Parte Uno

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En colaboración con Pamela Suárez.

°°

El silencio absoluto dominaba por completo la habitación. Qué sueño más extraño, se dijo. Lentamente uno por uno, los ojos fueron abriéndose hasta estar por completo despiertos. Un salto dio al encontrarse en un lugar completamente desconocido.

-Qué… ¿Qué rayos es esto?

Los ojos que antes yacían cerrados vislumbraron con trabajo el espacio tan solitario y oscuro en el que estaba. Una pierna trató de mover, pero le pesó. Intentó con la otra, pero fue la misma situación. Molesta, elevó uno de sus brazos para dar fin a esa sensación. Un aterrador escalofrío le recorrió el cuerpo, cuando se dio cuenta que sus extremidades estaban encadenadas. 

¿Dónde diablos estoy?, se preguntó de nuevo. Mikasa, quien era de las más fuertes de todo el equipo, ¿atada? ¿Y la bufanda carmesí? ¿Dónde estaba su preciada bufanda?

Con el alma llena de rabia se dispuso a levantarse de aquella tan incómoda cama. Lo único que la acompañaba era no más que una simple y poca alumbradora vela. Batalló repetidas veces para lograr ponerse de pie sin terminar enredándose con el grosor de las negras cadenas. Cayó al suelo primeramente, dándose un fuerte golpe en el rostro que la hizo enfurecer más. Luego, impulsada por su enérgica ira, logró quedar con los pies firmes en el suelo frío. Apenas intentaba recuperar el aliento, la pequeña puerta de madera que antes lucía completamente cerrada se abrió despacio. Una mujer no muy alta de cabellos rubios entró elegantemente, vistiendo un verde uniforme oscuro. La miraba directamente con una sonrisa que le penetraba en lo más profundo del orgullo. 

Una vez que la rubia cerró la puerta, después, Mikasa le correspondió la misma mirada. 

-Annie…

La contraria la miró desde su posición.

-Annie, ¡maldita! ¡Sácame de aquí o haré que te arrepientas toda tu asquerosa vida!

-¿Por qué debo de? – Cuestinó seria.

-Porque si quieres vivir tienes que hacerlo.

-Vaya… - sacó del bolsillo una llave dorada de notable tamaño – Y yo que venía a proponerte un trato… Pero bueno, entiendo que con las bestias no se puede negociar.

-¿De qué trato estás hablando? – Preguntó reprimida.

La uniformada regresó la mirada a su presa, y en un parpadeo, lánzandose contra ella, la tumbó sobre la hueca cama con sólo un movimiento.

-Escucha bien, mal educada leona. Tengo en mi poder la llave que te libera de las cadenas que te atan. Y aunque puedo dártela fácilmente, no será de esa manera. Ahora tú estás sometida a mi. Puedes ganarte el derecho a que desate una de tus extremidades, pero tendrás que hacer lo que yo te diga.

Mikasa intentaba por todos los medios safarse de aquella prensadora llave, pero todo intento era inútil.

-¿Quién crees que soy? ¿Piensas que necesito de tus estúpidas artimañas para liberarme de esto? ¡Yo saldré de aquí sola!

La srita. Leonhardt se quedó mirándola, y la sonrisa que mostró en un principio desapareció, dejando sólo un rostro inexpresivo.

-Entonces lo haremos a la mala.

Una de sus manos bajó hasta dar con el principio de sus pantalones, que en ese mismo instante penetró dentro de los mismos. Mikasa tuvo un sobresalto, y su cuerpo de inmediato se tornó tenso.

-¡Q-Qué demonios estás haciendo!

Los dedos de Annie se deslizaron hasta la entrepierna. Sin compasión alguna, introdujó uno de ellos. Aquello hizo que el sudor le inundara el rostro. Su cuerpo no podía hacer otra cosa más que contraerse; más sin embargo permaneció en silencio, pese al dolor y la humillación que sentía en ese momento, no dijo una palabra.

-¿Sigues resistiéndote? Está bien, puedo ser más ruda. – Comentó sonriendo de nuevo.

Un dedo adicional fue introcido en la zona íntima. Cruelmente, movió ambos a un mismo ritmo. Mikasa se retorcía, y apretaba los labios. ¿Por qué algo que duele tanto me hace sentir bien? Repetía dentro de su mente. 

Su pierna, inmovilizada, intentó safarse y golpear de alguna manera a Annie, quien no tenía la intención de soltarle.

-Anda, Señorita Ackerman, súplicame para que me detenga. – Hizo una pausa - No importa cuán fuerte seas, no puedes resistirte por siempre.

El ambiente era completo silencio, como si nadie estuviera ahí. Apenas a los oídos de Annie llegaban unos sublimes quejidos, pero tenía que acercarse demasiado para apreciarlos de mejor manera. Cuando el cuerpo de Mikasa llegó a su límite, la cazadora volvió los dedos húmedos. Se quedó un rato mirándolos, y luego la miró a ella, que trataba de recuperar el aliento. Se inclinó una vez más hacia ella y acarició su rostro con los mismos dos intrusos que le habían invadido. Apretó los ojos al sentir sus propios fluidos dispersos en su cara. 

Los labios de Annie se pasearon por su cuello hasta llegar al lóbulo de su oreja. 

-Puedes no cooperar todo lo que quieras, pero recuerda que la que tiene la ventaja soy yo. Piensa un poco las cosas, y si accedes al trato… – susurró – La próxima vez seré más amable.

Una vez dicho eso, le soltó y se incorporó, para después salir de la fría habitación y cerrar de nuevo la puerta.

Mikasa no se movió, apenas comenzaba a recuperar el ritmo normal de su respiración cuando un espantoso pensamiento le azotó en la cabeza.

Y si… ¿Y si no me resisto?... 

-Prefiero morir.

Evocó aun molesta, mientras se quedaba dormida. 

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