PREFACIO

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Corre.

No supe hacia donde o por qué. Solo tenía clara una cosa: debía correr.

Correr y no parar.

Sin importar lo mucho que mis piernas se debilitaran con cada paso que daba; tampoco las ramas arañando mi cara y brazos a medida que avanzaba.

Sin importar el hecho de que mi cuerpo estuviese a punto de colapsar por el cansancio y la debilidad.

Como era de esperarse, gracias a mi torpeza, tropecé con una raíz de árbol de la que no fui consciente hasta que mis pies se enredaron en ella.

Pequeñas piedras se incrustaron en mis manos, que enrojecieron al instante. Se hizo un gran raspón en mi rodilla, en el que comenzaba a aparecer aquel líquido carmesí que ahora tanto aborrecía.

Entonces lo recordé.

Debía pararme y continuar corriendo. Sin importar nada.

Si quería seguir con vida, debía correr.

Me levanté con rapidez del suelo. De igual forma, sacudí con prisa mi ropa e intenté limpiar la tierra presente en mis rodillas y manos.

No tenía tiempo para ver si la herida era profunda o si podría infectarse, solo debía apurarme y continuar.

Corrí hasta que mi pechó se calentó por la falta de aire, mis pulmones exigiéndolo.

Apoyé las manos en mis rodillas mientras jadeaba del cansancio.

Mi cuerpo pedía, no, exigía descansar.

Sentí el aire cada vez más denso. Mis piernas debilitadas volviéndose incapaces de sostenerme.

Poco a poco mis párpados se volvieron pesados, logrando que mis ojos se cerraran hasta llevarme a la inconciencia.

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⏰ Última actualización: Mar 30, 2022 ⏰

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