Entre los escombros Roco desenterró la cabeza bronce de un antiguo robot de la Última Guerra. Mas allá de que estuviera cubierto de polvo, rallones y abolladuras, la ausencia de óxido y que la máquina estuviera en una pieza llamó lo suficiente la atención al joven excavador como para decidir romper la regla y llevárselo a escondidas.
Con su pico, Roco consiguió desenterrar a la reliquia y probar sus articulaciones. Salvo por el brazo izquierdo, el autómata parecía tener su cuerpo en buen estado. Prestando atención a su alrededor y con cuidado, arrastró al robot, cubierto por una tela, hacia su carretilla. En un costado y fijándose de no revolearle nada, lo comprimió como para que no sobresalgan sus extremidades. Nadie lo podía ver.
El chico continuó excavando en el Valle de los Cadáveres. Ese día consiguió, además de su secreto, dos kilos de metales varios y hasta una antigua espada. Había sido un día extraordinariamente productivo. Tuvo mucha suerte de haberse encontrado con uno de los preciados "montículos de polvo naranja", cuando un excavador los encuentra tiene que hacer lo posible para que nadie más se los arrebate, las reliquias de la Última Guerra suelen ser muy comunes en éstos.
Cuando el sol pasó por el círculo dorado que corona la sierra, la campana sonó y los excavadores corrieron hacia sus carretillas. Todo quedaba como estaba en ese instante, los dioses de la tierra se enojaban cuando tocaban tus pertenencias en la noche, cuando despertaban. Pero Roco corrió el riesgo, atento a que no lo vieran, cubrió la tierra cuidadosamente excavada todo el día, para que al día siguiente nadie encontrara el polvo naranja.
Cabizbajo pasó junto a los guardias en la entrada del valle. Era afortunado que éstos fueran incompetentes, bebiendo y jugando a las cartas todo el día. La excepción era en el ingreso y salida, un comisario podía pasar en cualquier momento, así que estaban más alerta. Aun así, era poco probable que le dijeran algo. Encontrarlo llevándose una reliquia mecánica, le aterraba pensar que podía pasar. Nunca especificaron el castigo, pero siempre hicieron hincapié en su severidad.
Los guardias lo miraban de cerca, lo podía sentir, pero Roco no devolvió la mirada, no permitió que su rostro expresara preocupación. Era solo un día más de trabajo agotador, entre el polvo y bajo el sol. No lo detuvieron.
Su hermano mayor había preparado choclo hervido. Inta era un aprendiz de cocinero de los caciques, y siempre le decía que su comida favorita eran las más sencillas. Pero Roco sabía que no era cierto, uno de los chicos del valle dijo que los caciques comen cerdo todos los días. Después de que lo golpearan los guardias lo empezó a negar, pero la cosa era evidente hasta para los jóvenes de trece aniversarios.
Cuando terminaron su maíz, agradecieron a los caciques y fueron cada uno a su habitación. En cuando Inta comenzó a roncar, Roco llevó el androide a su cuarto.
Recordaba muy bien lo que le comentaron los chicos mayores del valle sobre la vez que un desgraciado activo un robot. Como crearon rayos y chispas en miniatura para invocar al demonio. Roco hacía chispas todas las noches antes de dormir con su dínamo. Se creía tan malo y poderoso violando las costumbres.
Tomó los dos cables que salían de su dínamo y los ató a una placa de metal apoyada en la espalda del robot. Un minuto girando, y el demonio fue invocado.
El androide se levantó lentamente y miró a sus alrededores. El cuerpo flaco de metal cobre, con tubos bajo los brazos y una mochila en la espalda, se dio media vuelta y miró a un niño asombrado y aterrado. Roco no dijo nada, si los demonios lo devoraban, mejor que lo hicieran sin que nadie sepa que él los llamó.
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Los fantasmas de una lección malinterpretada
Science FictionRoco encuentra el cuerpo de un demonio de la antigüedad