06/11/2020

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Mi familia y yo debíamos realizar un viaje aéreo: No por avión, sino en una suerte de dirigible, cuyo interior era tan espacioso como una iglesia o anfiteatro, pese a lo cual el lugar tenía un aspecto desolado, siendo al parecer nosotros los únicos pasajeros.

El viaje debía ser realizado de madrugada, en medio de una gran oscuridad, la cual contrastaba con la iluminación del interior de aquel lugar, así como también con la iluminación de un café al que se nos permitía ir antes del comienzo del viaje.

Allí nos encontrábamos con la piloto responsable de conducir el dirigible: Ella me era presentada como una amiga de mi madre, de cabellos castaños, que reía y me aseguraba que todo estaría bien.

Su confianza, lejos de tranquilizarme, me daba una mayor inquietud, y en el momento del inminente despegue, yo sentía que iba a ser una experiencia aterradora, inescapable, como si fuésemos a salir disparados con la misma intensidad de un cohete hacia un cielo tempestuoso.

Diario de Sueños y PesadillasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora