XI. Los planes de Vipper

6 1 1
                                    

Las cosas se había tornado más fogosas, muestra clara era que ahora salía de aquella cueva con los labios levemente hinchados, sonrió como bobo al recordar como había intensificado el beso con aquella mordida que hizo gemir de satisfacción a su adorado platinado, sus quejas ante las manos traviesas que colaba bajo la húmeda ropa y entregaba caricias como nunca se las había dado a nadie. Aún recordaba cómo el menor enredó sus brazos al rededor de su cuello para sentirlo más cerca de su cuerpo. No pudo evitar tomar de la mano a su amado y depositarle un beso en la mejilla mientras salían de aquella cueva.

Luego estaba Gokudera que ante la última acción se apartó sumamente rojo y regañó a Yamamoto diciendo que alguien podría verlos, delatarlos y arruinar sus planes. Siguieron su camino uno al lado del otro en silencio rememorando aquel recuerdo recién creado, el príncipe de Roma avergonzándose por desear que pasara de nuevo pero esta vez que sucediera cuando ambos estuvieran libres de compromisos, si bien no pensaban casarse tampoco pensaban faltarle el respeto a su "prometido" y "prometida" de aquel modo. Sonrió cuando escuchó que Yamamoto enviaría una carta cancelando su propio compromiso. Aunque aquella información se quedó clavada en algún lugar de su mente llevándolo a hacerse la pregunta que no se atrevía en voz alta, ¿Quién era Yamamoto para tener un compromiso arreglado? Porque siendo sincero, no terminaba de tragarse la historia de que fuera solamente uno de los mejores guerreros de los orientales pero, el momento mágico hizo que la razón fuera empujada por la emoción a algún rincón de su cerebro.

Es bien sabido que luego de la tormenta viene la calma y ese era el momento que estaban viviendo nuestros protagonistas pero, ese dicho también funciona a la inversa y la siguiente tormenta vendría resonando con los pasos de una mujer enfurecida que andaba por los pasillos de una casa con ubicación desconocida, amaba su trabajo y no estaba dispuesta a entregar su vida como una simple concubina y dedicándose a criar niños pero, ya se vengaría.

Llegó frente a una gran puerta y la abrió sin cuidado alguno recibiendo un bufido como regaño debido a su mala educación cosa que ignoró; no es como que su hermano fuera el más fino y gallardo joven de brillante armadura, más bien era un asesino molesto con la vida que se desquitaba con los demás pero, neh detalles insignificantes para ella.

Caminó unos pasos hasta llegar a la ventana, viendo como dos jóvenes pueblerinos entraban con sacos de harina mientras reían. Envidiaba esa vida despreocupada pero se giró para ya no pensar en eso y regresar a su plan. Miraba al azabache quien al sumergirse en sus tácticas y estrategias odiaba ser interrumpido pero debía actuar cuanto antes.

-Estoy aburrida-

-Y eso a mi me importa ¿Porqué?-

El silencio se hizo presente, ya se lo veía venir pero no se iba a dar por vencida.

-Vamos al Coliseo-

-Si es sangre lo que quieres ver, ve a estas montañas pasado mañana y mata a los asiáticos que en ellas están-

-Lo decía para que fuéramos con el príncipe-

El moreno dejó sus papeles para ver a la más baja mientras esta hacía un esfuerzo por ocultar su sonrisa.

-Tomare la misión pero no me iré sin antes pasar tiempo con la persona que deberé darle hijos-

-Hazlo saber al emperador, mañana iremos con su alteza real-

-Si capitán-

Todo marchaba bien, la mención del peli plata había funcionado. Ella mejor que nadie sabía el verdadero motivo de la obsesión de su hermano por el trono de Roma y lo usaría a su favor. Salió de la habitación y al sentirse completamente alejada rio a carcajadas como lunática, si ella iba a ser infeliz por culpa del príncipe, ella también podía hacerlo infeliz el resto de su miserable vida, ¿verdad?

Llegó al palacio con el objetivo de buscar a su futuro suegro y al cruzar por un pasillo vio a las víctimas riendo y no pudo evitar sonreír con malicia. Esa noche su plan se empezaba a entretejer, les dejaría estar juntos tal como el desconocido le había recomendado, ya mañana le daría una sorpresa a su futuro esposo, quien tal vez no la contara hasta la boda, la cual se esperaba realizarse dentro de pocos días.

Volvió a reír, es que era obvio, su hermano cancelaría la boda, con su orgullo y sus mentiras todo funcionaría a la perfección.

Mientras la muchacha se iba, otro ser se ocultaba entre las sombras de la noche. Aventó un dracma al aire y lo tomó cuando empezó a caer; sin lugar a dudas acabaría con los imperios que le arrebataron todo lo que amaba y Vipper estaba tan sedienta de venganza por haberla metido en ese tipo de estrategias políticas que fue fácil influenciarla, simplemente tuvo que facilitarle la información que él por mera casualidad consiguió al pasearse por el bosque.

[...]

Yamamoto se había quedado despierto con la idea de ver a Gokudera dormir y había valido la pena. Ahí entre las cobijas, acurrucado en su pecho podía sentir la tranquila respiración de ese chico tan bonito que escondía todos sus sentimientos bajo esa máscara de mal humor.

Enredaba sus dedos en el cabello platinado, sonriendo al recordar como el dueño de los mismos le invitó a quedarse a dormir en la misma cama, claro ya habían acordado no hacer nada hasta deshacer oficialmente sus compromisos. Y por supuesto Gokudera lo había invitado sabiendo que el moreno era de fiar, un hombre que cumplía con sus promesas y aunque no lo dijo se lo dio a entender; a los ojos jade Yamamoto era todo un caballero.

El de orbes miel suspiro pesado, no era nada de aquellas cosas que le dijo esa tarde cuando regresaron. Maldijo en su mente, se había mentalizado en entrar al palacio, en acercarse al príncipe y en ganar su confianza pero, es que con una simple mirada el chico ya se había robado su corazón. Cuando se enteró de que esté era el príncipe y al volverse el guarda espaldas oficial del mismo pensó que su odio, ira y rencor sobrepasarían sus sentimientos por este y haría pagar al asesino de su Emperador. Juraría que lo haría pero; esos ojos tan llenos de sentimientos que atormentaban su alma... Miró la daga de plata en su mano y los ojos se le llenaron de agua.

Guiotto ya había escapado con Tsuna y G, entendía porqué no regresó pues todos le acusaron de traicionarlos por llevar la sangre de un romano. Al rubio lo olvidaron pero a su persona... seguro acusaban a Hayato de haberle hecho algún tipo de brujería para persuadirlo de su decisión inicial y estaba seguro que eso desencadenaría una guerra. No quería exponer a nadie por sus decisiones, menos a su amado.

Se acomodó para quedar frente al joven en sus brazos, admirando sus finas facciones. Rio amargo para luego atraer más el cuerpo del contrario mientras este se dejaba y apegaba más a esa agradable fuente de calor. Tal vez, si lo había embrujado, pues cayó rápido en los hechizantes encantos del más bajo. Aspiró su aroma y sin darse cuenta empezó a caer dormido, no sin antes tomar la resolución de contarle a Hayato toda la verdad el día siguiente. Porque no podía creer que ese chico tan inteligente pero inocente fuera capaz de matar al Emperador de las tierras Orientales, su amado padre.

.
.
.

¡Oh, si tan solo hubiera hablado con toda la verdad en la cueva! Porque las tormentas, aparecen de la nada impidiendo hacer mucho.

El Principe del Coliseo [8059]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora