Secreto

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Durante días, París y las zonas de alrededor, se sumió en una guerra sin fin. Las zonas de alrededor estaban en llamas, la sangre corrían por todas las zonas y las personas iban y venían por todas las partes. Era un mar de completo caos.

En mas de una ocasión tuvimos que parar debido a que las personas revolucionarias que estaban por ahí pero al ver que parecíamos una simple familia, nos dejaban entrar aunque nos miraban con mala cara.

-Oye Leónidas... -habló Gissele sacándome de mis pensamientos mirándome con cierta tristeza- ¿Cómo has conseguido la carreta esta?

-No creo que...Mi amigo Nicolás la quiera ya.

-¿Está muerto? -pero negué con la cabeza- ¿Entonces?

-Le han herido. No creo que pueda usarla...Durante mucho tiempo. Si es que sale de esta.

-¿Y está bien?

-Su pierna izquierda se estaba comenzando a poner oscura. Lo más probable es que se la tendrán que extirpar.

-¿Y a quien le importa él? -habló Valeria abrazando a su hija para poder protegerla- Seguro que se lo merecía.

-Valeria... -advirtió Gissele.

-¿Acaso no tengo razón? Todo el mundo muere o sale herido en una guerra.

-Eso lo dices por la muerte de Damián -dije aunque apreté la cinta que tiraba el caballo.

-Si hubieras muerto tú en su lugar, tal vez hubiera sido diferente a...

-Si. Ojalá hubiera muerto en su lugar pero aquí estoy. Así que...Tengamos un rato de paz. Necesito concentrarme en otras cosas y no pensar que voy a cuidar a una niña pequeña.

Cuando dije eso, se hizo un silencio entre los presentes. Tal vez no fueron las palabras exactas que quería mostrar en ese momento, pero estaba cansado, enfadado y lo más importante, estaba triste. Triste porque, ya hacían casi 4 días de la muerte de Damián.

Al cabo de un par de tormentosas semanas, llegamos a la ciudad de Normandía y aunque el mar me provocaba de cierta manera algo de angustia y querer vomitar. Tragándome mi propia bilis, di un leve golpe al caballo que tiraba del carro y recorriendo las calles, no vi el lugar donde supuestamente el otro estaría.

-Tal vez te engañaron -dijo Valeria con desconfianza.

-No creo que sea eso -habló Gissele.

-Gracias Gi-

-Tal vez, solo te estaban tomando el pelo porque tienes esa clase de cara -las miré a las dos con muy mala cara- ¡Oh vamos! ¿No sabes aceptar una broma? 

-No muy bien.

-¿Y por qué no preguntas a ese matrimonio de allá? Tal vez te puedan ayudar -dijo Valeria.

Mirando hacia donde ella me señalaba, hice que el caballo diera media vuelta y cuando estuvimos lo suficientemente cerca, lo paré haciendo que el animal relinchara alto. 

-Perdón caballeros -ellos me miraron -¿Conocen a un tal Arthur Aeva?

-¿Arthur...Aeva? -dijo el matrimonio aunque parecía que desconocían la lengua.

-Déjame a mi, Leónidas -dijo Valeria- Entschuldigung, meine Herren, können Sei uns sagen, wo sich der Hafen von Honfleur befindet? -preguntó en un idioma que no entendía.

El bibliotecario y el guardiánDonde viven las historias. Descúbrelo ahora