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— Me has dado un susto de muerte ¿Te gusta asustarme?

Alfonso sonrió sincero.

— Lo siento, de verdad que no era mi intención... ¿Estás cansada?
— Mm... No especialmente, ¿por?
— Oh, bueno. Lo mismo te apetecía caminar conmigo por el jardín trasero, hay un par de fuentes que seguro te encantarían.
— Está bien. Deja que me cambie para la cena.
— Te espero aquí mismo en... ¿Media hora?
— Sólo voy a cambiarme de ropa —enarcó una ceja.
— Entonces, ¿cuánto tardarás?
— Menos de cinco. Mira... Tú espérame aquí, ¿si?

Alfonso miró el reloj cuando Anahí desapareció en la segunda planta y, cuando la vio volver a aparecer, abrió muchos los ojos. No solo por lo poco que había tardado, sino por lo impresionante que estaba. Había tardado solo cuatro minutos en ponerse esa blusa con transparencias y unos vaqueros oscuros, muy, muy ceñidos. Además llevaba unos tacones que la hacían parecer más estilizada y el pelo ondulando y cayendo en cascada por su espalda. Se había incluso maquillado un poco.

— Wow.
— Te dije que no tardaría —guiñó un ojo, divertida.
— Estás hermosa.
— Gracias, pero no necesito que nadie me lo diga.

Caminaron uno junto al otro en completo silencio durante casi diez minutos, hasta que Anahí se giró hacia él y comenzó a hablar.

— Me mentiste.
— ¿En qué, exactamente?

Anahí contuvo las ganas de llorar soltando una pequeña risa ahogada.

— En todo. Me ocultaste tu nombre y me has traído aquí engañada. Yo pensaba que iba a trabajar pero Felipe me lo ha negado.
— Tenía que conseguir que vinieses, y un trabajo estable, bien pagado y fácil de hacer para ti, me pareció la mejor idea.
— ¿Y qué pasará cuando vuelva a casa? Alfonso, necesito trabajar.

Alfonso hizo una mueca ¿Iba a volver a casa?

— Pero ahora no está tu madre.

Anahí ahogó un pequeño grito mientras Alfonso murmuraba un juramento.

— Lo siento —dijo, pasándose la mano por el pelo.
— No, tienes razón, no está. Pero tengo que pagar la casa, mi comida, mi ropa...

Alfonso la estudió detenidamente. Su ropa estaba limpia y era bonita, pero notaba que tenía bastante tiempo. Cuando había estado en su casa había notado que esta era vieja y tenía muchas cosas que arreglar, pero Alfonso no lo achacó al dinero, sino a la falta de tiempo para hacerlo... Y suponía que los medicamentos y tratamientos de su madre habían sido caros y se habían llevado la mayor parte de sus ahorros.

— ¿De qué te gustaría trabajar?

Anahí lo miró, alzando una ceja.

— Ah —comenzó, sarcástica—, no sabía que podía elegir mi trabajo soñado y trabajar de ello. Dios, ¿en qué mundo vives?

Alfonso estaba a punto de contestar cuando el estridente timbre de la puerta sonó y ambos dejaron de mirarse para girarse hacia la puerta del jardín que llevaba a la casa.

— Será mejor que entremos —se apresuró a decir ella antes de comenzar a andar sin mirar si él la seguía o no.

Justo cuando entraron por la puerta, un hombre de unos cincuenta y muchos años entró en el salón que daba al jardín, estaba hablando con Felipe, riendo y charlando hasta que sus ojos se posaron en Anahí. Ella sintió como un silencio sepulcral llenaba la sala y sintió como el hombre la escudriñaba con los ojos mientras el calor del cuerpo de Alfonso le abrasaba la espalda al tenerlo tras ella. Anahí no se movió, apretó los puños ligeramente y soltó una bocanada de aire antes de hablar.

Hija ocultaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora