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No ha quedado nadie;

Cuando Park Jimin se fue a vivir con su tío a Misselthwaite Manor, todos decían que era un adolescente hermoso pero de un carácter muy desagradable; y era cierto. En su cara delgada se reflejaba lo tierno que podía ser pero con una expresión amarga. Su cuerpo era pequeño y estaba en forma; su pelo, de color amarillo, era fino y escaso; su rostro era también pálido, quizás porque había nacido en Corea, y en la India, en donde se crió, por una razón u otra, enfermaba continuamente.

Su padre había sido empleado del gobierno inglés y sus obligaciones eran innumerables. Su madre, una mujer de gran belleza, sólo se preocupaba de asistir a las más alegres fiestas. Ella no quería tener a un niño; por eso, cuando Jimin nació, lo entregó al cuidado de una aya a quien dio a entender que, para servir bien a la Mem Sahib debía mantenerlo alejado de su presencia.

Así, este ñiño irritable, débil y feúcho en su momento de niñez, estuvo siempre lejos de su madre. El sólo recordaba haber visto a su alrededor las caras morenas de su aya y de los demás sirvientes hindúes. Estos, para que no llorara o molestara a la Mem Sahib, lo obedecían y le daban gusto en todo. De esta manera, al cumplir los trece años, Jimin se había convertido en un ser tiránico y egoísta.
La joven institutriz inglesa contratada para enseñarle a leer y escribir le tomó tal antipatía que a los tres meses dejó su trabajo. Otro tanto ocurrió con las institutrices que lo sucedieron, y si a Jimin no le hubiera interesado verdaderamente saber lo que contenían los libros, ni siquiera habría aprendido a leer.

Tenía dieciséis años cuando una mañana de intenso calor el adolescente despertó muy malhumorado. Se enfadó aún más al ver a su lado a una sirvienta que no era su aya.

—¿Por qué has venido? —preguntó—. Yo no quiero que te quedes. Envíame a mi aya.

La mujer, que se veía asustada, sólo atinó a tartamudear que su aya no podía acudir. Jimin se enfureció de tal manera que la sirvienta, cada vez más atemorizada, sólo atinaba a repetir que el aya no podía cuidar de él.

Esa mañana parecía haber algo misterioso en el aire y nada era como de costumbre. Varios empleados habían desaparecido y aquellos a quienes Jimin divisó se escabullían o corrían con caras cenicientas y asustadas. Pero nadie dijo nada al adolescente acerca de lo que sucedía y tampoco su aya fue a verlo. A medida que avanzaba la mañana, Jimin se sentía cada vez más sólo; se dirigió al jardín y comenzó a leer bajo un árbol cerca de la casa o a pasar el tiempo.

Mientras fingía hacer pequeños ramos de hibiscos rojos, su enojo se fue intensificando, al mismo tiempo que murmuraba por lo bajo todas aquellas palabras y nombres desagradables que diría a su aya en cuanto volviera.

De pronto, escuchó a su madre. Ella había salido al corredor y hablaba con voz extraña a un joven que más parecía un muchacho. Jimin sabía que era un oficial recién llegado de Inglaterra. El adolescente los observó fijamente, en particular a su madre, a quien siempre admiraba cuando tenía la oportunidad, puesto que la Mem Sahib -Jimin a menudo la llamaba así- era una mujer alta, delgada y muy hermosa, de grandes y sonrientes ojos. Sus finas ropas parecían flotar y a Jimin le hacía el efecto que siempre estaban cubiertas de encajes. Pero esa mañana sus ojos no sonreían; al contrario, se veían grandes y asustados mientras, con expresión implorante, se alzaban hacia el joven oficial a quien habló con voz trémula:

—¿De verdad, es tan seria la situación? —la oyó decir Jimin.

—Muy grave —contestó el joven—. Terrible, señora Park. Hace dos semanas que usted debería haberse dirigido a las montañas.

La Mem Sahib se retorció las manos.

—¡Ya sé que lo debería haber hecho! —exclamó—. Sólo me quedé para asistir a esa estúpida fiesta. ¡Qué tonta fui!
En ese momento se escuchó un fuerte y prolongado lamento que provenía de las habitaciones de los sirvientes. Jimin empezó a temblar de la cabeza a los pies.

ꪻꦸ" El jardín secreto || yoonmin ༉‧"ೈ Donde viven las historias. Descúbrelo ahora