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—Somos mujeres en un mundo gobernado por hombres, Jihyo. Así que, limpia esas lágrimas que no me sirven. Jihyo aguantó las ganas de llorar mientras su madre acomodaba su vestido.

 —Él no me ama.

Sollozó, su voz apenas fue audible para su madre. Y ella negó.

 —Y no la hará nunca, es un rey, tiene a miles de mujeres que le pueden dar lo que tú, tú solo eres ante sus ojos un adorno Jihyo. Pero escucha con atención, tu eres mucho más que una cara bonita, eres inteligencia, orgullo, pasión. Tú dominarás el mundo y no te dejarás pisotear. Tú serás la próxima reina. 

—¿Cómo?

 —Utilizando la cabeza y ocultando tu corazón en duros muros de hierro. Jihyo tomó el pequeño frasco sin comprender las palabras de su madre. 

Un matrimonio forzado solo para unir dos grandes reinos era algo en lo que Jihyo creía, ella creía más que solo la política en la que se estaba involucrando. Daniel era bien parecido, un caballero que le prometió bajarle la luna y las estrellas con falsas promesas y una buena labia, eso era Daniel, palabrería. 

 Pero aun así, los primeros días en los que Jihyo pasó su tiempo con el rey, él la convenció de que ese matrimonio forzado sería mucho más. Pero todo cambió cuando se casaron, Daniel comenzó a ser distante y Jihyo caía en cuenta que la política era mucho más de lo que su joven y aún puro corazón creía. 

Daniel era cruel, audaz, Daniel era el rey que necesitaba el país y el amor no estaba en sus planes, para él, Jihyo solo era la fachada que necesitaba para verse menos... benévolo. 

Jihyo lo observaba silenciosa, podía notar las miradas lascivas que tenía hacía las demás mujeres, podía escuchar los coqueteos descarados que tenía frente a ella, podía entrar a su habitación y verlo revolcado en la cama que compartían con mujeres mucho más ingenuas, mucho más hermosas, mucho más jóvenes que ella.

Eso hizo que Jihyo abriera los ojos y despertara.

 —¡Tú me darás un heredero! – Siempre le gritaba cada mañana. Quizás el mayor miedo de Jihyo era que su hijo creciera como su padre, que no tuviera el corazón ni cortesía de un buen hombre, no quería que fuera un monstruo.

 Entonces, después de mucho meditarlo, Jihyo decidió tomar el poder de su destino y del destino del país, siguiendo fielmente las palabras de su madre.

 Jihyo caminó por los jardines del palacio, su vestido blanco se ajustaba en las curvas que ella deseaba realzar. Su largo cabello se encontraba suelto y se movía con el viento de las primeras brisas de otoño. El Rey se encontraba sentado con una copa de vino en sus manos, y cuando sus ojos se posaron en su fiel esposa, la curiosidad surgió.

 Los rayos del sol iluminaban la perfecta figura de la reina mientras se acercaba desinteresada hacía los rosales junto al rey. Después de tanto tiempo, Daniel se tomó la oportunidad de volver a ver a su esposa y esta vez no lo hacía con fastidio.

 —Jihyo. 

Escuchó su voz a sus espaldas mientras la observaba. 

—¿Si, mi señor? 

Susurró mostrando cortesía y ligero desinterés hacia el rey.

 —¿Mi señor? 

Arqueó su ceja divertido

— ¿Desde cuándo me dices así? 

—Desde siempre, solo que nunca te habías tomado el tiempo de notarlo... Daniel.

 —Ven aquí Jihyo.

Demandó con autoridad haciendo que la reina se acercara sin protestar. Daniel la miró con regocijo y tomó su mano con delicadeza para obligarla a sentarse sobre él

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⏰ Última actualización: Nov 14, 2020 ⏰

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