Capítulo Uno

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     Pero qué hermosa mañana hacía en Londres

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     Pero qué hermosa mañana hacía en Londres. El cantar de los pájaros, el delicioso olor a café, y también el embriagante olor a césped recién cortado. Nueve de la mañana; el vecindario Louwell ya estaba despertando. Un tranquilo lugar, con vecinos tranquilos. Vidas tranquilas. Nada de qué quejarse del lugar. Aunque, claro...
     —¡¡Emma Katherine!! ¡Ya baja de una jodida vez antes de que pierdas la mierda de tren!
     Todo vecindario necesitaba de aquellos vecinos que hacían escándalo por todo. Esos que cortaban el césped un domingo a las siete de la mañana, aquellos que gritaban en medio de la madrugada. O esos que se gritan generalmente para todo. Y esos vecinos eran los Goldstein. Vaya familia tan escandalosa. Sorprendente, para una familia que tan solo tenía tres integrantes, sin contar el gato flojo de la hija. Hija que por cierto iba atrasada a su colegio. Emma se ponía los tenis tan rápido como sus dedos se lo permitían, pues sus manos también se preocupaban porque la toalla enrollada a su corto cabello no le tapara la vista. 
     —¡Mierda! ¡ya estoy bajando, no tienes que hacer un tanto escándalo!
     Gritó ya saliendo de su habitación con todo su equipaje preparado, dos maletas y dos bolsos. Mucha ropa y zapatos y otras cosas, pero era lo necesario para todo el año. Un internado, y uno muy especial.
     —¡¡EMMA, CUIDA TU LENGUAJE!! ¡¡Y YA DEJEN DE GRITAR LOS DOS!!
     Pero pronto calló en la cuenta de que estaba gritando obscenidades en frente de su madre, la mujer más correcta que jamás había conocido en toda su corta vida. Ya en el primer piso de la casa vio como su padre se encogía de hombros ante el regaño de su mujer.
     —Sí, linda... —no iba a contradecirla, pues él sabía que eso terminaría mal. —Coff... Antena ¿ya tienes lo que necesitas? Si se te llega a olvidar algo, no pienses que te lo iré a dejar —la miró con una media sonrisa —. Dina, ¿segura que no quieres ir a dejarla?
     —Yuugo, mi amor... Si la voy a dejar a la estación, estoy segura de que me echaré a llorar —dijo la mujer rodeando a su esposo por los hombros
     —Mamá, ya es mi quinto año, ya tengo quince. El tema de llorar debió terminar en el jardín para niños —no lo admitiría por vergüenza, pero dentro de ella le pareció muy tierno que su madre actuara de esa forma.
     Emma era fan de las cosas tiernas.
     —Soy tu madre, pequeña, siempre lloraré cuando vea que te marchas de nuevo —Dina acarició la mejilla de su hija, para más tarde llenarlas de pequeños besitos,
     —Jaja, Armin no está llorando, él solo se preocupa de comer.
     Miró a su gato, este comía con serenidad, mientras que ellos se despedían mirándolo. Era un gato atigrado y amarillo, gordo y con cara de aburrido.  Emma rio al mirarlo, a él no le interesaba mucho su ida, solo existía la comida para él.
     Suspiró y se volvió hacia su padre.
     —Vamos, papá. Ese tren no se va a tomar solo y ya quiero ver a mis amigos. Mamá, cuídate mucho y deséame suerte en mis partidos... No sabes cuánto te extrañaré, mamá...
     Le encantaba su colegio, y le dolía despedirse de sus amigos a la hora de las vacaciones, pero también detestaba tener que dejar a sus padres por casi todo el año, prácticamente. Su internado estaba en Escocia, un tanto lejos de Londres como para verlos todos los fin de semanas que ella quisiera. Acarició el cabello rubio, largo y ondulado de su madre. También miró sus ojos tan celestes como el cielo; estaban cristalinos.  Pronto besó las dos mejillas de Dina, así despidiéndose de ella antes de que se largara a llorar tanto como su madre como ella misma.
     —Suerte mi pequeña y ten cuidado. Presta atención en clase de pociones, no quiero que termines con el cabello chamuscado— su madre le besó la frente para salir al pórtico con ellos —Aún no te vas y ya te extraño
     —Aun no entiendo cómo es que te va mal en esa clase —se burló su padre al recordar lo mal que le iba en aquella materia. Pero su rostro cambió cuando abrió la puerta; una expresión de desagrado. —Y la peor parte del día... Salir y que apeste a muggle. —Yuugo tenía una cara de desagrado
     Rio al ver la cara de molestia de su padre al ver que había varios vecinos en la calle, regresando de comprar para el almuerzo, o de cualquier cosa que estuvieran haciendo. Su padre detestaba verlos; tan contentos siempre, irradiando alegría y positividad. Todo lo contrario a él, y todo lo que odiaba. Y sobre todo, odiaba esos muggles.
     —Yuugo, esas personas no te hicieron nada. Son simples muggles, hasta nos regalan pies de mora. —su esposa era una muy buena vecina como para pelear con ellos, trataba de arreglar la relación de su marido con los muggles —Bueno, adiós mis amores. Que tengan un buen día, y Emma... No rompas nada allá.
     Emma hizo una mueca, tratando de ocultar su enfado, cuando sabía que Dina tenía razón. Tenía cierto talento para provocar desastres.
     —Prometo tratar de no provocar otros desastres, aunque sé que terminaré haciéndolo... lo siento. —rio mirando a su madre. Se lanzó a sus brazos y le dio un fuerte abrazo. —Nos vemos, mami. Por favor cuídate y cuida de Armin por favor, sabes cuanto lo amo.
     —Por supuesto, tú no te preocupes. Estará igual de gordo y antipático cuando vuelvas. —carcajeó.  Suspiró y estiró su mano en una despedida al ver como su hija se subía al vehículo y como su marido echaba las maletas a la cajuela.
     —¡Nos vemos pronto! Te amo mi niña, ¡cuídate mucho y no olvides escribirnos!
     —¡Claro, te amo, mamá!
     Suspiró recostándose sobre el asiento del copiloto, oyendo como las maletas eran acomodadas y la cajuela era cerrada fuertemente. Sí. Su padre odiaba tener que saludar a sus vecinos risueños que lo saludaban de forma amable, para recibir un "hola" seco. Poco les importaba, ellos seguían sonriendo de forma amable y se reían en silencio de lo cascarrabias que era Yuugo Goldstein.
     Su padre odiaba a estos "muggles", calificándolos de seres inferiores por no ser como ellos. Emma trataba de hacerle entender que no había mucha diferencia, pero por más que lo intentara, jamás cambiaría de opinión. Su padre era todo un cascarrabias, necio y llevado a sus ideas. No comprendía como Dina se había casado con él y hasta la habían concebido, si eran tan distintos, en todo sentido. Dina era rubia, Yuugo tenía el cabello tan negro como un tordo. Ella era baja, y él alcanzaba el metro con noventa. Su madre era dulce y amable, y bueno... Su papá era el ser más amargado y mezquino sobre la faz de la Tierra.
     Emma suponía que su madre se enamoró de su gran atractivo, pues otra cosa no había en Yuugo.
     —¿Qué tanto llevas en esas maletas? Se supone que debes llevar ropa y esas mierdas, no piedras. —se quejó Yuugo al entrar al vehículo, poniéndose el cinturón de seguridad y encendiendo el motor.
     —Tengo que llevar ropa suficiente para diez meses, ¿no? Además, ten en cuenta que casi todo mi uniforme lo envié por separado. —dijo riendo. —Esas maletas pesarían mucho más si le hubiera metido mi uniforme.
     Yuugo la miró algo sorprendido, también con desagrado.
     —Creo que Gillian ha hecho cosas con tu mente para que tengas tanta ropa, ropa que duda que uses toda. —negó comenzando la marcha del vehículo, no sin antes lanzarle un beso a su mujer.
     El viaje a la estación de trenes comenzaba.
     Suspiró recordando su inmenso colegio...
     Hogwarts.
     Emma comenzaba recién su quinto año de siete años de estudio mágico. Hogwarts era el colegio de magia escocés, al cual, asistían jóvenes desde los once años para poder aprender sobre su magia y todo lo que podían hacer junto a ella. Brujas y magos se reunían un primero de septiembre. Por supuesto, había muchas materias, tanto como esenciales como optativas. Desde el estudio de encantamientos y sus ramas, hasta el estudio de criaturas mágicas. Aunque, claro, nunca debían faltar los deportes. Quidditch, el deporte favorito de todo el mundo mágico. Emma aspiraba a ser una jugadora profesional, así como su padre y tío. Quería seguir los pasos de su talentoso padre, el mejor buscador de todo el mundo. Los vellos de los brazos se le erizaron al pensar en ese título. El quidditch era todo para ella, y amaba su colegio de magia.
     Aunque había algo que caracterizaba a Hogwarts: sus casas.  Gryffindor, Slytherin, Hufflepuff y Ravenclaw.
     La casa de Gryffindor. En Gryffindor se valora el coraje y valentía, los osados abundan en esta casa. Son personas en su mayoría activos y muy extrovertidos. Su fundador, Godric Gryffindor era un fiel creyente de que toda persona que demostrase habilidades mágicas podría asistir a Hogwarts, pero él tenía una cierta fijación hacia los corazones valientes. Los integrantes de Gryffindor suelen ser respetuosos, aunque también suelen ser muy imprudentes. Esta casa es asociada con el elemento fuego, siendo sus colores el rojo escarlata y el dorado. Su animal representante, o mascota, es el león, otra criatura sumamente osada.
     La casa de Slytherin. Los slytherins son personas llenas de ambición, astucia, inteligentes y suelen ser grandes líderes. Tienden a ser personas serias, o que se toman las cosas muy en serio. Al contrario de los gryffindors, piensan con la cabeza fría, piensan antes de actuar, pero tienen un claro repudio hacia las reglas. Su fundador fue Salazar Slytherin, un brujo de sangre pura. Al contrario de Godric, él creía en la supremacía de la pureza, mágicos de familias únicamente formadas por magos y brujas. No verás muchos nacidos de muggles en esta casa, en su mayoría nacidos de familias conformadas únicamente de magos y unos cuantos mestizos. Slytherin es asociada con el elemento del agua, no es raro que su sala común esté por debajo de un lago. Sus colores, son el verde y plata y su animal e representativo es la astuta serpiente.
     La casa de Ravenclaw. Si hay personas con un gran intelecto, estos son los miembros de Ravenclaw. En Ravenclaw se valora mucho la inteligencia, el aprendizaje y la sabiduría. Son hechiceros de gran intelecto. Son estudiantes serios, aunque pueden también ser extrovertidos de vez en cuando. Su fundadora fue Rowena Ravenclaw, era una mujer sumamente inteligente, y también se dice que fue ella quien dio nombre al colegio mágico. Rowena favorecía a los estudiantes que presentaban un aprendizaje mayor, ella apreciaba el ingenio tanto o más que un tesoro. El elemento correspondiente de Ravenclaw es el viento, y es por eso que los colores de su casa son el azul y bronce. El azul y bronce representan el cielo y el plumaje del águila, la cual es su mascota.
     Y la casa de Hufflepuff, esta casa se caracteriza por valorar el esfuerzo de trabajar. En esta casa, hay estudiantes amigables y sobre todo leales. Un hufflepuff se puede reconocer por su empeño al trabajar, estudiar. La gran mayoría son muy amigables, leales y sin prejuicios. Su fundadora, Helga Hufflepuff, aceptaba a todo alumno, pues era partidaria de que todos los mágicos podían aprender. Su elemento correspondiente es la tierra, el cual, está relacionado con su mascota, el tejón. Sus colores son el amarillo y negro.
     Emma pertenecía a la casa de Gryffindor, así como casi toda su familia paterna. Exceptuando a su querida y excéntrica tía Verónica. Ella había sido parte de Ravenclaw.
     Pero Hogwarts era más que solo cuatro casas. Para Emma era una gran fuente de alegría. Sus amigos, su equipo. Estaban sus tres amigas; Gillian, Paula y Violet. Y claro, sus cuatro amigos; Oliver, Nigel, Pepe y Zack. Aunque, claro... Oliver también era su primo paterno. ¡Pero eso no importaban! Ellos formaban el equipo Gryffindor de quidditch, exceptuando a Gillian.
     Suspiró mirando a la ventana, recordando que junto a Gillian solía escapar de la clase de Defensa Contra las Artes Oscuras. La señorita Krone, quien impartía esta clase, asustaba un poco. La mujer era amable y toda la cosa, pero a veces era toda una descarrilada. A su parecer, todos sus profesores eran buenas personas, con una gran inteligencia y un buen corazón. Algunos eran más rígidos a la hora de enseñar, como lo era la señorita Krone y el señor Sonju. También estaban los profesores que eran muy buenos y blandos, pero que enseñaban muy bien, Mujika y Leslie eran así. Había más profesores, como Isabella y las señoritas Matilda y Cecille. Y cómo no, su excéntrico director, el señor Lewis.
     Pero sus pensamientos fueron interrumpidos por un leve movimiento. Al girar su vista, vio como su padre la miraba y movía.
     —Tierra llamando a la Antena, ya llegamos —su padre la sacudió, habían llegado y no se percató. A veces solía perderse en el espacio tiempo. Se desató el cinturón de seguridad, pero antes de abrir la puerta del copiloto, su padre tomó con delicadeza su mano.  —Antes de irte, recuerda mandarnos cartas con ese pajarraco. Tu madre estará triste si no lo haces. También... Presta atención y participa en tus clases, no te pierdas tus prácticas de quidditch. La práctica hace al maestro.
     Ella sonrió divertida y dijo:
     —Primero; el pajarraco se llama Harry. Segundo; por supuesto que lo haré, soy una buena alumna. Y tercero; no faltaré ninguna y te contaré mis victorias en las cartas. Si no, quién lo hará —La joven bajaba sus cosas con una sonrisa —Nos vemos en navidad, cuida de mamá y de Armin, recuerda que los gatos no comen caramelos ni toman leche, solo agua
      —Por supuesto que lo haré, gasté demasiado dinero en ese gato como para matarlo. —Emma blanqueó los ojos con una sonrisa. —Recuerda que eres mi niña, una campeona... También no te olvides de escribirme, de cómo vas y eso. Te amo, ¿de acuerdo?
     Sonrió al ver el intento de su padre de ser un poco más sensible con ella.
     —Nos vemos, papá... Te amo, ¡espero que vengas en la copa Interescolar!
     Y cerró la puerta. Recordó aquel evento, la Copa de Quidditch Interescolar. Una competencia de Hogwarts en el que las cuatro casas del colegio competían para ver quién tenía el mejor equipo de la temporada. Era divertido, por supuesto. Pero en sus venas corría sangre competitiva, y no podía evitar que su equipo había perdido la racha de victorias hace dos años. Eso la enfadaba.
     Suspiró y comenzó a correr hacia la estación de trenes.
     Era algo evidente que no habría un tren muggle que llevaría a cientos de estudiantes a un colegio mágico, encantado para que los no mágicos no lo vieran, y tan solo pudieran observar las ruinas de lo que fue alguna vez un gran castillo. Recordaba la primera vez que tuvo que buscar el Andén 9 ¾, quedando como tonta frente a un empleado que la miró extraño al mencionar estar buscando un andén que no existía. Eran anécdotas que se quedarían de por vida. Con las maletas a la rastra, observó a un chico que estaba parado conversando junto a una joven de cabello bastante corto y de un peculiar color lila. Sonrió ampliamente.
     Eran sus amigos.
     —¡Violet, Oliver!
     Ambos se dieron vuelta al oír sus nombres a sus espaldas, y sonrieron al darse cuenta de que se trataba de su mejor amiga, Emma. La primera en reaccionar fue Violet, quien soltó sus maletas y corrió rápido hacia su mejor amiga, para así darse un fuerte abrazo después de dos meses que parecieron eternos.
     —¡Merlín! ¿Qué le hiciste a tu cabello? ¿Ahora es lila? Antes era rojo. —rio acariciando el cabello de su amiga. Estaba un tanto crecido, la última vez que la vio estaba rapada.
     —Claro, me cansé de el rojo. Ahora es lila, ¿te gusta? —Emma asintió energéticamente con una gran sonrisa. El lila le quedaba de maravilla a Violet. —Por cierto, tú no te has hecho muchas cosas, pero veo que tienes otra perforación en las orejas. Ahora son seis, ¿pretendes quedar como un colador?
     —Y pretendo hacerme una perforación en la nariz.
     Rio recordando que la última amenaza de su madre acerca de las perforaciones fue que nada más allá de las orejas. Sin embargo, eso lo charlaría con su padre, a quien le daba lo mismo y era quien financiaba esas perforaciones.
     —Uhh, me avisas para acompañarte.
     —¡Coff! —una tos evidentemente falsa interrumpió la conversación de las dos amigas. Emma volteó y vio a su primo con las manos alzadas. —Disculpa, pero te recuerdo que sigo acá. Hola primo, cómo estás. Estoy bastante mal, prima, mi querido padre, Lucas Goldstein, me regañó por perder tres pares de calcetas. Gracias por preocuparte, ¿cómo estás tú?
     Ella rio al verlo dolido por ignorarlo ante la emoción de ver a una de sus mejores amigas. Soltó las manos de Violet y le dio un fuerte abrazo a Oliver.
     —Lo siento tanto, Oli. Espero que el tío Lucas no se haya enfadado tanto como parecerse a mi papá. —rio al recordar como lucía Yuugo cuando en verdad se enfadaba. —¡Veo que no paras de crecer! ¿Cuánto mides ya? ¿Uno con ochenta?
    —Casi, uno con setenta y siete. —asintió con los ojos cerrados, recordando que no había sacado la gran estatura de su familia paterna. —Pero tú sigues igual de diminuta, ¿has tomado leche? Parece que sigues midiendo uno con cuarenta.
     Lo golpeó suavemente en las costillas, recordando que tampoco había sido favorecida con la alta estatura de su padre. Era baja, lo admitía. Pero al menos jamás le pedirían que bajara algo de las superficies altas, eso era un punto extra para su lado perezoso.
     —¿Qué tal si seguimos charlando ya dentro del tren? No creo que tengamos mucho tiempo de charlar como señoras ahora mismo. —dijo Violet al ver como ya los pocos mágicos que quedaban corrían hacia una muralla traspasable.
     El expreso de Hogwarts estaba en sus últimos minutos antes de partir hacia Escocia. No tardaron en tomar todas sus cosas y correr hacia esa muralla y traspasarla, para ver como todos los magos y brujas subían al tren o se despedían de su familia. Generalmente sus padres siempre se despedían de ella en la estación, pero esta vez su padre tenía que ir a entrenar con los Scarlet Dragons, equipo profesional de quidditch en la liga profesional de Inglaterra. Su madre también tenía que trabajar, ella era maestra de literatura en una escuela muggle. Así que ahora era acompañada por sus amigos.
     Trató de esquivar a una numerosa familia de personas, quienes se despedían de un chico alto y de cabello negro. Entró por fin al tren. Conversando con Violet y Oliver, se sentaron en la cabina que encontraron vacía. Al parecer, ambos habían pasado un muy buen verano. Violet había estado viajando por Centroamérica con su madre, mientras que Oliver había pasado unas buenas vacaciones en la comodidad de su inmensa casa. Su primo no era fanático de salir de la comodidad de su cama o de su sala de estar, era bastante... alérgico al aire libre y soleado.
     —Todo allá es tan lindo; las playas son realmente de otro mundo. Y ni hablar de las personas. —decía Violet sacando su billetera de su bolso. —Mamá es de allá, y no pensé que serían tan amables conmigo.
     —¿Cómo es que no sabíamos que tenías familia en Republica Dominicana? —preguntó extrañado Oliver.
     —Tú eres el único que no sabía, tonto. Además, es la primera vez que voy, mamá estaba peleada por mi abuelo porque se casó con un británico y eso... Pero me trataron muy bien, de hecho, al abuela me daba mucho de comer, creo que subí de peso.
     El carrito de los dulces pasó y compraron unos cuantos dulces para el camino. Emma compró grajeas y Oliver compró ranas de chocolates para los tres:  a Emma le tocó una carta con uno de los más grandes magos del mundo, el director Lewis. A Oliver le salió uno de los campeones mundiales de quidditch, su tío Yuugo. Y, por último, a Violet le apareció la señora Isabella, una bruja conocida por su destreza en los encantamientos. Era divertido, podías comer las ranas de chocolates y tener un éxtasis en tu boca, pero la mejor era las cartas que salían en las cajas. Con magos y brujas reconocidas a nivel mundial, sobresalientes sobre los demás. Ya sea en deportes, como los padres de Emma y Oliver; con destrezas mágicas poderosas, como lo es Lewis, o con habilidades en el cuidado de criaturas mágicas, como las tenía Isabella.
     —¿O sea que hablas español? —preguntó Emma comiendo una grajea con sabor a melón.
     —Mhh... solo un poco, pues mamá estuvo enseñándome un poco. Súmale a que ella habla español combinado con inglés todo el tiempo. Así que puedo saludar, pedir cosas, despedirme o decir palabrotas. Es bastante divertido, pero más allá de eso no puedo entender nada... aunque es porque hay muchos acentos, y hay unos en especial que no puedo entender.
     Oliver la miro con duda.
     —Tu mamá tiene la piel morena... ¿Por qué tú no?
     Violet lo miró raro.
      —Porque así lo decidió el útero de mi mamá. Mis hermanos tienes piel más oscura, y para cuando fue mi turno, la impresión de mi madre se quedó sin mucha tinta... ya está.
     Emma se rio de lo tonto que podía ser Oliver a veces, o de lo poco acertadas que eran sus preguntas. Violet solo lo miró raro unos segundos y rio junto a ella más tarde. Oliver siempre sería el tarado del grupo que sería objetivo de las risas.
     El tren había empezado su trayecto no hace mucho, por lo que después de un rato Emma comenzó a quedar sin palabras. Disociación, su especialidad. Oía a sus amigos conversar sobre cosas que no alcanzaba a escuchar bien, pues veía fijamente hacia afuera de la ventana. Comenzó a recordar a sus amigos. Sus mejores amigas: Gillian, Violet y Paula. Cada una era tan especial como la otra. Gillian era la más loca del grupo. Era una chica energética y alegre. De cabello rubio y de ojos verdes. Piel clara y sin lunares, una cutis muy bien cuidada. Era un tanto baja, pero no tanto como ella. Tenía una fascinación por la moda y el cuidado corporal.
     Cosa que Emma no hacía mucho. Si sus uñas estaban arregladas, era únicamente el trabajo arduo de Gillian.
     Violet era una chica bastante simple, en cuanto aspecto. No le gustaba mucho el arreglarse, era únicamente pereza. Tenía un cabello corto, pues recién estaba creciendo tras raparse. Era de color natural café, bastante claro. Pero lo teñía por diversión. No tenía perforaciones en las orejas y sus ojos eran de un lindo color café claro, bordeando el verde. Ella más alta que Emma y Gillian, con un metro con sesenta y dos. Era bastante tranquila, aunque cuando se trataba de deporte y bromas era bastante diferente. Le gustaba molestar a sus amigos, y la sátira. Cómo amaba la sátira.
     Y Paula. Ella era la mamá de las cuatro. Una hermosa y alta muchacha. Tenía el cabello negro y largo, atado en una media cola, generalmente. Sus ojos del mismo color. Piel tersa y pálida. Usaba un pañuelo en su cuello, pues era fríolenta. Y en cuanto su personalidad... Ya estaba dicho; era una mamá gallina. Siempre se preocupaba de que las tres estuvieran bien. Y aunque se preocupaba por ellas, no podía evitar burlarse de las tres cuando alguna desgracia tragicómica les sucedía. Es lo que una buena amiga haría.
     —Emma, ¿estás bien? —la voz de Oliver la sacó de sus pensamientos unos segundos.
    —Oh, sí, jaja. —rio dándose cuenta de que tenía el entrecejo bastante arrugado.—Solo divagaba en mis pensamientos.
     —Ahh... por eso estabas enojada. —Oliver solo rio, recordando todas las veces que la encontró con un rostro de enojo, para más tarde enterarse de que Emma solo se encontraba volando entre sus pensamientos. Nada de qué preocuparse.
     Pero ella no tardó en volver a disociar.
     Esta vez recordó a la otra parte de sus amigos. Oliver, Nigel, Pepe y Zack.
A Oliver sí que lo conocía bien. Tenía el cabello blanco, teñido con magia, por supuesto. Él tenía el cabello un tanto rojizo por herencia de Lucas. Tan solo se dejaba una veta roja en su cabello. Sus ojos eran cafés, y como todos en la familia GoldyPond, tenían motas doradas en sus iris. En cuanto personalidad, ya estaba dicho. Era un tonto casi todo el tiempo. Sin embargo, tenía un carácter fuerte, un buen líder, también herencia de su padre. Era algo necesitas cuando eres el capitán del equipo Gryffindor de quidditch.
     Nigel... Él sí que era un caso. Para empezar, él había sido el mejor amigo de Emma los primeros años de Hogwarts, pero por cosas de la vida se distanciaron un poco. No obstante, seguían siendo grandes amigos. Él era rubio, como Gillian. Ojos de un verde bastante oscuro, y unas cuantas pecas que salpicaban sus mejillas y nariz. Personalidad: tarado atrapante y galán por excelencia. Era el deseo de las muchachas, era realmente atractivo, Nigel lo sabía. Pero como muchos chicos, con sus amigos era todo un niño de preescolar. Era divertido, y mucho. No por nada había sido el mejor amigo de Emma.
     El favorito del grupo, ¡Pepe! Él era el rey del grupo por excelencia. Él en verdad era único. Su forma de hablar hacia que solo quisiera oírlo, un gran rey. Y si es que Oliver o incluso Gillian eran excéntrico, no eran nada comparados con Pepe. Su lema "agujero es agujero, aunque sea de caballero"... poético, según él. Un alto joven de piel negra, y cabello largo, rojito, rizado y atado en una coleta baja. Su pasión era la comida, cómo la amaba. Disfrutaba de cada platillo que le sirvieran. Claro, era una pasión heredará de sus padres, grandes chefs. Era alguien de risa ligera, por lo que no le costaba reír con los chistes aburridos de Nigel. No por nada eran mejores amigos.
     Y Zack, el callado y lindo Zack. Él era él más alto de los ocho, con una estatura de un metro con ochenta y cuatro centímetros. Pero esa gran estatura no se comparaba con el gran corazón que tenía. Sin dudas era alguien muy bueno, quien se preocupaba por sus amigos. Sobre todo sus amigas. Aunque, claro, a veces cedía a la corriente de los tres simios que tenía por mejores amigos. De piel negra, y ojos negro. Y a pesar de tener una cicatriz que sesgaba desde una mejilla, pasando por el tabique de su nariz, hasta la otra mejilla, no le quitaba su gran atractivo.
     Ellos, exceptuando a Gillian, confirmaban el equipo Gryffindor de quidditch del colegio. Eran un buen equipo, aunque también era en gran parte por Oliver. Un buen equipo debía tener un excelente capitán a la cabeza.
     —¡Llegamos! —Emma pegó un respingo. Volteo a su lado y vio que Nigel estaba a su lado.
     —¿Desde cuándo estás acá? —preguntó un tanto asustada.
     Nigel entornó los ojos.
     —Pues... hace ya un tiempo. En realidad te hablé pero no contestaste. Siempre te pierdes mucho en tus pensamientos, es raro. —rio él. —Pensaste tanto que ya está atardeciendo.
     Emma miró por la ventana de la cabina confirmó las palabras de su amigo. Había un precioso arrebol manchando el cielo con nubes. Se sorprendió de lo rápido que pasaba el tiempo cuando disociaba. Tomo sus maletas y se bajó del tren junto a sus tres amigos. Ahora tenían que montar los carruajes con los Thestral tirando de ellos. Eran caballos con aspecto esquelético, como si estuvieran en descomposición, con alas curtidas. Cómo las de un murciélago. Sus amigos no podían verlos, pero ella sí... eso le recordó la realidad que vivía.
     Solo aquellos que hayan vivido una experiencia cercana a la muerte y lo hayan aceptado podrían verlos... Se tocó la clavícula, sintiendo la suavidad de una cicatriz.
     —¿Creen que este año sea diferente? —preguntó Nigel tirando de la manga de Emma para que le prestara atención.
     —¿A qué te refieres? —dijo Oliver mirándolo extraño.
     —Digo que si este año no será tan normal como los otros. —Emma alzó las cejas con curiosidad. —Es que, bueno... este es nuestro penúltimo año, ¡y quiero algo de acción! ¡Yo qué sé! Que un troll entre al castillo y tengamos que enfrentarlo.
     Sus amigos se rieron cuando Nigel terminó su oración.
     —Es evidente que estás aburrido, Nigel. Comienzas a decir tonteras. —Violet rio negando con la cabeza, para devolver la mirada a afuera del carruaje. Pero calló unos segundos. —Pero tienes razón... quizás no nos vendría mal un poco de emociones fuertes.
     En el camino se la pasaron hablando de cómo sería su un día un inmenso troll irrumpía en la tranquilidad del castillo de Hogwarts, y cómo todos correrían sin importarles mucho los demás. Pronto llegaron al castillo, pero se dieron cuenta de que ya habían muchos alumnos con sus uniformes puestos, a la espera de la ceremonia de elección de casas para los niños de primer año.
     —¡Jóvenes!
     Voltearon y se encontraron a un inmenso hombre, vestido de negro y con una capa que cubría sus hombros. Un pequeño monito con un sombrero descansa en su hombro. Era Lewis, el director del colegio.
     —¡Profesor! ¿Cómo está? —Nigel se acercó a él y estrechó su mano. El director Lewis era un hombre muy respetable, un genio de la magia de transformación. Por supuesto, el mejor profesor que Hogwarts pudo tener.
     —Ya sabes, cada día más viejo. —rio el hombre agitando la mano de su alumno. —Veo que ustedes cada día están más cerca de la adultez. Recuerdo cuando llegaron, en su primer año...
    —Está muy sentimental, profesor. —Emma se acercó a él también estrechando su mano.
     —Pues sí, qué puedo decir. —sonrió alzando levemente sus hombros. —¡Pero no mucho! Hice recuerdo de que este año tienen que ganas la copa de Hogwarts. ¡Nuestra casa tiene que recuperar la victoria este año!
     Emma rio recordando que su director era un fanático del quidditch, y que en su época de estudiado había sido parte de Gryffindor. Sonrió, haciendo memoria de que su padre decía que el profesor Lewis lo había ayudado a poder ser un jugador profesional mientras aún estudiaba.
     —Prometemos, profesor, que este año sí que lo lograremos. Palabra de un gryffindor.
     —Eso espero, muchacho... —el hombre se acercó a ellos y en voz baja susurró: —no le digan a la profesora Isabella, pero el año pasado aposté cincuenta galeones por Gryffindor contra Slytherin con el profesor Sonju... perdí mucho dinero.
     Rieron, recordando que la señora Isabella odiaba las apuestas con grandes sumas de dinero.
     —A todo esto, ya deberían ir a cambiarse, el banquete no debe demorar mucho más que quince minutos. —mencionó de repente al mirar el reloj en el bolsito de su pantalón. —¡Corran! Veremos cuántos se unen a nuestras cuatro casas.
     Pronto cayó en la cuenta de que Gillian debía estar esperándola en la habitación junto a Paula. Agradecía que Lewis le haya recordado la hora. Se despidió rápidamente de todos y apuró a Violet, pues las cuatro compartían habitación y la chica tampoco tenía puesto su uniforme. Podían cambiarse en uno de los baños, pero Emma tenía que revisar si Harry había llegado en buen estado. Corrió ya escuchando en sus tímpanos los quejidos de Gillian sobre su demora, o los chillidos de Paula tras verla después de tanto tiempo. Que en realidad no había digo más ella de dos meses. Se maldecía a ella misma por su mala repartición de tiempo a cada cosa que hacía. Pedía perdón a las personas que con las que rozaba en el camino a la Torre Gryffindor.
     Dos veces se había salvado de haber chocado con alguien.
     —¡Pero qué te pasa! ¡Loca descuida!
     Y sin embargo a la tercera oportunidad no lo logró.
     No pudo ver con quién chocaba, pues solo sintió el dolor en su retaguardia a causa de la caída. Sus mejillas ardieron al instante. Había chocado con alguien en medio del pasillo.
     —¡Lo siento tanto!
     Se levantó al instante al darse cuenta que era con un chico con el que había chocado. Un muchacho alto y de cabello tan rubio que parecía blanco.
     —¡Deberías tener más cuidado! ¡Mira lo que causaste, estoy apurado!
     Emma frunció el ceño al oír que la estaba insultando. Eso no le gustó para nada. Dos maletas se habían abierto, una cada uno, dejando la ropa tirada en el pasillo.
     —Ya te dije que lo siento, no fue a propósito. —dijo ella enfurruñándose ante la excesiva molestia del chico.
     —Pues quizás a la próxima deberías fijarte por dónde andas si vas a estar corriendo, a ver si no dejas un desastre.
     Emma blanqueó los ojos. Qué tipo tan desagradable. Recogió la ropa sin fijarse mucho.
     —Imbécil. —susurró lo suficientemente alto como para que él pudiera oírlo y salió corriendo de nuevo.
     Odiaba que la gente fuera tan pesada cuando pasaban situaciones de ese tipo. No era como si ella quisiera que esas cosas sucedieran, ni tampoco las disfrutaba. No había necesidad de ser desagradable por algo que simplemente se podía pedir perdón y ya. Refunfuñó subiendo las escaleras de caracol de las habitaciones femeninas. Entró por fin a su habitación correspondiente y tiró su maleta a la cama.
     —¡Roja! ¡Al fin estás aquí! —volteó al oír su apodo y la voz de Paula. —Pensé que no llegarías a tiempo.
     —Ni yo, jaja. —riendo se acercó a su amiga y le dio un fuerte abrazo. Paula también había crecido un poco, pero no tanto como para que se notará a simple vista. Pero Emma sí noto que Paula ya llevaba puesto su uniforme para la ceremonia de elección. —¿Dónde está Gillian?
     —Terminando de bañarse, ya sabes.
     Le sonrió y corrió hacia su maleta para poder tomar el uniforme que correspondía a la ceremonia. Era la maleta que se había abierto al chocar con aquel desagradable chico. La abrió y suspiró.
     —¿Y cómo fueron tus vacaciones, Roja?... —Paula esperó alguna respuesta de su amiga, pero solo obtuvo un gran silencio. —¿Roja?
     —Intercambié mi ropa...
     —¿Qué? ¿Tu ropa? ¿Pero con quién?
     Estaba toda desordenada dentro de la maleta, pero era evidente que esa ropa no era suya. Había uniforme de Slytherin, ropa interior masculina y un par de cosas que eran de ella. Sostenes, bragas y un pijama... pero su uniforme no estaba.
     —¿Por qué Roja tiene ropa interior de hombre? —Gillian habló a su lado, apareciendo repentinamente. —¡Uhh! Ulalá, son bóxers de tela fina y de calidad.
     —Mi... mi conjunto de Bob esponja.
     Estaba mortificada.

Albine Snake [NorEmma AU]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora