Extraviado en la profundidad de mis pensamientos, ideas absurdas y un eventual sentimiento de calma llegan a mí, ambos arrastrados por las mismas olas que chocan contra la madera de la panga. Mi cabeza recargada en el caperol me dejaba ver al cielo, mis ojos secos, persiguen la ruta de las nubes y con mi brazo intentó cubrir la luz del sol. Él hablaba, pero yo lo ignoraba, tal vez con la intensión o la fantasía de no pertenecer a la misma realidad. Estiraba su mano, apenas logrando tocarme con la yema de sus dedos. -Ya vamos a terminar, no te duermas-, al escuchar su voz me puse en alerta, un chapoteo me hizo perder el interés que hasta ahora le dedicaba al verlo pescar, - ¿lo tiraste? - pregunté. - Tenía plástico, no servía-, dijo con la misma seriedad con la que ya había respondido tantas veces, relamí mis labios, su sequedad provoco que me ardieran. Me levanté provocando que la madera crujiera, admiré la inmensidad del mar mientras me estiraba. Puse mi pie en el borde, mis dedos se aferraron a la madera, -aguas- alcanzó a decir mi hermano al sentir la embarcación casi voltearse, y entonces me lancé al agua, dejando que el abismo consumiera lentamente mi existencia, volviéndome parte de la nada. Luces azules lastiman mi cerebro, siento a las burbujas bailar en mi cuerpo antes de flotar a la superficie, sin despedirse de mí. Cierro mis ojos y para cuando los volví open era un pez, no metafóricamente, uno real, podía respirar y mi sentimiento de calma era permanente, sin ninguna preocupación real, sólo parte de un infinito azul. Me movía rápido, divertido, ¡pero todo cambió bruscamente, de la nada dejé de respirar, no, no dejaba de hacerlo, no podía! Sabía lo que era sin verlo, sin darme cuenta, me había atorado en un anillo de plástico que normalmente llevan los refrescos de lata. ¡Intentaba zafarme, era inútil, era incapaz! Mi cuerpo crecía y crecía, sintió cada vez más dolor, mis aletas cambiaron a brazos y mis branquias desaparecieron. Cuando finalmente mi forma era la de un humano, jalaba desesperado el anillo, sintiendo mi vida escaparse lentamente, y finalmente... Me rendí. Mis ojos dolían, los froté e intenté sentarme, un peso en mi abdomen me lo impidió. Mi madre estaba sentada en un banco viejo de madera, mis movimientos la despertaron, -¡Ay, mijo! Pensé que la virgencita te había llevado- me abrazaba fuerte, le pedí que se calmara, y entonces su actitud cambió y me agarro fuerte de la oreja, -Vas a ver mañana si no te meto tus moquetes, chamaco travieso- Aún con sus palabras , me dio su bendición y me pidió descansar, me di cuenta estaba solo de nuevo, me sentí muerto. Al día siguiente, al despertar, mi madre me dio un pedazo de queso con jitomate envuelto en una tortilla de harina como desayuno. Iba a la playa, en el camino encontré a unos niños uniformados, jugué con ellos, hasta que una señora que supuse, era su madre, se los llevo. A lo lejos lo vi, a mi hermano desamarrando nuestra lancha, corrí a él. Me regañaba, creo, mi atención era tomada por el mar, un golpe me hizo ponerle atención, -sí vuelves hacerlo, ya no te voy a traer, huerco, y yo no te voy ayudar para que alguien te deje trabajar en el mercado- . Ambos subimos, él prendió el motor y zarpamos. El agua salpicaba en mí cara, - ¿Cómo te fue ayer? - inquirí con vergüenza, -Casi te nos mueres, y mucho de los pescados tenían residuos de plásticos en la boca, es más difícil venderlos así-. Su respuesta fue clara. No sabía porque lloraba, sentí culpa por lo que había hecho, pero también me ponía triste que el propio humano contaminara estaba matando la vida marina. El agua que aún me salpicaba en la cara, se llevaba mis lágrimas. Habíamos parado y él ya había empezado a pescar, al primer pescado que tiro por causa de la contaminación me hizo no soportarlo más, -quiero ser biólogo marino-. Hubo silencio, sentí miedo. - Entonces me voy ir al Norte con mi Apa, a jalar-. No me volteo a ver, tampoco me pregunto, pero entendía que él quería que estudiara, y sin embargo sentí miedo de nunca volver a verlo, quise retractarme. -Pero me vas a prometer que vas a cuidar a nuestra jefecita, y que le vas echar muchas ganas para ser el más chingo-. Asentí con la extraña sensación de estar en una ilusión, como si fuera un sueño, es demasiado perfecto. Aún así, ahora tenía una promesa que cumplir, y un lugar que proteger, el mar que tanto amo.
ESTÁS LEYENDO
Sumergido[CUENTO TERMINADO(?]
FantasyPequeño cuento; Carlos, un niño mexicano, entiende el valor de cuidar al mar tras una "pesadilla".