Capítulo 11

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«DESTELLO DE ESPERANZA»

...

Katashi comenzaba a necesitar un poco más de acción y adrenalina con aquel niño, la crucifixión había sido divertidísima, pero necesitaba llevarlo todo a otro extremo, jugar con la mente del niño, aplastarlo, masacrarlo, destruirlo.

La idea perfecta llegó a su mente mientras gestionaba trámites de su empresa, ¿qué mejor para avivar el juego mental que un poco de falsa fé y libertad?

Nada, no hay nada mejor que jugar con la fé de un mocoso empedernido con la idea de la libertad. Con esta maravillosa idea en mente, Katashi abandonó su despacho y bajó hasta el sótano. Su rostro resplandecía en una sonrisa diabólica que daba escalofríos a quien sea que lo mirara.

El sonido de sus zapatos resonó con fuerza por todas las escaleras del sótano, su presciencia inundaba el casi desértico lugar, se apresuró a sacar el juego de llaves de su bolsillo cuando estuvo frente a la celda. Abrió la deteriorada puerta sin cuidado y contempló el cuerpo escuálido con fascinación, amaba ver su arte dibujado en la piel del muchacho.

—¡Eey, perra!, ¿no extrañaste a tu amo?—exclamó fuerte, con una alegría enfermiza, sobresaltando al chiquillo que yacía en la esquina de la celda.

El adolescente, en cuanto lo vio, hizo amago de encoger sus piernas, sintiendo el dolor turbar todo su cuerpo, las heridas que estaban sanando se abrían nuevamente, ardiendo y quemando su piel, buscaba cubrirse, pero dejó su intento en el aire cuando sintió escocer la zona de la quemadura, ese lugar en específico estaba aún muy sensible. Un llanto lastímero abandonó su garganta, apretó los ojos hasta arrugar sus párpados y respiró agitado, volviendo sus piernas a la posición inicial.

—Tranquilo, hoy estoy de buen humor—sus manos cubiertas por el látex de los guantes acariciaron su cabello y bajaron a sus mejillas— ¿no deseas ser libre?—preguntó, ahora deslizando su toque por el cuerpo lacerado del joven. No pudo resistirlo y presionó fuerte en una de las heridas expuestas por la tela, las muecas de dolor en el rostro ajeno electrizaron su sistema.

Yamato no respondió la pregunta de inmediato, pero el cuestionamiento vagó por su mente durante unos segundos.

Ser libre...

¡Oh, que anhelo! No hay cosa que él deseara más que la libertad, pero eso no podría ser tan fácil, estaba seguro en un mil por ciento de que Katashi se refería a despedazar su cuerpo, lentamente, hasta dejarlo inerte.

—Yo, amo—suspiró agitado, queriendo llorar, el toque de su amo lo tenía temblequeando con rigor—, no hay algo que desee más que la libertad—se sinceró, deseando con toda su alma que su respuesta no repercutiera negativamente a futuro.

Katashi sonrió en grande, su mirada destelló en sadismo, Yamato supo que debió dejar su respuesta en breve. Quitó las cadenas de los pies de Yamato y retrocedió dos pasos, admirando el cuerpo apenas cubierto por la tela blanquecina de la playera.

—Entonces es tu día de suerte, pedazo de escoria miserable—lo tomó del brazo con rudeza, obligándolo a ponerse en pie, un gruñido escapó de los labios resecos del joven, sus pies no habían curado aún, uno de ellos seguía completamente destrozado por los pisotones, el dolor agudo lo recorrió hasta la médula haciéndolo estremecer. Se tambaleó al estar de pie buscó apoyo en los muros del lugar, apoyando su codo en el más cercano a él, cuando estuvo estable cargó su peso en el talón del pie menos herido y bajó la mirada, canalizando toda su atención en sus latidos, con intención de evitar el dolor—. Jugaremos un juego, vas a amarlo, ven.

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