Capítulo 22

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[El desenfreno, comienza.]

Natalia.

Caliente, todo en mi interior se sentía tan caliente que apenas podía soportarlo a media noche, cuando todos dormían. En varias ocasiones había encontrado a Makis mirando desde la ventana en su forma de lobo, como si me hubiese estado vigilado. Pero, cuando yo decidía tentarla para que apagase ese fuego, ella se giraba y se iba.

El colegio tampoco había sido tan diferente desde su mordida y del encuentro con Isaza. Claro estaba que no podía estar fuera del rango de visión de Makis o de cualquiera de la manada y no me podía acercar a Isaza o a su gente, eso incluía a mi mejor amiga. Yo solo me deslizaba por los pasillos, aparentando ser la misma que hace un par de semanas e ignorando el instinto asesino/ impulsivo que emergía cada vez que me enojaba.

—¿Qué le pasa a Makis? — Exigí cuando me atravesé con Juliana. — Me está evitando. — Increíblemente, la mirada de la chica estaba fija en mi pecho. — ¡Pérez, mírame a la cara cuando te hablo!

—Si, Luna, ¿cómo decía?

Esa reacción se había vuelto frecuente entre las entidades de la manada, incluso en Olga, quien parecía ser la más inocentona. Era automático, yo me acercaba y ellas comenzaban a babear como un perro a un hueso. A veces pensaba que chasquear los dedos sería suficiente para que se apilaran la una sobre la otra como perritos adiestrados para mi entretención.

Sonreí burlesca. — ¿En qué demonios estás pensando?

—¡No me puedo concentrar! — Gruñó. La vi ponerse de pie con violencia, casi arrojando todo lo que había entre ambas. — Yo... yo... — Parecía descolocada. — Necesito alejarme.

Esa única reacción hizo temblar mis piernas y el calor se extendió raudamente por mi cuerpo como un río de lava que se concentraba en el bajo vientre. Esa sensación era completamente indebida con cualquier persona que no fuese Makis; no obstante, era claro que ese hervidero de hormonas no era únicamente cosa mía, es por eso por lo que me permitía disfrutar de eso que estaba provocando en esos pollos descabezados que me seguían como un perro a un hueso.

Por alguna razón, llegué a sentirme poderosa ante el sexo contrario e incluso contra el mío. Era la reina del lugar con solo batir mis pestañas y mover un poco más el trasero. Pero quería que la única persona que aún no había caído en mis encantos cediera. Necesitaba que Makis me tomara en todo sentido de la palabra, siendo brutal y descuidada; necesitaba que me destrozara a embestidas y que dejase de mirarme a la distancia como si algo le doliera.

—¿Dónde está Makis, Juliana? — Exigí de pie a sus espaldas. Vi como cada músculo se puso tenso cuando escuchó mi voz fuerte. — No te estoy pidiendo que me lo digas, te lo estoy ordenando.

Los ojos hambrientos de la morena se detuvieron en mi cuerpo y detallaron cada una de mis facciones, mientras su lengua relamía casi de forma vulgar sus labios. Un gruñido logró escapar de sus ojos, esos que se volvieron completamente ambarinos; había gruñido, pero no en signo de rebelión, sino que en un acto de completa sumisión al su lado animal que reaccionaba a lo que yo le pudiera desear.

Sonreí. — Te estoy hablando, Juliana, lo mínimo que puedes hacer es responderme.

Su cuerpo se movió casi de modo automático, llevándose el mío acuestas hasta estamparlo contra la pared más cercana, gruñendo como un animal poseso a punto de atacar a alguien. La piel me ardía a través de la tela, me dolía.

—Debo comprender que está iniciando el celo. — Rugió en modo de advertencia. — Y debería saber, que no todos tenemos el control de Makis. — Ella bramaba, lo hacía como una completa posesa. Repleta de un deseo. — Y créeme cuando te digo que me estoy rompiendo cada vez que estoy cerca de ti.

Mi Luna. - (Ventino) [Makia]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora