Solo podía escuchar el sonido del agua corriente, ese sonido que Raúl asociaba a las mañanas en que aún casado con Inés, la ducha le despertaba. Era un recuerdo que en ese momento le resultaba cuanto menos incómodo, aunque algo dentro de él parecía estar golpeando una parte olvidada de su mente, esa en la que se almacenan recuerdos que jamás pensaríamos que están ahí.
A medida que el sonido se hacía más constante, se extendía hacia los demás sentidos.Primero, desde luego, fue el oído, y a través de él, llegó al pensamiento, un sentido que los hombres han llamado durante años «el Sexto Sentido» sin tener en realidad ni la más mínima idea de a qué se estaban refiriendo. No por ser el segundo sentido al que el correteo del agua alcanzó hemos de desmerecerle. Porque el momento mismo en que alcanzó el pensamiento fue el momento en que comenzó a fluír también entre las cisuras del cerebro, despertando ideas y recuerdos aletargados por la rutina: despertaron las imágenes de arroyos cristalinos en el frescor del seno de bosques frondosos con bruma donde Raúl no recordaba haber estado jamás, y de este modo el sonido alcanzó el sentido de la vista, que no podía sino fijar cada detalle en la retina bajo los párpados cerrados. La imagen misma despertó el recuerdo del olor del musgo y de la hierba mojada, de los amaneceres cubiertos de escarcha, de la tierra removida por los habitantes del bosque, y de los hongos que crecían junto a los árboles, bajo la hojarasca. Así fue como despertó el sentido del olfato en él, y el olor de los hongos hizo que pudiera sentir el sorpresivo sabor de estos asados al fuego. El despertar del sentido del gusto le sobresaltó, porque fue justo entonces cuando tomó conciencia de que ninguno de aquellos recuerdos le pertenecía: ni los bosques, ni los arroyos, ni los hongos cocinados al fuego. Abrió los ojos de golpe cuando el último de sus sentidos, el tacto, despertó con el contacto lacerante de las llamas lamiendo su mano.
Apenas pudo fijar su atención en el lugar al que había abierto los ojos, dolorido como estaba. Tampoco se dio cuenta de que al respingar había dado un salto hacia atrás, poniéndose en pie, hasta que golpeó la cabeza contra el techo y escuchó la risa que ahora identificaba como la de Geror junto a él.
-- ¿Qué coño te hace tanta gracia? -- preguntó con frustración, llevándose la mano al lugar donde se había dado el golpe.
-- Lo estúpido que eres, obviamente-- respondió el otro burlón.
Raúl abrió la boca para contestar de nuevo, pero dio un nuevo respingo al ver frente a sí a Geror, como surgido de la nada. Pudo darse cuenta de que su aspecto era diferente, menos festivo. Seguía vestido de verde, pero sus ropajes eran más sencillos, hechos de tela basta y cálida. Los zapatos de claqué habían sido sustituidos por unas horribes zapatillas de felpa, de esas que llegan casi a la altura de las rodillas y parecen peluches gigantes, en aquella ocasión, como Raúl pudo comprobar con cierto desconsuelo, el peluche en forma de elefantes. Verdes.
-- ¿Dónde estoy? -- cambió de opinión respecto a lo que iba a decir al darse cuenta de que detrás de Geror había un fuego y todo a su alrededor parecían tablones de madera.
-- En mi casa. Yo que tú dejaría de darle golpes, puede enfadarse y entonces cerrará las puertas, saldrá corriendo y no sabremos dónde estamos hasta que ella decida dejar de zarandearnos con su caminar de gallina.
-- ¿Qué?
No había entendido nada del discurso de su anfitrión. De hecho, todo le parecía un despropósito. Estoy soñando, se obligó a recordarse, todos estos sinsentidos...
-- ¿Quieres dejar de decir eso? -- protestó Geror, sorprendiéndole de repente con un golpe en la cabeza-- Así no hay manera de trabajar... Teníamos un acuerdo ¿te acuerdas?
-- ¿De verdad? -- El recuerdo hizo que Raúl tuviera una sensación extraña. No solo era lo mismo que durante la siesta de aquella tarde, la toma de conciencia absoluta de estar soñando y aún así no despertar, también la continuidad del sueño. La impresión que tenía era la de estar despierto por completo, de haber despertado en casa de alguien. Sacudió la cabeza para apartar la impresión de sí e iba a añadir algo cuando Geror le interrumpió una vez más.
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Tiempos de Frontera
Science FictionRaúl es un fracasado. Incapaz de llevar a cabo su sueño de estudiar neurología, pasaba sus rutinarios días entre el trabajo explotador y malpagado y un hogar en que no se siente a gusto hasta que, gastados sus ahorros en un fallido intento de arregl...