Para ser consciente, un casete

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Akira ha pasado tres días encerrado en su monoambiente, desde el día del entierro de su madre

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Akira ha pasado tres días encerrado en su monoambiente, desde el día del entierro de su madre.

Contrario a lo preconcebido, la muerte le ha afectado de una manera que no creía posible ─no es como si no la quisiera, pero durante los últimos años la relación se había debilitado de tal manera que solo se hablan durante los cumpleaños y alguna otra fecha festiva.

Su padre no lo ha llamado, pero en realidad, Akira no espera que lo haga ─es cierto que su matrimonio se había desintegrado hacía varios años, pero el amor que el hombre le profesaba a su progenitora era un océano.

Siempre lo ha sabido ─que eran desbocados, como un par de adolescentes en un noviazgo turbulento. Y él, en su tierna inocencia, ya era consciente de ser un peso entre ellos: el motivo por el cual la separación no se formalizaba.

Él la amaba, pero no podían estar juntos sin explotar de manera compulsiva. Eran olas impactando en la costa, y Akira la arena que resultaba salpicada en cada una de esas ocasiones.

Con el pasar del tiempo, Akira se había acostumbrado a que su padre lo recordara solo cuando se hacía un año más viejo, a que su madre fuera una fanática del trabajo que a gatas recordaba dejarle un puñado de yenes antes de marcharse cada mañana.

Pero ahora ya no hay madre a la cual culpar de sus desgracias.

En esos divagues se halla inmerso cuando tocan a la puerta.

Tiene dos opciones, resuelve su cerebro en medio segundo ─no por nada ha estudiado economía y trabaja en un banco─: o se hace el muerto, o abre.

─¡Sé que estás ahí adentro, Kunimi! ─grita la persona desde el otro lado─ ¡Ábreme!

Arruga la nariz: contra Matsukawa uno no puede competir. El hombre tiene un don para detectar a las personas vivas ─no por nada trabaja en una funeraria cuyo dueño teme todo el tiempo acabar enterrando a alguien vivo. El otro motivo posee nombre y necesita ser mantenido, así que a esa altura Matsukawa hubiera aceptado cualquier empleo.

Hanamaki Takahiro es, sin dudas, un hombre digno de ser admirado.

Su último empleo consistía en pasear perros de señores ricos, y tras perder uno, ha vuelto a la vida de amo de casa.

─Está sin llave ─responde él, mientras aprieta la manta más cerca de sí.

Matsukawa entra con la confianza de quien ha pisado el lugar un millar de veces. Es la verdad, y por eso sabe dónde encontrar un bol rojo para colocar las porquerías que ha traído para picotear. Le entrega el recipiente y se tira a su lado, saltando el respaldo del sillón azul que ha comprado tras meses de ahorrar. Akira se ha vuelto un puntilloso con la comida grasa y las bebidas en él, y Hanamaki suele bromear con que cada día se parece más a la madre de su novio.

─¿Qué ves? ─interroga a la vez que nota la película pausada en la televisión. Baja la mirada y nota el aparato negro que descansa en una silla al costado─ ¿Eso es...?

Finifugal || HaikyuuDonde viven las historias. Descúbrelo ahora