La cita

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Continuación...

Son casi las 12:00 y me encuentro en una lucha interna entre mantener el glamour  u obtener comodidad. Tengo unas chancletas en mi bolso tentándome, pero eso definitivamente arruinaría mi outfit. Decido aguantar un poco más, si muero en el intento, al menos moriré con estilo.

Diana me propone la excelente idea de dar una vuelta por la fiesta. Y yo, tan brillante como siempre, accedo. Nótese el sarcasmo.

Así que nos dirigimos Zed, Diana y yo a dar esa increíble vuelta ¿Recuerdan que me temblaban las piernas? Pues ahora prácticamente parecían estar hechas de gelatina. Mi incomodidad empeoró, me estaban empezando a dar mareos. Tuve que aguantarme de mis dos amigos para no caerme. Literalmente me veía como una borracha sin haber tomado una gota de alcohol y la gente me miraba raro. Mi dignidad salió de paseo en esos momentos.

Ay Dios...

Siento mi bolso vibrar, agarro mi móvil y veo que me está llamando Martín. Vaya, que buen momento ha elegido para aparecer. Contesto, apenas puedo oír, obviamente hay mucho ruido.

— ¿Dónde estás? Te he buscado por toda la fiesta.

— Yo... Ahora mismo no sé decirte, te escribo en un momento — Digo gritando.

— ¿Qué? No te oigo.

Pfft. Cuelgo. Lo último sería quedarme ronca para completar este maravilloso día.

Le aviso a Diana que debemos volver al centro de la fiesta. Ella me dice que casualmente su cita de esta noche también la estaba buscando, por lo que vamos lo más rápido posible a donde estaban nuestros amigos.

Vuelvo a revisar mi celular.

3 llamadas perdidas

No se pueden imaginar lo angustiada que estaba en esos momentos. Dios, que estrés...

Yo que no suelo sudar, tenía mis manos sudadas y por mi cara sentía varias gotas correr. Genial...

Le escribo a Martín que venga a donde estoy, pero no entiende mis indicaciones, y me dice que vaya a donde está él.

Paciencia...

Alice me mira preocupada y me dice:

— Abby, no puedes seguir así, vas a terminar desmayada, deberías ponerte las chancletas.

— Tienes razón, no aguanto más.

Agradecí internamente a mi madre por haberme insistido con lo de las chancletas.

Nota mental: las madres siempre tienen razón.

Bueno y ahora es cuando me tocaba cambiarme de zapatos entre la multitud, parada y con todos bailando a mi al rededor. Solo imagínenselo.

Me agarré del hombro de Zed y comencé a quitarme mis tacones para ponerme las chancletas que me devolverían a mi altura de pitufa.

Le dije a mis amigos que iría a donde estaba Martín, ellos me advirtieron que tuviera cuidado. Era cerca, no tenía miedo.

Así que pasé entre la gente rogando porque nadie me mirara a los pies y me lo encontré. Estaba parado buscándome con la mirada hasta que sus ojos encontraron los míos. Pequeños temblores y escalofríos invadieron mi cuerpo. Esta vez no se debían a lo que me había torturado toda la noche, sino a él. Su pelo negro caía por su frente y sus orejas. Estaba vestido de negro y le quedaba realmente bien.

Lo saludé nerviosa, por suerte, ya se había desaparecido el sudor de mi cara.

Me miró sonriendo y me dijo:

Siempre tú Donde viven las historias. Descúbrelo ahora