frase paralizó a los tres visitantes. Miraban a todos lados, incapaces de creer que les estuviera pasando aquello.
Una veintena de guardias entró sin demora en la sala y acorralaron a ellos juntándolos en un círculo.
-Haz algo Minna. - dijo en voz baja Philips.
-Hay demasiada magia oscura para utilizar mis poderes. No puedo. - su desesperación no tenía límite.
A Melfos le dio igual aquello. Solo tenía ojos para su pequeña criatura que la observaba.
-¡No puedes hacer esto! ¡Déjanos ir! - le dijo Philips a su padre. Este no le miró siquiera desde que entró. Sólo se centraba en Marit y en Melfos.
Clanmiana utilizó el palo de su escoba para inmovilizarlos. Se sentía orgullosa de lo que hacía, así que continuó con su propósito. Voló hasta llegar casi al techo de la grandiosa sala y vigiló a los prisioneros para que no se pudieran escapar.
-¡Llevaóslos hasta la mazmorra más profunda del castillo! ¡YA! - todos los guardias caminaron en fila de dos por separado dejando en medio al anciano, el hada y el niño encadenados por la manos con unas cadenas que había utilizado Clanmiana.
Cerraron las puertas con un portazo y el silencio se adentró en la sala. Marit seguía mirando a la nada, esperando otra reacción. Dissior la miró ahora a ella, pensando en lo que hubiese pasado si no la hubiera hechizado desde el principio. Desde que se encontraron en las tumbas.
-Vuelve a tu habitación y no digas absolutamente nada. - Marit se dio la vuelta para mirarle y se volvió de nuevo para marcharse y obedecerle.
Dissior se quedó satisfecho con el resultado y se sentó en su trono.

Mientras tanto, por los pasillos del oscuro castillo tres prisioneros vagaban tristes y sorprendidos por aquel momento. Sus cabezas brotaban preguntas sin parar, pero la incertidumbre de Minna no la dejaba pensar en otra cosa. Tenía una sensación extraña.
Melfos desprendía pena, tristeza y decepción. Sentía como su alma se desvanecía entre las paredes de piedra. Su vida había dejado de tener sentido. Ahora sí que la había perdido para siempre.
Su mirada fría y distante dolía más que atravesar un puñal en las entrañas. Sus ojos no reflejaban nada. Sólo vacío. Una oscuridad profunda.

Ninguno de los tres hablaron nada. Cada uno pensaba en lo ocurrido. Cada palabra dolía. Les hacía estremecerse. Les consumía en corazón. Philips se giraba de vez en cuando hacía atrás, mirando con detenimiento la puerta de la que provenían.
En ese instante, alguien la abrió y él no pudo dejar de mirar, cuando se dio cuenta de que no esperaba a otra persona más que a Marit.
-¡Marit! ¡Marit! - chillaba sin parar, una y otra vez, alarmando a los guardias, pero también a Minna y a Melfos. Los dos se giraron en la dirección en la que miraba Philips y todos gritaron a la misma vez su nombre.
La chica se volvió hacia ellos y se quedó mirando.
-¿Por qué no habla? - preguntó Minna frunciendo el ceño mientras seguía mirándola. Nadie le respondió. Su pregunta ya la habían formulado todos en sus respectivas cabezas.
Los guardias sacaron sus afiladas y brillantes espadas y apuntaron hacia ellos.
En ese momento, todos callaron y miraron por última vez a Marit.
Esta se dio la vuelta y continuó su camino mientras la bruja lanzó un conjuro sobre los prisioneros, haciéndoles dar la vuelta y seguir andando.

Sentado en el trono pensativo y agarrando con fuerza su cetro, tuvo una gran oportunidad de poder quitar la magia que aguardaba en Melfos. Ahora que lo tenía preso no podía desperdiciar eso.
Se levantó con seguridad, abrió las puertas de la sala en la que se encontraba y camino pasillos y habitaciones para poder llegar a las mazmorras.

Los tres visitantes ya llevaban un rato entre rejas. Sus miradas ahora mostraban débiles, derrotados y agotados por el cansancio.
Philips no era de los que se rendía tan fácilmente, así que usó sus pequeñas manos y apuntó hacia las rejas encajadas de arriba hacia abajo y lanzó un hechizo azul. Brillantes mopitas azules salían de las manos del niño chocando contra los palos de hierro.
Cada uno estaba encerrado en un agujero distinto. Pero podían verse unos a otros. Minna y Melfos lo miraron con esperanza e ilusión, pero el hechizo no surtió efecto. La decepción creció en Philips haciendo derrotar en el suelo.
-¿Estás bien Phillips?
-Sí, gracias Minna. - le respondió, levantándose del suelo.
Melfos no podía hablar. Sus palabras no salían. Ni siquiera era capaz de formar una frase.
Un estrepitoso ruido los sacó de su letargo haciéndolos sobresaltarse.
Minna tuvo que actuar de inmediato por si acaso le ocurría algo. Movió los dedos de su mano izquierda y un conjuro amarillo y luminoso, salió de ellos envolviéndola. Su cuerpo empezó a crecer hasta que es hechizo se deshizo y convertirse en una hermosa mujer alta y con el cabello rubio. Vestía un vestido un poco ya estropeado y unas sandalias amarillas, pero sucias por el barro del largo viaje.
Phillips y Melfos quedaron alucinados por lo que vieron. Pero no pudieron hacer nada más porque Dissior ya estaba entrando por la puerta de madera.

Flores de invierno IDonde viven las historias. Descúbrelo ahora