ÚNICO

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Min Yoongi, de diecisiete años de edad, siempre deseó ser basquetbolista.

No había una razón en específico para el surgimiento de aquella necesidad vital. Sólo supo que aquello era lo que quería, como si una vocesita interna se lo hubiese indicado de un día al otro.

A sus cortos nueve años se había presentado ante múltiples entrenadores, esperando una oportunidad para jugar aquél deporte pero siendo cruelmente rechazado una y otra y otra vez dada su estatura.

¡Ni siquiera lo habían visto en acción!

Aunque, entre nosotros, el único problema de Yoongi no era su estatura: su habilidad no era la mejor y, para colmo, nadie le daba una oportunidad de aprender.

Con catorce años recién cumplidos, el equipo de básquet de su escuela se vió obligado a aceptarlo, ya que podrían tener problemas de lo contrario.

¡Por fin era parte de un equipo! Él pequeño Yoongi estaba muy feliz y pleno con esta nueva etapa en su vida, en la que creía que poco a poco concretaría su sueño.

Un sueño que una vez más sería una pesadilla.

Su habilidad y aptitud era la peor en el equipo, del cual era titular dada la falta de alumnos dispuestos a participar.

Jugaba, claro, pero era abucheado por todos y cada uno en el público. Padres, alumnos, familiares de alumnos e incluso sus directivos y el equipo de porristas.

Todos dentro de aquella cancha parecían odiar al jovencito de catorce años, menos una persona: Park Jimin.

En ese tiempo no supo porqué, pero el pequeño porrista agitaba sus pompones exclusivamente para el peor jugador en el equipo. Gritaba una y otra vez frases alentadoras para Yoongi como si su vida dependiera de cubrir las voces y abucheos de los demás.

Sus compañeros y compañeras lo miraban sorprendido por sus acciones, ¿acaso le daba pena Min?

¡Claro que no! Él sólo lo admiraba.

Su fuerza, su determinación, su entereza fueron las responsables de que aquél rubio se convirtiese en porrista.

Quería ser él quien alentara al mayor aunque nadie más lo hiciese, por lo que tomó ese trabajo muy en serio.

El primer día que escuchó los abucheos desde su puesto como porrista pudo notar la mueca de tristeza que Yoongi rápidamente cambió por una de concentración.

Simplemente no podía dejar que derrumbasen al joven: seguía siendo un mal jugador, pero uno que tenía alguien a su lado.

— ¡Yoongi! ¡Yoongi! ¡Arriba, Yoongi! — gritó en su primer día como porrista, moviendo sus pompones y saltando tan alto como sus cortas piernas le permitían. Una gran sonrisa adornó su cara luego de percibir la mueca de desconcierto de Min convertirse en una sonrisa.

— ¡Bombón, mejor gritale a Jung! — dijo alguien desde lejos. — ¡Él si sabe encestar!

— ¡Yoongi hyung, fighting! — gritó en represalia el rubio. Enviaba corazones de todos los tamaños al joven en la cancha.

Todo valía la pena. Todo aquello valía la pena por ver por lo menos un segundo a su hyung feliz y realizado.

Tres años después, con diecisiete y a punto de graduarse, Yoongi había mejorado notablemente en básquet pero no lo suficiente como para conseguir una beca en alguna universidad o un lugar en un equipo de baja categoría incluso.

Estos, dada esta situación, eran sus últimos partidos como jugador. Y, también, sus últimos días viendo al tierno chico que seguía alentandolo sin razón.

Le estaba eternamente agradecido, si no fuese por él hubiese hechado a llorar en medio de la cancha hace años atrás. Pero el pequeño llamado Jimin supo sacarle una sonrisa y hacer que aquella dulce tortura fuese un poco menos dolorosa.

Por él, por aquél rubio intentaría dar aún más de si, debía agradecerle de alguna forma.

El último partido de Yoongi comienza bien, aún no había cometido un error que enojase a sus compañeros, lo que tenía el ambiente calmado. Su sonrisa apareció cuando ya pudo dilucidar a Jimin entre todas las voces.

— ¡Vamos, Yoonie hyung! — escuchó con claridad desde la lejanía. — ¡A ganar! — agitaba los pompones rojos y blancos como nunca antes. Él también era consciente de que aquél sería el último partido de Min, así que su único objetivo era que lo disfrutase lo más posible.

Y claro que lo logró.

Yoongi encestó, casi milagrosamente, el balón ganador siendo por primera vez felicitado por el público, aunque eso no le importaba.

Lo único que quizo ver luego de encestar fue la mirada emocionada y la gran sonrisa con que su pequeño porrista lo miraba. Había botado los pompones al suelo para saltar y reír como si el mismo hubiese ganado, para luego sentir un par de brazos alrededor suyo.

Se quedó inmovil.

— Gracias, Jimin. — escuchó.

Era su hyung.

— No tiene que agradecerme, hyung. — le sonríe el menor cuando es liberado de aquellos brazos. — Espero que haya disfrutado su último juego.

— Disfruté todos desde que te uniste a los porristas... — dijo, algo tímido mientras escuchaba a sus compañeros festejar la victoria sin él. Jimin lo mira, satisfecho de haber cumplido su cometido.

— Eso me alegra mucho, ¿sabe? Aunque voy a extrañarle el año entrante. — dice algo triste.

— No me vas a extrañar, pequeño. — dice, aguantando una risita.

— ¡Claro que voy a hacerlo! — replica ofendido. — ¿A quién voy a alentar con tantas ganas...? — es interrumpido.

— No puedo creer que pensaste que te ibas a librar de mi, eso no va a pasar... — se ríe mientras revuelve los cabellos del otro. Jimin boquea sin comprender. — ¿Te gustaría festejar yendo a comer pizza? — pregunta.

— ¡Claro, hyung! — responde entusiasmado.

Yoongi extiende, entonces, su mano para ser tomada por Park, para caminar lejos a donde sea que el viento lleve a aquellos muchachos.

Cheer up, Yoonie [Yoonmin]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora