2.5. Un pensamiento fugaz

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Luna había quedado con las chicas para tomarles las medidas, y así poder hacerles los vestidos. Para su sorpresa, también se había presentado Gilbert, invitado por Anne.

-... 72 centímetros -apuntó en una libreta la última medida tomada a Diana-. Ya estáis todas, solo me falta Gilbert. Podéis ir a la sala o a la cocina a por algo de comer.

Ruby, Diana y Anne se dirigieron a las salas concretadas por la morena, mientras que los dos jóvenes se quedaban solos. Luna preparó una nueva hoja donde apuntó el nombre del chico y varias cosas más.

-Quítate la ropa -le pidió Luna. el chico la miró con una mueca graciosa, dando a entender de que se malpensaba. Luna rodó los ojos y rió un poco-. No seas pervertido. Es para cogerte las medidas.

Gilbert empezó a quitarse el chaleco poco a poco, mirando fijamente a Luna. Ella había sentido su mirada, pero había decidido darse la vuelta, para no caer en tentaciones. Y así fue por los siguientes cinco segundos, ya que, al mirar por el rabillo del ojo, no pudo evitar fijarse en el trabajado cuerpo de Gilbert.

El chico había logrado su cometido. La tensión se palpaba en el aire. Luna mirando disimuladamente cómo el chico se desnudaba, y Gilbert ralentizando sus movimientos, para mantener la atención de Luna fija en él. Arriba abajo, izquierda a derecha. Así era cómo los ojos de la joven modista se movían. Finalmente, Gilbert se desnudó, y estuvo listo para la toma de medidas.

-Alza los brazos, sino no podré tomarte las medidas bien.

Luna hizo que el chico abriese sus brazos en forma de cruz, y comenzó a medirle los brazos, para después apuntar la medida en la libreta. Lo repitió en el otro brazo y en las piernas, hasta que llegó el momento de hacerlo en la cintura y el torso.

Aquel acercamiento la ponía nerviosa, y Gilbert lo sabía muy bien. Rodeó al chico con la cinta métrica y se acercó a él. Posó sus manos en el pecho del chico, juntando los dos extremos de la cinta, pero no se separó. Se quedó mirando fijamente el número que marcaba, quedando anonadada; 100 centímetros. Aún sujetando la cinta con una mano, deslizó las yemas de sus finos dedos por su pecho. El tacto estremeció al chico, provocándole lo que es llamado piel de gallina.

Gilbert alzó el mentón de Luna delicadamente, haciendo que sus dos miradas se sostuviesen, hipnotizándolos. El chico acarició suavemente la mejilla de la joven y se acercó poco a poco, acortando la distancia a cada segundo. Luna se quedó quieta a la espera de los movimientos de Gilbert. Tenía curiosidad de ver hasta qué punto llegaría el muchacho sin que ella interviniese.

Las respiraciones se mezclaban, y Gilbert no podía dejar de admirar los rosados labios de Luna, con deseo. Y para qué mentirnos, besar a la chica había sido su fantasía casi desde que ella llegó a Avonlea. Estaban a punto de sobrepasar la fina línea entre amistad y amor cuando a Gilbert se le cruzó un fugaz pensamiento; un cabello rojizo, unas pecas y ojos azules. Se separó rápidamente de Luna y se recolocó, sintiéndose mal por aquella intrusión.

Luna no entendía lo que había ocurrido, y aún se sentía confundida cuando dijo:

-He acabado, puedes ir con las chicas. Ahora voy yo.

Gilbert abandonó la sala, dejando a una chica muy confundida. El chico no podía de dejar de pensar en lo que acababa de ocurrir. había estado a milímetros de la boca de Luna, había tenido la oportunidad perfecta de besarla y confesarle todo, pero la había fastidiado... El pensamiento sobre Anne lo había fastidiado. Pero, ¿por qué pensaba en Anne ahora? ¿Qué le estaba pasando?

-¡Gilbert, estamos aquí! -lo llamó Anne desde el cuarto de Luna.

Gilbert se dirigió hacia la sala, encontrándose a las tres chicas sentadas y charlando.

-Estamos intentando adivinar cómo serán los vertidos que nos haga Luna -le informó Diana Barry-. ¿Alguna apuesta?

-Que seguro que os veis perfectas en ellos -fue lo único que él dijo-. Luna tiene muy buen gusto, los hará de colores vivos, que reflejen un poco su personalidad -añadió acercando a la cama una silla y sentándose en ella.

-Preciosos lo serán, estoy tan segura como que me llamo Ruby Gillis, pero lo de los colores vivos te lo pondría en duda. Desde ese día que Luna...

La frase de Ruby fue cortada por dos codazos provenientes de las otras dos chicas en la sala. Anne la miró fijamente, mientras que Diana le reprochaba con la mirada.

-¿Qué pasa? -preguntó Gilbert, aunque se hacía una idea de por dónde iban los tiros.

-Nada, nada... -contestó Diana riendo nerviosamente.

-Creo que debería saberlo -comentó Ruby en bajito-. Él es el causante, después de todo.

-¿Qué debería saber?

Las tres se miraron entre sí sin saber quién sería la que soltase la noticia. Finalmente, fue Anne quien se atrevió a dar el paso.

-El día que te fuiste, Luna... -le costó avanzar, pues no se sentía segura de lo que hacía, pero la mirada insistente y preocupada del chico la incitó a seguir-, Luna no volvió a ser la misma. Parece un cliché de los libros de amor, pero realmente fue así.

-Sí, su ánimo fue decayendo mientras pasaban los días... -añadió Ruby.

-Ella hacía como que no pasaba nada, pero sabíamos perfectamente que algo le estaba haciendo mucho daño... -siguió Diana.

Gilbert miró hacia el suelo, sintiéndose culpable por aquellos malos sentimientos que habían invadido y provocado que ella hubiese cambiado de esa manera. Y se sintió aún peor cuando la vio cruzar el umbral de la puerta con esa mirada perdida camuflada con una sonrisa.

I Found You, Gilbert Blythe »Gilbert Blythe Donde viven las historias. Descúbrelo ahora