☆Un sicario para navidad☆

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El cuatrimestre llegaba a su fin y los exámenes de enero se aproximaban. Faltaba menos de un mes porque la Navidad ya estaba a la vuelta de la esquina y los apuntes se acumulaban sobre el escritorio a la espera de ser estudiados y memorizados. Sorrento dejó escapar un largo bostezo y luego se frotó los ojos que ya empezaban a dolerle. Llevaba toda la noche levantado para poder preparar bien una de las materias más duras del curso y estaba completamente agotado. Sopesó sus posibilidades y se preguntó si debería ir a la cocina para hacer más café que le ayudase a aguantar despierto el resto de la noche o si sería mejor que se rindiera y se metiese en la cama para descansar al menos cuatro horas antes de que tuviera que ir a clase. Estaba tan cansado que las dos opciones le producían una pereza terrible porque implicaban que tendría que levantarse de la silla.

Se recordó a sí mismo que debía seguir hincando los codos porque no podía permitirse suspender ninguna asignatura puesto que estaba en la universidad gracias a una beca y necesitaba conservarla si no quería verse obligado a abandonar la carrera de medicina. Él mismo se había impuesto ese yugo cuando decidió cortar la relación con su padre y buscarse la vida por su cuenta. Ahora, le costase lo que le costase, debía ser autosuficiente para todo, pero lo cierto es que no se arrepentía ni un poco de haber tomado aquella determinación porque se sentía más tranquilo y liberado sin tener que estar constantemente bajo el férreo control de Julián Solo, su intransigente e intolerante progenitor.

Sorrento provenía de una larga estirpe de mafiosos Austriacos/ Alemanes. Su bisabuelo y abuelo ya se habían dedicado al contrabando de tabaco, pero fue su padre quien dio el salto al narcotráfico cuando se alió con un peligroso cártel Italiano al que ayudaba a introducir cocaína en gran parte de Europa, a través de las costas, usando las mismas rutas marítimas y terrestres que ya se utilizaban anteriormente con el tabaco. "Poseidon" mejor conocido como Julián había levantado un gran imperio gracias a esa nociva sustancia, y en la actualidad, poseía más de media docena de empresas legales que le servían para blanquear el dinero sucio de la droga y continuar prosperando. También tenía varios inmuebles, coches, barcos y todos los lujos que uno se pudiese imaginar.

Sin embargo, sus numerosas riquezas no compensaban el ser un pésimo padre porque había estado prácticamente ausente mientras sus hijos crecían, siempre centrado en sus negocios, y nunca había sabido escucharlos ni comprenderlos. Sorrento era el menor de tres hermanos y también fue el que peor lo pasó de todos porque perdió a su madre a temprana edad y según se iba haciendo mayor empezó a darse cuenta de que era diferente a los demás chicos, porque a él no le interesaban las chicas sino que se sentía atraído por las personas de su mismo sexo. Al no poder hablar con su Ausente padre del asunto y no tener una madre a la que acudir, Sorrento se sintió muy solo e incomprendido durante la mayor parte de su vida. Por eso, en cuanto tuvo la edad suficiente, se fue de casa y se trasladó a estudiar a Madrid.

Ahora, iba tirando con la beca de estudios y un trabajo a tiempo parcial en un restaurante de comida rápida. No contaba con las comodidades de sus dos hermanos que se habían quedado en Austria y trabajaban para Julián, pero no los envidiaba ni un poco puesto que consideraba que el valor de su libertad y paz mental era incalculable. Ese era el principal motivo de que Sorrento estudiase y se esforzase tanto. Incluso si eso implicaba renunciar al ocio, a la vida social e incluso al sexo. Pues, su peor temor era perder la beca y tener que volver a Austria con el rabo entre las piernas para pedirle ayuda a su padre.

Después de meditarlo unos segundos, Sorrento tomó la decisión de aprovechar el resto de la noche para continuar preparando aquella asignatura que se le estaba resistiendo desde principios de curso. «Ya dormiré cuando tenga el título», pensó con resignación y se dispuso a levantarse para ir a preparar café. Se quitó los cascos de las orejas, ya que siempre escuchaba música instrumental mientras estudiaba y a esas horas solía ponerse los auriculares para no molestar a sus compañeros de piso, y se levantó muy lentamente de la silla mientras dibujaba una mueca de dolor en su rostro porque tenía la espalda agarrotada de llevar tantas horas en la misma postura.

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