Animismo

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Me llaman Ram-ram, aunque soy conocido entre ustedes por otros nombres.

Tengo 15 años y sé que no llegaré a los 40, lo cual está bien para un guerrero, orgulloso de sus genes nómadas.

Me gustan las tierras altas, húmedas y frías, donde los débiles se arredran y no encuentran qué comer. Por eso llegué aquí, a esta tierra en la que ya estaban mis ancestros antes del nacimiento de las montañas y que ustedes consideran propia.

¿Cómo explicarte que soy uno con mis ancestros?, soy uno con mis hermanos que avanzaron lenta y pacientemente desde el norte y soy uno con los que seguirán nuestra marcha, incluso soy uno contigo pues todo lo compartimos.

El agua es la misma, en mi cuerpo y en el de mis hermanos, también es la misma en tu cuerpo, aunque seamos de familias distintas. Es la misma que cae del cielo y vuelve a él, la misma que corre por los ríos y por los canales de la ciudad que ustedes han construido. Puedes ver el agua que corre a tus pies y saber que es la misma que te compone. ¿Te parece sucia? Entonces estamos sucios por dentro. Hay cosas que siempre compartiremos por más que traten el agua que beben, aunque la vean transparente, es la misma...

¿Te parece limpio el aire? Yo sé que tú sabes mejor que yo lo que ensucia el aire, pero, ¿lo sientes, en tu corazón? ¿Ese entendimiento que tienes del problema, te impulsa? ¿Al menos te estremece? Ni tú que lo entiendes haces mucho por cambiarlo, qué decir de tus hermanos, los que no saben o los que quieren ignorarlo.

¿Y por qué cubren la tierra con más concreto del que necesitan?, encauzan los ríos, pavimentan todo como si no hubiera otra solución. ¿Les parece hermoso? ¿Les facilita la vida? ¿Los hace sentir seguros? ¿Los hace sentir poderosos o trascendentes? ¿Lo hacen solo por darse trabajo y dinero? ¿Acaso no sienten que hace más calor? ¿Les gusta así? ¿Acaso han pensado en el futuro?, ¿creen que lo que hacen no afecta al todo del que forman parte, incluso a ustedes mismos? ¿Cuál es el lugar para nosotros en su mundo? ¿Aquellos espacios que no han podido diseñar u ocupar? ¿Fuera de su ciudad?

Cómo van a entender si ni siquiera escuchan. No escuchan la voz del agua y del viento, ni la voz del sol o la tierra, ni la voz de sus hermanos mayores. ¿Pero cómo escuchar entre tanto ruido? ¿Oyes los camiones? ¿Los pitos y frenos iracundos? ¿Por qué les gustan las vías y los aviones tan cerca de las viviendas? ¿Por qué cuando hay un poco de silencio encienden un radio o tocan tambores y guitarras eléctricas? ¿Temen escuchar su conciencia? ¿Te sorprende que sepa tanto de ustedes?, ya te dije que éramos uno. Estábamos allí donde tus hermanos nos adoraban y consideraban sagradas las aves que se posaban sobre nosotros, nos presentaban ofrendas y nos llamaban Huauyau o Lambrán. También cuando llegaron tus hermanos, los misioneros, a cortarnos para que no fuésemos adorados.

Estábamos allí cuando tus hermanos, los que nos llaman Erle, vencieron al Imperio Romano. Se emboscaron entre nosotros, en Teotoburgo, para entorpecer a las legiones. Fuimos heridos por dardos y espadas de ambos bandos. Tú te llamas Germán, que significa el germano, cómo llamaron desde entonces a Arminio, caudillo de los Queruscos, quien dirigió la batalla.

Estamos en mucha partes y tenemos muchos nombres: Ontano, Aune, Alder, Aile, Yaga – bizie. También hemos sido para ustedes muchas cosas: palillos, cabos de herramientas, tablas, artesas, bateas, tejas, adoratorios, estatuas o simplemente el tronco donde tallan un corazón y dos nombres. Para don Lisímaco, quien me sembró en esta estrecha zona verde, entre un bordillo y un andén, yo era su orgullo. Quería un árbol grande frente a su casa.

Me trajo del vivero del DAMA en el Parque Nacional, en un viaje espeluznante, a velocidades inimaginables. Yo estaba ahí, tranquilo, entre mis hermanos y las bolsas con tierra negra, cuando de pronto fui escogido. Me levantó y me llevó consigo y recorrimos una larga, muy larga distancia en cortísimo tiempo.

Ese mismo día estaba yo sembrado enfrente de su casa, aquí, donde hoy me tomas fotos para mi ficha técnica. Desde entonces don Lisímaco me regó y me cuidó, satisfecho por verme crecer.

Don Lisímaco murió hace un tiempo, de cáncer. Ya enfermo trató de escuchar y de entender. Se interesó por los metales pesados y los compuestos organoclorados, entre otras excentricidades alquimistas, por la calidad de diésel y la inversión térmica, por sincronizar el carro cada seis meses, por la oxidación de la materia orgánica del lecho del río Bogotá luego de que intercepten y traten las aguas negras de la ciudad, por mantener seca la basura de la casa para evitar los lixiviados en Doña Juana, por saber a dónde van a parar las lechugas que siembran en Bosa y cuántos niños se acuestan con hambre. Antes de irse al mundo de los espíritus, el suyo vino y me abrazó, así como tú vienes a visitarme para decidir sobre mi vida.

Debes saber que no eres el primero. Ya antes había venido otro ingeniero a decir que yo había crecido inclinado y decidió que me cortaran mis dos ramas más altas. Así, como si levantar esas dos ramas fuera para mí cosa de minutos.

Que estoy dañando la calzada y el andén, que boto mucha basura, que soy un peligro para los niños, ¡pero si yo amo a los niños!, el mejor día de mi vida fue cuando decidieron colgarme las luces de Navidad y pintaron el Papá Noel en el asfalto.

Todo es culpa de don Lisímaco. Yo debía estar en una quebrada, en un bosque de galería, no aquí, entre un andén y un bordillo, enfrente de un colegio. ¿Qué culpa tengo yo de ser débil a la contaminación, de los hongos, de mis raíces agresivas, de mi avidez por el agua, de la pudrición basal, de ser grande, de ser un guerrero que lucha por la luz y por los nutrientes? ¿Qué culpa tengo de ser un aliso?

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