CAPÍTULO XXIV: Las Mazmorras.

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-Vaya vaya. - su mirada en cuanto entró por la puerta de madera la fijó en Melfos, que se parecía polvo, a punto de flotar en el aire en cuanto le soplaran. - Por fin estás aquí viejo. - rio con profundidad mirando al techo de piedra, pensando en lo afortunado que se sentía.
Melfos lo miró, pero sus ojos se cerraban sin más. Parecía cenizas. Su cuerpo derrumbado descansaba en una simple silla de madera ya desgastada por otros prisioneros. El anciano no le dijo nada, ni siquiera podía mirarle a los ojos. Sin embargo, Minna y Philips lo contemplaban con rabia. Había encerrado a su propio hijo y no sentía ninguna pena ni resentimiento.
La vista de Dissior cambió de dirección hasta ponerse en Minna, que ahora era una hermosa joven.
-¿Te has convertido en una muchacha? - volvió a reírse, poniendo inferiores a todos.
Mussar que aguardaba en la puerta vigilando, soltó un pequeño ruidito siguiendo a su rey.
Minna lo miraba con miedo, pero la rabia era más intensa. Daba igual lo que le hiciera, no se iba a rendir.
-Imagino que ya sabréis a que he venido y por qué os tengo aquí. - señaló con su cetro a cada uno de los tres. Todos le miraban con preocupación.
No sólo estaban ellos tres prisioneros, sino que, en las mazmorras, todos los agujeros estaban ocupados por mendigos y pobres personas inocentes. Algunos de esos cuerpos yacían en el suelo por la falta de hambre e higiene. Otros, a veces gritaban o lloraban pidiendo clemencia. Pero el rey ya no permitía que se rindieran. El daño - según él - ya estaba hecho.
Cuando Dissior entraba por la puerta, todos se escondían en la pared de atrás del cada mazmorra, suplicando que no se asomara a verlos.
El rey miró unos segundos muy cortos a Philips, y para este fue tiempo suficiente para decir lo que su corazón debeaba hacer hacia tiempo.
- Mi rey, - había cosas que no cambiaban, y Philips no quería cambiarlo, más que nada porque quería que al menos lo escuchara. - ¿por qué nos haces esto? Déjanos marchar, pero no nos hagas daño. - Su cara reflejaba súplica y miedo. Anhelaba que le hiciera caso al menos una vez.
Rio y río sin parar hasta que el rey habló:
- ¿Crees que os voy a dejar iros con vuestra magia, sin darme nada a cambio del insulto que he recibido de vosotros? Vuestra presencia en mi castillo requiere un castigo, y pagaréis por ello.
Todos lo miraron con asombro, pensando lo peor. Melfos se incorporó de la silla y se levantó como los otros dos y agarró sus manos a los barrotes de metal.
-Quítame lo que quieras, mi rey. Quítame lo que vosotros deseéis, mi señor. - tragó con miedo. - Pero, mi rey, por favor, no me quitéis lo que más quiero. No me arranques a mi hija.
-No es tuya. - gritó acercándose cada vez más al prisionero.
La miraba del anciano disminuyó hasta cerrar los ojos. Otro duro golpe.
No sirvió de nada.
Minna se entristeció con la respuesta de Dissior. Y sí, era suya. Pero estaba claro que solo la quería para utilizarla en sus planes de poder y avaricia.
En cambio Melfos, la encontró, y podía haberla devuelto a alguien que quisiera una niña, o podía haberla dejado donde se la había encontrado; pero la recogió y la cuidó, la amó y la protegió hasta en los peores momentos.
En ese instante, Melfos recordó aquella vez que su criatura enfermó de una extraña enfermedad y tuvo que salir con desesperación una cura; la flor azul y amarilla.
Una lágrima cayó de los ojos ya cansados del anciano y su pecho empezó a moverse. Rápido. Se movía demasiado. Salía y entraba con profundidad. Sus ojos miraban al rey con furia. Con la furia que Melfos jamás había sentido.
-¡¿Que estás haciendo?! - gritó Dissior, mirándolo de arriba a abajo con desesperación.
Philips y Minna lo miraron alucinados incapaces de describir aquello.
Una luz blanca muy brillante iluminaba toda la mazmorra que residía el anciano. Esa luz salió de su pecho, donde se encontraba el corazón.
Aquella línea cegadora formaba una espiral que se enredaba a su alrededor. Melfos extendió los brazos como un ave volando y el hechizo se impulsó contra el rey haciéndolo caer. El general se acercó corriendo hacia él y lo ayudó a levantarse.
Cuando ambos se incorporaron, se dieron cuenta de que los palos delgados del duro metal se habían roto, tirados en el suelo de piedra.
Minna y Phillips seguían soñando aquello imposible, y Melfos, más cabreado que nunca volvió a lanzar con sus manos alzadas y juntas, otro hechizo blanco que atravesó todo el techo.
Desde lejos del castillo se podía observar como esa línea brillante subía hasta las nubes, traspasando las torres y techos de piedra.
Mientras ese hechizo se mantenía ahí, una voz suave los alarmó.
Era Marit. Estaba cantando una melodía suave. Desde donde ella se encontraba era imposible que la oyeran, pero aquel conjuro que Melfos lanzó, hizo Amcar se iluminara un instante.
Todos escucharon unos largos instantes la hermosa voz que salía de la garganta de la pequeña.
Ella, en realidad, no sabía lo que estaba haciendo. Simplemente, sentaba en su cama, su cuerpo soltó algo que aún se encontraba en su corazón. Marit no era consciente de lo que estaba haciendo.

Dissior llegó a esos límites que no podía traspasar y subió el cetro todo lo alto que pudo con sus brazos fuertes y lanzó un conjuro negro como el carbón y oscuro como él mismo. Melfos cayó al suelo en ese momento, derrotado por ese poder tan grande como él.
El rey hizo girar en un círculo su palo mágico y todo el cielo se volvió denso. Esa oscuridad tensa que lo enegrecía todo. Hasta en más recóndito rincón. La poca cantidad de habitantes se escondieron una vez más en sitios sucios y vacíos de las calles que ya consideraban sus hogares.
Un círculo negro hizo temblar todo el valle, y hacer que Marit dejara de cantar.
Cono resultado para Dissior, la niña dejó de cantar.
Esa voz hizo que los tres prisioneros escucharan con atención esa nana tan bonita. Las lágrimas del anciano volvieron a salir, pero más profundas.
Porque esa nana, esa melodía, era la que Melfos le cantaba a ella cuando era un bebé.

El rey bajó su cetro y lo volvió a usar de complemento en él. Extendió las manos enfurecido y tras pronunciar unas palabras en un lenguaje extraño, una luz con esplandor salió de Melfos, de Mknna y Philips con fuerza, entrando en el cuerpo del rey. Ese poder iba oscureciendo conforme se acercaba a Dissior.
Minna que sabía esa lengua confusa, gritó sabiendo lo que iba a pasar a continuación.
Efectivamente, no se equivocaba.
Phillips, asustado, observaba a su padre, confundido, incapaz de responder a la pregunta más clara que tenía desde hacía años:
«¿Por qué eres así?»
Sentía pena por su padre. Creía que sería uno bueno, como todos. Pero se equivocaba.
Minutos más tarde, Dissior salía por la puerta de las mazmorras con Mussar por detrás, dejando en el suelo a los prisioneros, encerrados de nuevo, derrotados y cansados de tantas emociones.

Mientras tanto en la habitación de Marit, una magia negra como la noche, flotaba en las cuatro paredes. Marit miraba de pie por la ventana, a la nada. No sabía que le había ocurrido. Se notaba algo más que extraña. Confusa tampoco era la palabra adecuada.
Estaba hechizada por su padre.
Pero ella aún no lo sabía.

-Niña, - su gesto seguía siendo igual de despreciable desde el día en que se convirtió en una malvada bruja. - el rey quiere verte enseguida.
La niña se dio la vuelta y caminó hasta Clanmiana.

Flores de invierno IDonde viven las historias. Descúbrelo ahora